El TC despoja al nasciturus del derecho a la vida (Julio Tudela, Las Provincias)

El TC despoja al nasciturus del derecho a la vida (Julio Tudela, Las Provincias)

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El Pleno del Tribunal Constitucional (TC) ha aprobado, trece años después, la sentencia que avala íntegramente la reforma de la ley del aborto de 2010. Este posicionamiento del TC desprotege totalmente al nasciturus, al considerar que el no nacido no encarna un valor fundamental, el de la vida humana, y que, por tanto, no es titular del derecho a la vida, bien constitucionalmente protegido por el artículo 15 de la Constitución Española (CE). Se promueve así la definitiva consagración de la muerte del embrión o el feto como un derecho de la sociedad en general y de la mujer gestante en particular, incluidas las menores de edad que pueden abortar sin necesidad del permiso parental.

Cuando un tribunal, como ahora ocurre con el TC, sentencia injustamente, porque lo hace contra los derechos de los más débiles, que son a los que más debería proteger, se aleja diametralmente de su función primera: hacer valer los derechos que nos protegen, de manera especial a los que no pueden protegerse a sí mismos, como es el caso del nasciturus.Y ante una injusticia como la actual, no podemos permanecer cómplices con nuestro silencio.  El que una mayoría conformada acepte como moralmente bueno lo que un tribunal que sentencia injustamente considera lícito, no nos exime de defender la verdad, la dignidad humana y la necesidad de no hacer daño, porque el aborto daña a quien mata, el feto, y a quien le gesta, su madre.

¿Puede defenderse la verdad a contracorriente, si nadie se aventura a definir qué es la verdad? ¿Existe una verdad que constituya un eje moral que nos permita discernir lo bueno de lo malo? ¿O será bueno lo legalmente aceptado y malo lo legalmente reprobado?

Paso a puntualizar algunas evidencias -verdades- que parecen haber sido ignoradas por los que sentencian de manera injusta, cuyo desprecio o ignorancia empujan fatalmente a decisiones maleficentes:

La evidencia científica confirma, sin paliativos, la existencia de una vida humana a partir del momento de la fecundación. Los avances en el conocimiento del desarrollo embrionario no permiten establecer ningún cambio en cuanto a la naturaleza de este ser humano. 

Un aborto no es sólo la “interrupción voluntaria del embarazo” sino un acto simple y cruel de interrupción de una vida humana. El feto, en el claustro materno no forma parte de la sustantividad ni de ningún órgano de la madre, aunque dependa de ésta para su propio desarrollo.

Negar el derecho a la vida a un ser humano por ser inmaduro supone arrogarse la capacidad de otorgar o retirar la dignidad merecedora de derechos a los individuos más frágiles e indefensos, cuyos precedentes históricos han resultado devastadores en todo caso. Frente al «todos tienen derecho a la vida», el derecho a la vida ya no es para “todos”, sino solo para los nacidos. Se da paso así, a una desigualdad y/o discriminación entre vidas humanas que merecen o no ser protegidas.

El aborto constituye un atentado no solo contra la vida del nasciturus, sino también contra la salud de su madre, como evidencian numerosos trabajos científicos. Por lo tanto, no puede afirmarse que el aborto contribuya a la salud en ningún caso de ninguno de los implicados, ni puede justificarse en nombre de la libertad de la mujer, que no puede disponer de la vida de su hijo.

Considerar el aborto como un derecho de la mujer constituye una perversión: negar el derecho a la vida de algunos para afirmar el derecho de otros a extinguirla supone un grave atentado contra la dignidad humana.

No facilitar a las mujeres que experimentan un embarazo no deseado toda la información relativa a la naturaleza del aborto y sus consecuencias, así como de las alternativas que le permitan continuar con la gestación, es atentar contra su autonomía y su capacidad de decisión libre.

Las mayorías también se equivocan. En este caso es la mayoría de un tribunal, el TC. Y lo grave de estos errores es que mueven a nuevas distorsiones en otras mayorías que interpretan como certidumbres los errores de otros, por generalizados o mayoritarios. Una conciencia bien formada, que discierna el bien del mal, el favor del daño, debe constituirse como el verdadero espacio de la libertad, que alza su voz ante la injusticia, aunque sea esta promovida por una mayoría confundida.

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