Reyes Moliner (Facultad de Psicología)
“El suicidio se puede prevenir, y lo haremos si dotamos de recursos psicoeducativos a los niños”
Noticia publicada el
miércoles, 18 de mayo de 2022
Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en 1980 se produjeron en España 1.652 suicidios. El mismo INE sitúa esa cifra en el año 2020 su tope máximo histórico: 3.941. Aunque este último dato esté influido por el comienzo de la pandemia de la covid-19 (su aumento en 270 suicidios respecto de 2019 supone un incremento anómalo teniendo en cuenta los números de años anteriores), basta con observar la gráfica que muestra la evolución en el periodo de tiempo existente entre ambas fechas para comprobar que el aumento de suicidios ha sido la constante, década tras década. En estos momentos, cada dos horas se suicida un español.
La clave para afrontar esta problemática -circunstancia que no se presenta solo en nuestro país, sino que afecta también a muchos otros países en el mundo- es la prevención, según la psicóloga Reyes Moliner, directora del Departamento de Personalidad, Evaluación e Intervención Terapéutica de la Facultad de Psicología de la Universidad Católica de Valencia (UCV). De hecho, Moliner imparte sesiones de formación dirigidas a los orientadores de Colegios Diocesanos de Valencia con el objetivo de que sean capaces de detectar señales de alarma en niños y adolescentes, tanto de riesgo de suicidio como de autolesiones.
Dado que usted está trabajando sobre el asunto en el ámbito escolar, empecemos por ahí. El suicidio se ha convertido en la segunda causa de muerte entre los jóvenes españoles de entre 15 y 29 años, solo superada por el cáncer. En los menores de 15 la tendencia también es al alza. ¿Son cifras que sugieren ya un grave problema social?
Sin duda. Es cierto que hubo un incremento de suicidios y de ideaciones de suicidio en los adolescentes durante el confinamiento, pero ya antes de la pandemia habían ido aumentando, sobre todo desde 2004. Lo que ocurre es que este ha sido un asunto escondido, totalmente tabú. Mayor aún cuando hablamos de menores o de gente joven.
¿Cuáles son las causas principales de que niños y adolescentes se quiten la vida? Se habla mucho del acoso escolar, por ejemplo.
El bullying es un factor de riesgo para cometer suicidio, por supuesto, pero existen otros. El más importante de ellos es la desesperanza en el niño o adolescente, que presenta un elevado sufrimiento, se ve sin recursos para resolverlo y cree que ya no puede hacer nada; la única solución que ve para que acabe su dolor es terminar con su vida. El suicida, menor o adulto, no busca tanto morir como dejar de sufrir.
Otros factores de riesgo serían la impulsividad, en personas que son incapaces de controlarla; las rupturas de relaciones sentimentales o amistades en adolescentes vulnerables que lo viven como algo terrible, muy dramático. Recordemos que la adolescencia es una etapa vital convulsa en la que la persona busca su identidad, se vive todo muy intensamente y tener amigos es muy importante.
En ese sentido, sufrir aislamiento social es otro factor a tener en cuenta, como lo es, obviamente, que se hayan producido intentos de suicidio previo fallidos. Por otro lado, hay niños y adolescentes que han sufrido una historia de maltrato físico o abuso sexual, así como otros que tienen unas relaciones de apego inadecuadas, o que provienen de entornos familiares invalidantes.
¿A qué se refiere con entornos invalidantes?
Empiezo por el contrario. En el entorno validante se acompaña y apoya al niño; se comprende el malestar emocional que puede estar viviendo en una situación, imaginemos, de dificultades en la relación con amigos o problemas académicos. En un ambiente así se le dice al niño: “Te entiendo y comprendo el sufrimiento que estás pasando”.
En cambio, en el entorno invalidante se le quita importancia al sufrimiento emocional; el niño escucha que “no pasa nada”, “no es para tanto” o que “todo cambiará”, por ejemplo.
¿Existen elementos que puedan ayudar a los padres a detectar que un hijo, sea niño o adolescente, se encuentra en peligro de quitarse la vida?
Desde luego que los hay, pero me gustaría señalar antes de comentarlos que la prevención en esas edades no solo es competencia de los padres, también lo es de sus educadores. Los niños pasan muchas horas en el colegio y debemos sensibilizar y formar a los docentes en esta cuestión.
En cuanto a las señales de alarma, primero estarían las que el menor lanza a nivel verbal, como comentarios negativos acerca de sí mismo o de su vida, aquellos relacionados con la falta de esperanza o comentarios sobre acabar con su vida, como es obvio, junto a los que supongan llevar a cabo verbalmente despedidas directas o sutiles.
Otras señales no son verbales sino conductuales; es decir, cambios en la manera habitual de comportarse de un niño. El aislamiento social, la disminución del rendimiento académico y dejar de realizar actividades que antes le satisfacían son algunas de las más importantes.
Recuerdo que durante la carrera de Periodismo se nos explicaba que los medios no informaban de suicidios porque hacerlo incitaría a que más gente lo llevase adelante. No sé si es una creencia falsa, pero, en ese sentido, ¿qué consejos daría a unos padres o profesores que observasen señales de alarma en algún hijo o alumno? ¿Deben hablarlo con ellos?
Eso que comentas de los medios es un mito muy dañino, que traducido a menores y adolescentes es que no hay que hacer caso cuando hagan comentarios sobre la muerte o el suicidio porque si hablas del tema a lo mejor les das ideas. Nada más lejano a la realidad: en esa situación hay que acercarse al niño, mantener la calma y preguntarle sin miedo.
Debemos transmitirle la idea de que entendemos que cuando se expresa o se comporta de ese modo es que existe un gran sufrimiento detrás, que vamos a estar ahí para ayudarle, acompañarle, así como que contemple otras alternativas. También hay que agradecer al menor que haya expresado esos pensamientos y que haya confiado en ti para hacerlo.
Una vez detectadas las señales de alarma y validado al hijo/alumno hay que contactar con profesionales que valoren el riesgo de suicidio e indiquen unas pautas a seguir. En ese sentido, junto al trabajo que se realice con el niño o adolescente, debemos hacer otro con su familia, con el entorno que le rodea.
Pero más allá de trabajar en la detección, donde hay que dirigir los esfuerzos sociales es a la prevención. Me parece muy importante subrayar que el suicidio se puede prevenir, y lograremos hacerlo en la medida en que dotemos de recursos psicoeducativos a nuestros niños.
¿Cómo se llevaría a cabo esa tarea de prevención?
Fundamentalmente, hay que entrenar a niños y adolescentes en la utilización de estrategias adaptativas para el manejo del malestar, así como trabajar los factores de protección frente al suicidio. El fundamental es el sentido de la vida, pues la existencia de la persona debe tener un propósito. Por eso las creencias religiosas son un factor de protección. Los cristianos, por ejemplo, tenemos una misión en nuestra vida, como creyentes hijos y amados de Dios que somos.
Junto a esa educación religiosa o espiritual, hay que crear vínculos seguros de apego en los niños y adolescentes; así como educar en el compromiso con los demás, en la solidaridad, fomentando actividades de voluntariado.
Otro factor de protección clave es el sentido de pertenencia; es decir, que la persona sienta que forma parte de un grupo. Hay que fomentar desde pequeños la creación de grupos sociales que practiquen un ocio sano en el que los que el niño sienta que es importante para los demás.
Además de estos factores de protección, hablabas de estrategias adaptativas para el manejo del malestar. Esto me suena a la consabida sobreprotección de los niños por parte de padres, que les incapacita para afrontar las dificultades de la vida.
Efectivamente. En ese sentido, tenemos que ir contra la felicidad tóxica; esa idea de que todo nos tiene que ir bien y que lo normal es estar de maravilla, que no puede haber sufrimiento en nuestra vida. Muchos adolescentes llevan muy mal la tolerancia a la frustración y el malestar, y los hay también que no se los enfrentan porque su entorno les sobreprotege para que no sufran. Grave error, porque pasándolo mal en un momento determinado es una forma de aprender que uno es capaz de soportar el malestar.
Las redes sociales venden vidas de felicidad y éxito constante, sin esfuerzo, como sucede con las influencers de Instagram; pero hay que educar a los niños y adolescentes en la capacidad de superación de los problemas, contando con la ayuda que sea necesaria.
Lo que se ha dado en llamar en estos tiempos “resiliencia”, ¿no?
Así es. Debemos generar resiliencia en los niños y adolescentes, y educarles en la consciencia de la propia vulnerabilidad, de que los problemas forman parte de la vida y de que no van a estar solos, tendrán recursos a nivel personal, familiar y de amistades para afrontarlos. En las dificultades se sufre, pero también son una oportunidad para crecer.
Deben aprender a manejarse en la incertidumbre, en que no podemos tener el control absoluto sobre lo que sucede; así como aceptar y tolerar la frustración y el malestar. Por otro lado, hemos de identificar las fortalezas de cada niño y adolescente. Deben darse cuenta de que son más fuertes de lo que creen.
¿Y a nivel familiar?
Hay que dar formación a los padres, de modo que tengan unas pautas de crianza y así eduquen desde el afecto, pero también desde la firmeza y los límites. Sin abandonar el cuidado, pero sin caer en la sobreprotección, los padres deben transmitir a los hijos la confianza de que pueden afrontar los problemas.
En la formación que ha dado en los colegios diocesanos ha tratado también las autolesiones. Las hospitalizaciones por esta causa de personas entre los 10 y los 24 años se han cuadruplicado en los últimos veinte años. ¿Están muy vinculadas al suicidio?
No, eso también es una creencia errónea muy habitual. Las personas que se autolesionan no lo hacen con intención de terminar con su vida, ni mucho menos. En personas que lleven a cabo esta conducta de manera cada vez más frecuente y con mayor intensidad puede que exista un riesgo de suicidio, pero no es lo común.
La autolesión es un acto impulsivo que se realiza para aliviar un malestar emocional que no se sabe manejar de manera adaptativa; aunque nos cueste entenderlo, el malestar físico provocado por la autolesión permite a la persona aliviar o eliminar estados emocionales negativos, enmascarándolos de alguna manera.
Hablamos de jóvenes que tienen dificultades en regular las emociones, generalmente negativas, que soportan mejor el dolor en el propio cuerpo que la ansiedad, la rabia o la tristeza, por ejemplo. Por eso las restricciones de las relaciones sociales durante la pandemia, especialmente en el confinamiento, supusieron un impulso de las autolesiones en aquellos adolescentes más vulnerables y sin recursos o habilidades para atajar el malestar provocado por estas y otras circunstancias causadas por la situación sanitaria.
A diferencia del suicidio, de sus palabras deduzco que esta problemática afecta sobre todo a los más jóvenes.
Las autolesiones son más prevalentes en la adolescencia, sí; principalmente en chicas y la práctica habitual es hacerse cortes. En el caso de los chicos, la forma de autolesionarse suelen ser los golpes. El problema en la detección de las autolesiones para padres y educadores es que, aunque a diferencia del suicidio aquí haya un rastro físico, las autolesiones pueden ocultarse bajo la ropa.
Aunque sea a grandes rasgos -y entendiendo que mucho de lo que ha dicho es igualmente aplicable- me gustaría que hiciese algún comentario específico sobre el suicidio en adultos.
Creo que hay que destacar que el suicidio en la edad adulta y, sobre todo, en los más mayores, está vinculado en un número considerable de ocasiones a situaciones de soledad. Las personas somos seres sociales y tenemos necesidades emocionales básicas que nos proporcionan el amor de la familia y de los amigos; y, como los niños, tenemos la necesidad de pertenencia a un grupo.
En cuanto a ayudar a un adulto que presente una ideación suicida prolongada, hemos de mostrarle que el problema que le lleva a querer realizar ese acto puede tener solución y que se trata una cuestión temporal. Debemos generar esperanza donde no la hay, ayudar a la persona a creer más en sí misma, en sus posibilidades; colocar metas en su vida que le empujen día a día a seguir adelante.
Por supuesto, es un trabajo que progresa muy poco a poco, con el sostén de una terapia que cambie su manera de interpretar lo que le sucede, sus pensamientos negativos y catastróficos; e insertando el sentido de la vida y los valores que den validez a su existencia.
Un dato que llama la atención es que se suicidan el triple de hombres que de mujeres. Existe otro dato que puede ayudar a aclarar un poco la cuestión: en 2020 el Teléfono de la Esperanza recibió un 65% de llamadas de mujeres frente a un 35% de hombres. ¿Puede que una de las causas por las que los hombres se suiciden más sea que piden menos ayuda?
Puede ser, sí. Quizás la mayor impulsividad en los hombres también influya, aunque no tengo datos científicos respecto de ninguna de esas dos suposiciones. Lo que sí está claro, por los estudios realizados hasta ahora, es que todos los países arrojan cifras similares en la proporción entre hombres y mujeres.
Hablando de teléfonos, el 024, la línea creada por el Ministerio de Sanidad, ya se ha puesto en marcha. Es un paso importante, aunque supervivientes del suicidio, familiares de no supervivientes, médicos, psicólogos y otros actores sociales llevan ocho años esperando que los distintos gobiernos hagan lo que el Parlamento les pidió en 2014: aprobar un Plan de prevención del suicidio.
Así es, a diferencia de otros países, no tenemos un plan de prevención contra esta lacra. Son necesarios los recursos asistenciales y la prevención: intervenciones psicoemocionales en los colegios, formación para padres, sensibilización a la población… Ha sido el aumento de suicidios y de problemas de salud mental generados durante la pandemia lo que ha llevado a la luz pública la falta de recursos que el Estado presta en este ámbito.