Enrique Echeburúa subraya que “creer al menor abusado sexualmente y tener una buena vida social le permiten desarrollar una vida normal en el futuro”

Enrique Echeburúa subraya que “creer al menor abusado sexualmente y tener una buena vida social le permiten desarrollar una vida normal en el futuro”

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Uno de los mayores expertos de España en el tratamiento de personas que han sufrido abusos sexuales en la infancia, Enrique Echeburúa -catedrático de Psicología Clínica de la Universidad del País Vasco y autor de obras de referencia como Abuso sexual en la infancia: víctimas y agresores (Ariel, 2000) o Manual de violencia familiar (Siglo XXI, 1998).- ha impartido un seminario en el Campus de Valencia-Santa Úrsula de la Universidad Católica de Valencia (UCV).

En el acto, que ha sido organizado por el Máster Universitario en Psicología General Sanitaria y por el Máster Universitario en Psicología Jurídica de la UCV, Echeburúa ha asegurado que “si la familia de un menor abusado cree su testimonio, uniéndose a él como una piña; y si, además, tiene una buena vida social con amigos y en el colegio, en el futuro podrá desarrollar una vida normal en lo cotidiano, lo afectivo y lo sexual”. Otras personas, “por ser más vulnerables o por tener una familia desestructurada, necesitarán un tratamiento en la vida adulta”.

Así, el 80% de los menores que ha sufrido un incidente de esta clase presenta una sintomatología psicológica “a corto plazo”, según ha relatado el catedrático de la UPV. A largo plazo, ese porcentaje puede disminuir a un 30 o 40% de los casos, en base a la mencionada “credibilidad” al testimonio del menor por parte de padres o de instancias judiciales.

No obstante, Echeburúa ha incidido en que la tasa de éxito con las personas adultas que acuden a consulta por problemas que son consecuencia de abusos está en torno al 70%, “con tan solo un año de seguimiento”. No olvidarán el acontecimiento traumático “pero ya no lo revivirán”.

CAMBIOS BRUSCOS DE COMPORTAMIENTO QUE PUEDEN INDICAR UN ABUSO

Por otro lado, el reputado psicólogo vasco ha subrayado que aunque no existe un “mapa” de los efectos sufridos por culpa del abuso sexual, sí existen dos cambios “especialmente importantes” que pueden detectarse en un niño que ha sufrido un episodio de este tipo: los cambios bruscos de conducta y los cambios en la esfera sexual.

Los primeros son variados, pero podrían resumirse en que el menor empieza a comportarse de manera distinta a los meses anteriores mostrándose “especialmente irritable o miedoso”, o con actitudes “con un sentido del pudor exagerado, como no querer desvestirse delante de sus padres”. La razón no es siempre un abuso sexual pero sí lo es en muchos casos.

En el caso de los cambios en la esfera sexual, se trataría de la aparición de una “sexualización excesiva”, en la que el menor empieza a hacer preguntas o utilizar un vocabulario sexual impropio de su edad; o justo lo contrario, “como mostrar un gesto de desagrado ante un beso que se dan sus padres o el deseo de cambiar de canal cuando aparece una muestra de afecto en una película”.

Asimismo, Echeburúa ha expuesto que pueden darse muchos más cambios, “desde llantos incontrolados, temor a la oscuridad, pesadillas o un nivel de nerviosismo que antes no presentaba el menor”. En el caso de abusos sexuales en infancia “no suele haber testigos ni huellas físicas”, por lo que el único dato que puede hacer sospechar de un incidente así son los cambios psicológicos. El problema de estos también es que no hay “una lista de cambios cuya causa sea claramente un abuso sexual”.

SIN MIEDO AL “HOMBRE DEL SACO”, LA MAYORÍA DE ABUSOS SON INTRAFAMILIARES

De igual modo, Echeburúa ha asegurado que “no hay que tener el miedo al hombre del saco”, dado que el mayor riesgo de un abuso sexual “no está en un desconocido sino principalmente en el entorno familiar y después, en el cercano”. Los casos de abuso por parte de desconocidos son “mucho menos habituales”, aunque se deba estar atento “a las redes sociales e internet”.

“El periodo de mayor incidencia del abuso infantil suele darse entre los 6 y los 10 años, en su mayoría niñas, y el agresor es habitualmente un varón del entorno intrafamiliar, un padre, padrastro, abuelo, tío o hermano. Con menos frecuencia se da también en el entorno de personas conocidas: amigo de los padres, monitores deportivos, maestros, vecinos… Son edades en el que el niño posee menos capacidad para defenderse y no es muy consciente de lo que constituye un abuso sexual. Estas personas tienen ascendencia sobre el menor y una capacidad de poder y seducción muy grande”, ha manifestado.

En ese sentido, el catedrático de la UPV ha remarcado la importancia del trabajo de concienciación de los menores sobre la maldad de estos actos y de la necesidad de darlos a conocer. Para Echeburúa es una “gran labor” que deben llevar a cabo “los padres y los docentes en el ámbito de la educación sexual”.

“Antes de los cinco años es muy difícil que el menor alcance el nivel de conciencia necesario para comprender que ha sufrido un abuso, pero a partir de esa edad sí que distinguen una muestra afecto de un comportamiento sexual. Pero también hemos de enseñárselo. Se le debe ir mostrando que manipular sus genitales, hacerle ver películas pornográficas o exhibirse ante ellos no son conductas adecuadas. Hemos de enseñar al niño a ser celoso de su intimidad; ha de distinguir el mundo de su intimidad del de su educación y del de sus afectos”, ha indicado.

INCIDENTES OCULTOS

Los abusos no son siempre acontecimientos claros en la mente de una persona adulta; pueden recordarse de manera vaga o incluso no recordarse, tal y como ha recordado el catedrático de la UPV: “Muchas veces el abuso de infancia se manifiesta en el adulto a través, por ejemplo, del síndrome de estrés postraumático. Un síntoma sería, por ejemplo, tener pesadillas recurrentes en relación con situaciones de abuso sexual, aunque no se refieran a tu propia persona. Otros síntomas suelen ser ansiosos o depresivos, o problemas relacionados con la sexualidad como la falta de deseo al revivir los sentimientos experimentados en el momento del abuso”.

En otros casos, el abusado puede llevar una vida “más o menos normalizada” en la infancia y la adolescencia pero al establecer relaciones de pareja más adelante aparecen conductas “anómalas”, como dificultad “para mostrar emociones de ternura o afecto” o “embotamiento sexual”. También puede suceder que acudan a consulta al tener hijos, “que les han hecho revivir la situación en su cabeza”, o al descubrir siendo ya adultos que la conducta que tuvieron con ellos no era la correcta “gracias al aumento actual de concienciación social” respecto a esta cuestión.

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