Hace solo unas semanas, en el acto de graduación de los alumnos de la Facultad de Magisterio y Ciencias de la Educación celebrado en el Palacio de Congresos, recordábamos con unos minutos de silencio, rezando por su recuperación y un cerrado aplauso lleno de cariño a nuestro querido compañero Juanjo Zabala, hospitalizado desde el mes de diciembre.

Era una manera de darle las gracias por su empeño -realmente magistral- en la preciosa tarea de educar a tantas generaciones, desde hacía 25 años, en la Facultad de Magisterio (su querida Escuela de Edetania). Con todo, el Señor ha querido llamarlo a su presencia. Él sabe más y nos quiere mejor, no hay duda. Es verdad que nos deja una pena inmensa porque Juanjo era un maestro en todos los sentidos: para los alumnos y para nosotros, como compañeros.

Si llegaba un tutor nuevo a la Facultad, se le insinuaba que hablara con Juanjo, para que le comentara lo fascinante de la tarea y cómo llevarla a cabo. Sorprendía comprobar cómo podía estar pendiente de cada alumno; no para ofrecerle una protección sin sentido, sino para animar, si uno quería tirar la toalla; para exigir, cuando era preciso, con cariño, pero con fortaleza, buscando sacar lo mejor de cada uno, porque los quería de verdad. Todos los alumnos que han pasado por sus aulas le admiraban: sabía bien a dónde les conducía y, sobre todo, daba la tranquilidad de que ¡uno se podía fiar de él! Era creíble porque siempre iba por delante y ayudaba a crecer. Poseía la verdadera “autoridad”.

 Todos hemos aprendido de su nobleza, de su lealtad a la Universidad Católica de Valencia, de su responsabilidad en el trabajo, de su generosidad para pasar temas y prácticas a los nuevos que íbamos llegando al departamento, de su pasión por la educación, que consideraba como una obra de orfebrería (la cuidaba al detalle); hemos aprendido de su buen hacer y también -quizá incluso más- de sus “fallos”, cuando a lo mejor no dominaba su genio tan vivo. Pero, si algo nos cautivaba de Juanjo es que al poco rato pedía perdón con toda sencillez. ¡Vaya lección de humildad!

Ha pasado por la vida sin “hacer ruido”, sin fotos en la red, sin micrófonos y, sin embargo, con su persona nos ha educado a todos.

No quería jubilarse y el Señor accedió a su deseo. Estoy segura de que desde el cielo seguirá “cuidando” de cada uno de los que formamos parte de su querida UCV. Gracias, Juanjo, por tu coherencia de vida.

Mª Consolación Isart, decana de la Facultad de Magisterio y Ciencias de la Educación.