El porno ya es oficial en Twitter II (Carola Minguet, Religión Confidencial)
Noticia publicada el
martes, 25 de junio de 2024
La red social X, la antigua Twitter, ha abierto la puerta a que los usuarios cuelguen pornografía en sus perfiles. Tras haber reparado en la columna de la semana pasada en las consecuencias de esta decisión en los usuarios, sobre todo adolescentes, conviene contestar a un argumento esgrimido por la empresa para justificar su giro en la política de contenidos: “Creemos que los usuarios deben poder crear, distribuir y consumir material relacionado con temas sexuales siempre que sea producido y distribuido de forma consentida. La expresión sexual, ya sea visual o escrita, puede ser una forma legítima de expresión artística. Creemos en la autonomía de los adultos para participar y crear contenidos que reflejen sus propias creencias, deseos y experiencias”.
Es cierto que hoy se llama arte a cualquier cosa. La pérdida de sensibilidad, los dictados ideológicos y la mercadotecnia han disuelto el concepto. Un tipo hace una estupidez en la calle y lo llaman performance; los intelectuales de turno establecen no sé qué cánones en determinados círculos y se obedecen al dictado; alguien garabatea en un lienzo, reproduce la composición en distintos formatos y la vende al por mayor. No obstante, uno ve estas actuaciones, acude a dichas exposiciones o adquiere una pieza prefabricada y no sabe qué pensar, qué sentir… acaba fingiendo. Estos límites difusos de lo que es el arte aturden, confunden y nos hacen manipulables.
No obstante, la equiparación suscrita por la empresa de Musk no sólo implica devaluar la disciplina y violentar la realidad, sino que es un ejercicio mayúsculo de hipocresía.
El desnudo artístico no tiene nada tiene que ver con las imágenes que se mueven en las redes sociales, tanto por su representación como, sobre todo, por su finalidad. Genuinamente, el desnudo en el arte ha nacido de la percepción del cuerpo como fuente de belleza (se suele decir elemento estético, pero resulta impreciso y cosificante; si apela a la belleza es a la del ser humano completo) y su plasmación clásica ha transmitido armonía y equilibrio. Para tal fin, el modelo ha posado con pudor (hay una línea fina entre posar y exhibir, pero la hay) y el artista lo ha retratado desde la misma actitud.
Sin embargo, el desnudo pornográfico no refleja a la persona íntegra, sino sesgada, y apela a una sexualidad aislada, compulsiva, falsa. Juan Pablo II señaló que el problema con la pornografía no es que muestra demasiado sino, más bien, que muestra demasiado poco. Indudablemente, es así. Como leí hace poco, este modo de relación con la corporalidad implica trasladar la hoja de parra a la cara: no interesan el rostro ni la mirada, sino únicamente el cuerpo cosificado y desvitalizado. Su representación es sórdida, cutre, indigesta. Así, las impresiones que provoca son radicalmente distintas de las del desnudo artístico, lo cual no quiere decir que no se pueda hacer un uso lascivo de un cuadro o de una escultura, de ahí que urja educar la mirada desde niños.
Es decir, el arte verdadero nace del misterio y, a su vez, como expresión de lo que es el hombre. Es carnal y espiritual a la vez. Trata de profundizar en la realidad humana. Por contra, la pornografía degrada, provoca hastío, incapacita para abrirse al sentido de lo eterno, encadena al hombre entre techos y paredes claustrofóbicas, amordaza su alma y la paraliza con violencia. Esto es así porque las imágenes se fijan en la cabeza y en el corazón. Al igual que la belleza conmueve ("la belleza salvará al mundo", afirmó Dostoievski en El idiota), su adulteración resulta corrosiva. Y lo estamos sufriendo a raudales: familias rotas, adolescentes depresivos, adultos y jóvenes con parafilias muy particulares… (es muy recomendable al respecto la reciente entrevista del diario El País al neurocientífico del CSIC Ignacio Obeso, donde vaticina “consecuencias espeluznantes” de la pornografía a nivel físico y mental).
Por ello, referirse a la imagen pornográfica como expresión artística resulta de una hipocresía mayúscula. La pornografía no es expresión más que de un mercado que mueve millones de dólares, precisamente porque genera adicción (es lo que lo hace tan lucrativa) y, además, con entresijos absolutamente oscuros. Un ejemplo son los jóvenes desnortados o necesitados de dinero que acceden a ser grabados; los actores profesionales son una minoría que se saca en los medios de comunicación para blanquear el negocio. No obstante, sobre estos últimos se han empezado a hacer estudios (en diciembre de 2020, The New York Times destapó lo que se cuece en Pornhub, y es para ponerse a temblar) que concluyen que muchos de ellos no llegan a los 40 años por el consumo de drogas, por haber contraído enfermedades de transmisión sexual o porque se quitan la vida. Un tema aparte es la presencia de contenido ilegal como pornografía infantil, violaciones o material robado.
En fin. La degradación sexual es una escalera descendente que ha existido siempre, el problema es que, desde una herramienta integrada en la vida cotidiana como esta red social, se va a empujar a la gente a que ruede por la misma. Lo que va a facilitar X, por tanto, no es la autonomía, la libertad, la creación… sino, sencillamente, que cada vez más personas se estampen contra el suelo.