En vacaciones, mejor mirar hacia dentro (José Manuel Pagán, ABC)

En vacaciones, mejor mirar hacia dentro (José Manuel Pagán, ABC)

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“Su mujer miró hacia atrás y se convirtió en estatua de sal” (Gn 19, 26). Así se relata en el Génesis la consecuencia que tuvo para la mujer de Lot -el sobrino de Abraham-, mirar hacia atrás buscando el bienestar y la seguridad material, la riqueza, la opulencia que le ofrecía la ciudad de Sodoma y no entender la necesidad de avanzar en busca de la salvación, de la plenitud, del sentido de vida, ese que no está garantizado por los bienes materiales.

En este tiempo de verano, en el que muchos disfrutan de las vacaciones, conviene reconocer la importancia del descanso, especialmente en una sociedad, la occidental, la nuestra, acostumbrada a trabajar y vivir deprisa, con Queen y su I want it all and I want it now (“Lo quiero todo y lo quiero ahora”) como banda sonora. La aspiración de tener, hacer, experimentar y consumir todo, se ha convertido en un ideal, y la posibilidad de perderse algo en una amenaza que nos aterra. Y todo ello bajo la premisa de que “el tiempo es oro” y, por tanto, cualquier pérdida de tiempo se vive como un drama.

Es precisamente en este contexto donde conviene hacer un merecido elogio al descanso, que podemos representar en ese “monte” al que pudieron haber escapado Lot y su mujer, huyendo así de la destrucción de Sodoma, y al que renunciaron. La mujer de Lot, como tantos otros hoy, anhelaba vivir y experimentar el máximo posible, no perderse nada, cumplir todos sus deseos, y no pudo dejar de mirar atrás, añorando esa forma de vida.

Un descanso que no se improvisa, un descanso, cuyo arte debemos aprender. En una sociedad en la que parece que solo cuentan la acción y el trabajo, donde la productividad y la utilidad se anteponen a todo, donde las ciudades son ruidosas y tenemos dificultad para permanecer en silencio, no es fácil parar y concedernos un tiempo de descanso, que muchos pueden ver como una ofensa al rendimiento y a la eficacia.

Es importante que dediquemos tiempo, que perdamos el tiempo en las realidades importantes que dan sentido a la existencia de uno y que tendrá que haber identificado antes. Y esto hoy, que vivimos una conspiración contra toda clase de vida interior, no es fácil y, sin embargo, nos va la vida en ello. Y es que, cuando uno se adentra en su propia interioridad y toma conciencia de su existencia acaba cuestionándose el sentido de la misma y descubre la vida como un don recibido, como un propósito a desarrollar, y empieza a discernir y valorar cómo y de qué manera disponer del tiempo que se nos regala.

El padre Cantalamessa nos ofrece un análisis certero de la realidad que vivimos: “El movimiento característico de nuestra civilización actual no es centrípeto (entrar dentro de uno mismo), sino centrífugo (salir de uno mismo); no es la vuelta a la unidad, sino la huida hacia la multiplicidad; no es la tendencia al ser sino a la acción y al tener”.

Aprovechemos este tiempo de verano para “apartarnos” de la agitación del mundo, para distanciarnos de nuestras actividades ordinarias, para buscar “ser” antes que “hacer”, para demostrar (y demostrarnos) que no estamos dominados por la acción, por el primado de la eficacia, y entreguémonos al descanso, entendido como un fin en sí mismo, que me humaniza y me ayuda a una renovación interior.  

Recordemos con San Bernardo que “no avanzar en el camino de la vida es retroceder”, así que no miremos con nostalgia atrás -como la mujer de Lot-, buscando experiencias, relaciones y placeres nuevos, y miremos hacia delante, buscando la salvación, el sentido de vida. No dejemos de luchar contra la salificación y estemos atentos, porque nunca es demasiado tarde para volvernos columna de sal.

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