El Señor de los Anillos (Carola Minguet, Religión Confidencial)

El Señor de los Anillos (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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Me inquieta que Amazon Prime Video vaya a estrenar una serie sobre “El Señor de los Anillos”. Quizás el recelo sea exagerado, pero, si bien los grandes libros tienen mucho que temer a las películas, más aún a las series comerciales. La plataforma ha confirmado diferencias con los textos canónicos de Tolkien. Para empezar, habrá aventura, pero será “menos oscura” (cuando la oscuridad que se cierne sobre la Tierra Media es el centro argumental de la obra). Para seguir, la serie ha hecho un “esfuerzo inclusivo” y encontraremos actores de distintas razas y colectivos, algo no visto en los libros del británico. Los creadores han añadido también personajes y “aspiran” a que la serie sea la sucesora de 'Juego de Tronos' (que, por cierto, no he visto nunca). Mi temor, por tanto, es que esta gran historia pase a ser una historieta ambientada en la mitología de Tolkien, que una nueva narrativa desplume la fértil imaginación que inspiró la original.

Supongo que los capítulos trasladarán a los espectadores a la era habitada por elfos, enanos, hombres, orcos y hobbits en la que se forjaron los grandes reinos, pero dudo que las guerras entre estos refieran a la batalla ética y metafísica que las alentó. Se diferenciará a los héroes de los villanos, pero quizás desde el maniqueísmo al que nos tiene acostumbrados Hollywood. El mal es la ausencia del bien; por eso Tolkien no quiso describir a sus personajes como inherentemente buenos o malos, sino reparar en que cualquiera puede ser arruinado por la vanidad, el poder o por mentiras que subyugan el corazón; de que las criaturas se distinguen por lo que aman, no por donde viven; también advirtió de que incluso el más débil puede ser redimido. Así, aunque es verdad que Tolkien rehusó los intentos para encontrar un simbolismo católico en su trabajo (pues detestaba las alegorías) reconoció la arquitectura moral de la Tierra Media como explícitamente católica; sin esta perspectiva, cualquier representación resultará tan falsa como un decorado de PortAventura.

“El Señor de los Anillos” es apasionante porque es verdadera la lucha del bien contra el mal; aunque describa un mundo fantástico, reconocemos en él nuestra civilización y nuestra condición. Emocionante es también el contexto en que fue escrita, tras el Movimiento de Oxford y la conversión de su precursor, John Henry Newman, cuando algunos escritores e intelectuales (Benson, Belloc, Chesterton, Tolkien, Greene, Waugh, Eliot, Lewis…) se lanzaron a manifestar con su pluma su fe, su lealtad a la Inglaterra anterior a la Reforma protestante y su desprecio por las demagogias de la modernidad relativista. Estos autores compartieron una aspiración celestial que parece nublada hoy entre tantos creyentes, encerrados en las mismas tretas que los personajes de Tolkien. Y no me refiero tanto a las vacilaciones de Gollum, víctima de seguir su propia voluntad, o de Boromir, seducido por la falsa gloria, como a la pasividad de tantos hobbits a quienes el miedo les acomoda en la Comarca.

 “¿A qué teméis, señora?”, le pregunta Aragorn a Eowyn. “A una jaula. A vivir encerrada detrás de los barrotes, hasta que la costumbre y la vejez acepten el cautiverio, y la posibilidad y aún el deseo de llevar a cabo grandes hazañas, se hayan perdido para siempre”, responde la doncella escudera de Rohan. No se trata de convertirnos en héroes de leyenda, sino de librar la batalla; en primer lugar, de nuestra conciencia. 

Por cierto, Tolkien no tuvo tiempo de terminar su historia. Es imposible imitarlo (y un sinsentido versionarlo), pero quizás algunos puedan coger el testigo de este autor y sus colegas, asumiendo el riesgo de no ser comprendidos.

 

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