“Existe hoy en la educación una mentalidad utilitarista y empresarial que deja jóvenes huérfanos de conocimientos”

Jesús María Usunáriz y Juan Gomis

“Existe hoy en la educación una mentalidad utilitarista y empresarial que deja jóvenes huérfanos de conocimientos”

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“Existe hoy en la educación una mentalidad utilitarista y empresarial que deja jóvenes huérfanos de conocimientos”

Las humanidades, abreviación anglosajona de lo que en el mundo latino-germánico siempre se ha conocido como ciencias humanas, son un extenso grupo de ciencias y disciplinas cuyo objeto de estudio es el hombre. De un modo diferente, eso sí, al de las ciencias sociales, pues su labor es estudiar a la persona desde el punto de vista de sus manifestaciones inherentemente humanas.   

Si se hiciese una encuesta por las calles de cualquier ciudad española preguntando qué es la investigación, la mayor parte de las respuestas la relacionarían con ramas del conocimiento como la medicina, la biología, la química o la astronomía. Algunos situarían también en ese ámbito a ciencias aplicadas como las distintas ingenierías o la informática, pero probablemente muy pocos hablarían de investigación refiriéndose a saberes como la música, la filosofía o la historia. Y, sin embargo, no podrían estar más errados.  

En la Universidad Católica de Valencia (UCV), de hecho, la investigación en el área de las ciencias humanas no deja de crecer. Ejemplo de ello es la labor del Institut Isabel de Villena d’Estudis Medievals i Renaixentistes (IVEMIR-UCV) dirigido por la profesora Anna Peirats, que investiga textos europeos tardomedievales desde la literatura, la teología o la historia del arte.  

Profesores que llevan a cabo investigaciones humanísticas son también, por ejemplo, Josep Antoni Aguilar, en el área de la literatura catalana medieval; Eva Lara, sobre lo mágico en la cultura hispánica; Emilio Ramón, sobre la novela contemporánea; Vicent Zuriaga, en el campo de la iconografía; y Clara Bonet, que estudia el teatro en el Siglo de Oro. Otra de las investigaciones de la UCV consolidada la dirige el historiador Juan Gomis, y tiene por objeto de estudio la cultura popular impresa del siglo XVIII.  

Junto a algunos de los expertos mencionados y otros procedentes de diversas universidades españolas, Gomis ha participado en un reciente seminario de la UCV sobre las representaciones del mal en la literatura, el arte y la cultura española, cuya primera ponencia ha pronunciado el también historiador Jesús María Usunáriz, profesor de la Universidad de Navarra.   

Ambos, Gomis y Usunáriz, estarán seguramente muy cerca de la postura del biólogo Edward O. Wilson, doble ganador del Premio Pulitzer, que en su libro El significado de la existencia humana (Gedisa, 2016) defiende la tesis de que son las humanidades, y no las ciencias, lo que distingue al ser humano. No estarán tan de acuerdo con Wilson en su afirmación de que solo la ciencia, sin embargo, puede responder a las eternas tres preguntas del hombre: quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos.   

Si no sabemos de dónde venimos, al menos en lo que se refiere a historia, los poderosos pueden hacernos caminar hacia donde no queramos, ¿no? De hecho, en los mítines electorales y en el Parlamento se suelen escuchar muchas veces lecturas populistas del pasado con la intención de vendernos proyectos políticos que nos conduzcan a una futura Arcadia feliz.  

Jesús María Usunáriz: Los populismos son un ‘ismo’ más de tantos que hemos tenido en nuestra historia contemporánea, pero adaptado a los nuevos tiempos. Un ismo que se resuelve en muchos casos en un radicalismo, con las consecuencias que eso tiene para todos nosotros y que estamos padeciendo hoy en día en nuestras sociedades y en el conjunto de Europa: un enrarecimiento de la convivencia. Y el peligro real, como estamos viendo en Ucrania, de un enfrentamiento que va más allá de las palabras y que nos hace temblar.  

Juan Gomis: Las situaciones de crisis suelen provocar, como nos enseña la historia, el surgimiento de posicionamientos políticos radicales que proponen soluciones inmediatas y simples a problemas complejos. Y, como también nos enseña la historia, estos populismos no pueden despreciarse porque, en caso de arrastrar a una mayoría de votantes desencantados, pueden conducir al desastre.  

¿Qué nos dicen del autoflagelo español sobre el Descubrimiento de América cada 12 de octubre, a causa del revisionismo ‘woke’? ¿O de la exaltación del pasado imperial como si los españoles fuésemos la quintaesencia civilizadora?   

J.M.U.: En España pasamos de la leyenda negra a la leyenda rosa, y de la leyenda rosa a la leyenda negra. Pero hay una leyenda gris, con unos grises más claros y otros más oscuros. Debemos ser racionales y no caer ni en los pasados gloriosos ni en los horrendos pasados. En nuestra historia hay momentos de los dos tipos, pero la gran mayoría son grises.  

¿Qué opinan, en concreto, de la ley de Memoria Histórica?  

J.M.U.: La memoria no es historia; la memoria es subjetiva. Esa es la gran diferencia. Se pueden recordar los hechos de una determinada manera y la historia es la que debe compaginar varias memorias para llegar a una visión lo más realista posible respecto de lo que ocurre. La memoria es muy subjetiva y la historia intenta no serlo; no lo va a conseguir nunca, pero lo intenta. La memoria, sin embargo, lo va a ser y eso convierte a la ley en subjetiva, en un enfrentamiento que va más allá de las palabras y que nos hace temblar.  

Además, a mí nadie me tiene qué decir cuál debe ser mi memoria. Ni Franco tenía que decirme cuál debía ser mi memoria después de la guerra, ni ahora tampoco pueden hacerlo otros. Nadie puede imponer una memoria concreta. Tengo derecho a mis recuerdos subjetivos, siendo consciente de que no son historia. Cada uno tenemos una memoria y una interpretación del pasado, pero después debe llegar el historiador para hacer una búsqueda honrada de la verdad, realizando una amplia consulta de fuentes con diferentes criterios y a partir de ahí construir un relato de los hechos lo más aproximado a la verdad posible. La búsqueda de la verdad es la misión del humanista.  

Hablando de memoria, en las leyes educativas que se han ido sucediendo en los últimos años el aprendizaje memorístico está poco menos que proscrito. Además, en Secundaria y Bachiller se han ido reduciendo las horas de clase y los conocimientos necesarios para aprobar asignaturas como Historia. Todo ello siguiendo las indicaciones de ciertas corrientes pedagógicas que lo apuestan casi todo al aprendizaje basado en competencias.  

J.M.U.: A los pedagogos que piensen así les diría que vuelvan a su casa sin utilizar la memoria, a ver qué les pasa. Se nos olvida que el ejercicio de la memoria y, con ella, la adquisición de conocimientos, es imprescindible para que el estudiante posea un pensamiento crítico que lo capacite para discernir. Sin la adquisición de conocimientos eso es imposible.  

Es cierto que determinadas formas de enseñar historia se quedaban exclusivamente en la memorización, y eso es un error; pero lo de aprenderse de toda la lista de reyes godos es algo anticuado, a mí nunca me obligaron a sabérmelos. Sí me obligaron aprender una serie de fechas, lugares y eventos, y después a analizar las causas y consecuencias de esos hechos. De esa manera es como se adquiere el pensamiento crítico. Lo contrario es empezar la casa por el tejado, animar a la gente a que opine sin saber.  

J.G.: El mantra de que el conocimiento está a solo un clic es rotundamente falso. En todo caso, la información está a un clic en internet; igual que en el pasado estaba en las bibliotecas. Información y conocimientos son cosas distintas. La información hay que digerirla, trabajarla y analizarla, para lo que es necesario poseer unas herramientas. Sin conocimientos no pueden desarrollarse competencias.   

En el fondo, la competencia así entendida está vinculada exclusivamente a la utilidad, y el saber no se puede medir en términos de utilidad. De hecho, ya la propia pregunta de para qué sirve determinado conocimiento (filosófico, histórico, literario, artístico) es de por sí perniciosa.  

J.M.U.: El conocimiento humanístico no permite construir un puente, pero tiene su repercusión en el día a día de los seres humanos porque supone reflexión sobre el presente y sobre el pasado. Y supone investigación para procurar un mayor conocimiento de lo que hemos sido y de lo que somos, de lo que hemos sentido y sentimos. Todo esto enriquece al ser humano.  

Sí, pero no enriquece la cuenta del banco, ¿no? Permítanme hacer de abogado del diablo.  

J.G.: Poner el acento en la cuestión práctica y utilitarista es un tremendo error, porque significa aplicar a la educación una mentalidad empresarial, algo que solo puede empobrecer a los alumnos al establecer como único objetivo de su formación la salida profesional.   

Están retrocediendo las asignaturas de corte humanístico y hay un gran desprecio por el saber y por los contenidos, que se presentan artificialmente opuestos al aprendizaje competencial por una mentalidad utilitarista y empresarial que deja jóvenes huérfanos del conocimiento, que es la base del pensamiento crítico y reflexivo. Es una deriva dicotómica un poco peligrosa y, por desgracia, no parece tener visos de solucionarse.   

J.M.U.: Déjame añadir solamente que, además de lo útil y lo práctico, la educación debe perseguir formar a personas que busquen el bien. La educación ha de ser integral y su objetivo, el de elevar al ser humano.  

Historiadores de toda España han criticado el destierro de períodos históricos anteriores a la contemporaneidad en los planes de estudio escolares. ¿A qué creen que se debe esta decisión?   

J.M.U.: Es ciertamente llamativa y responde a unos intereses que no se entienden muy bien. No sé cuál es el sentido último de todo esto. ¿Aumentar el desconocimiento de la población en general? ¿Aumentar la ignorancia? Creo que es el único objetivo. O considerar que somos una especie de adanes, de modo que sólo en nuestra época se han descubierto una serie de cosas…  

J.G.: Se tiende a pensar que solo el conocimiento de la contemporaneidad basta para comprender los tiempos actuales. Esta idea es, por un lado, rotundamente falsa, porque hay muchísimos elementos del presente cuya comprensión exige ir más lejos de 1789. Por otro lado, revela una idea muy pobre sobre la enseñanza de la historia, que debería incluir no solo el aprendizaje de un relato sobre el pasado, sino también una introducción al método del historiador en el aula, con la crítica de fuentes como objetivo prioritario.  

Póngannos algún ejemplo que ilustre la importancia de remontarse más allá de la Revolución Francesa.   

J.M.U.: De entrada, habría que decir que no se puede entender la realidad actual sin conocer los sucesos de la política internacional de los siglos XVII y XVIII. Buena parte de los conflictos del siglo XX y del XXI responden a una evolución histórica. Tampoco se puede entender el mapa europeo actual sin conocer lo que ha sucedido desde finales de la Edad Media.  

Buena parte de los conflictos del siglo XX y del XXI responden a una situación heredada de tiempo atrás. Tampoco sería comprensible buena parte del pensamiento, de la propia cultura y forma de ser de los europeos de hoy, que responden a los criterios del pasado. Somos herederos de todas las épocas.  

Si no se conoce qué fue el Rus de Kiev no se entiende, en parte, lo que está sucediendo en Ucrania, ¿no?  

J.M.U.: En efecto, y como eso todo lo demás. Pero la necesidad de ese conocimiento no significa que nos ate el pasado, pero sí que hay que conocerlo para no olvidarlo. De lo sucedido antes de nuestra existencia obtenemos lecciones sobre errores y aciertos de la historia humana, las causas de lo que sucede hoy ante nuestros ojos.   

De cualquier modo, la reducción de horas en colegios e institutos de enseñanza en asignaturas como Literatura, Filosofía o Historia parece que sí apunta a una depreciación palpable del conocimiento humanístico. ¿En las universidades está pasando algo similar?  

J.M.U.: En mi opinión, las humanidades como tales no han sido prestigiadas en los últimos años, pero siguen jugando un papel fundamental. Depende de las universidades, pero, en muchos casos, se sigue teniendo muy en cuenta la opinión, el criterio y el punto de vista de las humanidades; si no, ya hubiesen desaparecido hace mucho tiempo. Y siguen estando ahí, a pesar de todas las crisis y limitaciones que se siguen poniendo.  

A veces se nos limita en lo respectivo a la financiación de proyectos de investigación porque se considera que son asuntos superfluos. Por la naturaleza de nuestra área de conocimiento no necesitamos una gran cantidad de dinero, pero sí, al menos, de un soporte económico aceptable para nuestras publicaciones o para la organización de congresos, por ejemplo. Es esencial que los investigadores de humanidades nos reunamos y compartamos conocimientos en contextos de ese tipo.   

Sin embargo, si vamos a los temas del seminario que están realizando ustedes (la caza de brujas de los siglos XVI y XVII, la superstición, la retórica visual del mal, los rituales punitivos...) puede parecer que estudian temas reservados para académicos, alejados del interés público, por así decirlo.   

J.G.: En absoluto. La brujería, por ejemplo, es un tema relevante que cuenta con una amplísima historiografía porque toca las mentalidades y creencias de las sociedades española y europea de los siglos XVI y XVII, y por eso tiene conexiones también con el presente. Las investigaciones en este ámbito también clarifican episodios históricos como la Inquisición, que, contrariamente a lo que piensa el imaginario colectivo, en España preservó de la quema a muchas mujeres acusadas de brujería.   

Aun así, algunas cuestiones parecen un tanto extravagantes. Usted, don Jesús María, ha investigado sobre el parto en la Edad Media. No se me enfade.  

J.M.U.: (Ríe) No, déjeme explicárselo. El rito del nacimiento supone todo un descubrimiento en las formas de pensar, creer o sentir de la población. El mundo del parto reúne una serie de cualidades fantásticas, como en su momento pasó con los estudios sobre historia de la muerte, que estuvieron muy de moda durante muchos años.   

Volviendo a la brujería y la superstición, estas temáticas nos enseñan mucho más de lo que son en sí mismos. Muestran lo mezquinos que somos los seres humanos y cómo la mezquindad forma parte de nuestra forma de ser. Porque sea en este o en otro tema, buscamos la censura, la persecución, la crítica y el desprecio del otro. Así, investigar esto nos enseña mucho sobre este tipo de comportamientos a lo largo de la historia. También nos enseña otras cuestiones como el mundo de las relaciones sociales, de las creencias, de la imaginación, de las vinculaciones entre la cultura popular y la cultura de élite…  

Eso que ha dicho sobre que los hombres buscamos la censura, la persecución, la crítica y el desprecio del otro sí es muy actual. La cultura de la cancelación actual viene a ser lo mismo, ¿no? La historia se repite.  

J.M.U.: Así es, de hecho, cazas de brujas ha habido en el siglo XV, XVI, XVII… en el siglo XX y probablemente en el siglo XXI, aunque estas brujas sean de otro tipo. Todo el mundo sabe qué es la caza de brujas política. ¿O qué fue el mccarthismo? La persecución del otro por lo que piensa, por lo que cree o por lo que se considera que piensa, cree o hace. La demonización de todo un grupo, de un sector o de una creencia por el hecho de pensar de una manera que otros consideran que hay que condenar o perseguir. Y esto se repite en muchos puntos y épocas. Basta que miremos lo que nos rodea.  

J.G.: Conecta también con el tema de las masas y el chivo expiatorio. Es decir, siempre vas a encontrar conexiones con el presente e identificar situaciones análogas. Ante una crisis como la del covid enseguida se buscaron chivos expiatorios. Es por ello que las investigaciones en humanidades, aunque versen sobre temas tan concretos como éste, permiten siempre extraer un mensaje para el hoy. Al final, el conocimiento humanístico abre parcelas de la realidad presente en el pasado. Abre la mente y hace que la vida valga un poco más la pena ser vivida.  

Ahora, sí, ya entre nosotros, si un hijo les dice que quiere estudiar Historia, ¿qué le dirían ustedes? ¿Seguro que no le empujarán más bien a hacer una ingeniería, que hay más trabajo y se gana más?  

J.M.U.: (Ríe) En mi caso tengo de todos los tipos: un hijo ingeniero, otra filóloga y el pequeño, que estudia Derecho. Mis padres no tenían estudios y me dieron plena libertad para escoger, pero es verdad que si hoy un chaval dice que quiere matricularse en Historia le ponen mala cara en casa.   

J.G.: Si un joven desea ser historiador y se dedica con pasión a ello, dándolo todo, se abrirá camino y disfrutará viviendo de un oficio tan estimulante como este. Como lo podrá hacer con cualquier otro que le permita desplegar al máximo sus capacidades.  

J.M.U.: Al fin y al cabo, ¿qué sabemos de lo que sucederá en nuestra vida?  

 

La organización del seminario 'Representaciones del mal en la literatura, el arte y la cultura hispánicos', desarrollado en el marco de la Semana de la Ciencia, ha abierto un cauce de colaboración entre el grupo de investigación Humanidades Digitales de la UCV, que dirige Juan Gomis, y el prestigioso grupo de investigación Siglo de Oro de la Universidad de Navarra, del que es miembro Jesús M. Usunáriz. 

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