Entrevista a Javier Ros e Isabel Senabre
“Hoy muchos padres están pagando la pornografía a sus hijos al comprarles el móvil”
Noticia publicada el
miércoles, 1 de junio de 2022
El llamado caso de la «Manada» en los sanfermines de 2016 descubrió el fenómeno de los abusos y violaciones grupales a gran parte de la sociedad, desconocedora hasta ese momento de la existencia creciente de este tipo de conductas. Si atendemos a los avisos del Gobierno, así como de multitud de sociólogos, psicólogos y criminólogos expertos en la materia, estos delitos siguen aumentando desde entonces en toda España. Aunque no existen datos oficiales, los recabados en los últimos seis años por entidades como la Fundación ANAR o Save the Children apuntan a que así es. De hecho, en el pasado mes de mayo se alcanzó una nueva cifra en relación a estos crímenes, al producirse nada menos que cuatro denuncias, dos en Andalucía y dos en las localidades valencianas de Villarreal y Burjassot.
El perfil más común de víctima de estos crímenes es el de una menor. Según afirman desde ANAR, el 10% de las agresiones sexuales a chicas que no han alcanzado los 18 años se realizan ya en grupo; en muchos casos, llevadas a cabo por varones que tampoco han superado la mayoría de edad. En ese sentido, tanto las fuerzas de seguridad como diversos especialistas han subrayado el descenso en la edad de los implicados, tanto víctimas como victimarios.
La opinión mayoritaria sobre las causas de estas conductas delictivas por parte de aquellos que las investigan desde distintos ámbitos académicos apunta directamente al consumo de pornografía, entre otros factores. El psicólogo Jorge Gutiérrez, por ejemplo, afirma en su conocido libro La trampa del sexo digital que cada vez más estudios muestran la “conexión” existente “entre violencia, agresividad y pornografía”. Coinciden con Gutiérrez la también psicóloga Isabel Senabre, profesora y responsable del grupo de investigación Adolescencia, Adicción y Desarrollo de la Universidad Católica de Valencia (UCV); y el sociólogo Javier Ros, docente de la UCV y director del curso Educar para el Amor.
Al respecto de las «manadas», el director de programas de la Fundación ANAR, Benjamín Ballesteros, ha señalado que los jóvenes observan en la pornografía comportamientos “en los que se denigra la mujer o se tienen relaciones sexuales en grupo y acaban normalizando algo que no es normal”. ¿Este tipo de contenido es el principal responsable de tan terrible fenómeno?
ISABEL SENABRE: Es un componente clave, sin duda. En primer lugar, debemos ser conscientes de que los niños y adolescentes tienen cada vez más fácil acceder a contenido pornográfico gratuito, y la edad de comenzar a verlo está disminuyendo. En segundo, hemos de conocer el proceso de consumo escalado en el porno, que podríamos resumir en que los vídeos que pueden ser llamativos al principio, al cabo del tiempo ya no lo son y el consumidor necesita algo que le impacte más, igual que pasa con la adicción a sustancias. Vas pasando cada vez a imágenes más duras, incluidas las grupales, que son violentas, las acabas por normalizar y aparecen pensamientos sobre cómo podrías hacer eso tú también.
JAVIER ROS: Detrás de esas conductas hay varios elementos, como el consumo de alcohol o drogas en ocasiones, pero es cierto que la pornografía presenta comportamientos que los jóvenes tienden a imitar después. Un informe de Save the Children de 2020 dice que el 47% de los adolescentes lleva a la práctica lo que ha visionado en el porno. Incluso en relaciones de pareja, en general, el 12% de las actitudes violentas o digamos ‘pornográficas’ de los hombres se hacen sin consentimiento de sus parejas. En un artículo de la revista Archives of Sexual Behaviour, la publicación científica más importante del mundo sobre comportamiento sexual, las investigadoras Emily Vogels y Lucia O’Sullivan exponen que el 80% de los jóvenes se involucra en comportamientos sexuales agresivos después de haber visto porno.
La imitación, de cualquier manera, no se ciñe solo a esta clase de contenido, sino que abarca todo lo que aparece en las pantallas de los adolescentes, incluidas las series. Vivimos en un ambiente en el que la sexualidad es un juego. El mensaje transmitido a los jóvenes desde las instituciones y desde el mundo educativo es que su cuerpo es suyo y pueden hacer lo que quieran, consigna que activa la maquinaria de la libido y la gratificación.
Después de instalar la idea de que se puede hacer lo que uno quiera se les explica que es necesario el consentimiento del otro y que hagan sexo seguro. Esos mensajes contradictorios desorientan a los chavales y, al final, se someten a lo que el cuerpo les pide, a lo que está de moda y, este es un factor clave, a la presión del grupo. Este tiene tanta fuerza porque el sentido de pertenencia es importantísimo para los seres humanos, sobre todo en esas edades. Los adolescentes necesitan un grupo de referencia en el que sentirse valiosos y queridos, cosa que en casa muchas veces no encuentran.
¿A qué se refiere con eso último?
J.R.: Pues que muchos adolescentes y jóvenes viven el fenómeno del desarraigo, dentro de una sociedad en la que la familia está muy desestructurada. Es abundante el divorcio y los padres trabajan muchas horas, por lo que el control del consumo audiovisual y de redes sociales de los hijos en el hogar es muy bajo. Eso nos deja con gran cantidad de niños solos en casa durante largas horas y desde edades muy tempranas, sin corrección ni acompañamiento, muchas veces con desconocimiento de los propios padres de las rutinas y actividades de sus hijos. Así, en el marco de una cultura hipersexualizada, los menores se adentran en el mundo de las pantallas, con todo lo que puede encontrarse en el espacio online.
Hay otro elemento clave que habrá que estudiar en profundidad: la presencia del abuso sexual en la infancia. Muchos adolescentes y jóvenes han pasado por ahí, en un número mayor de lo que sospechamos y en los lugares donde menos lo esperamos. Estos traumas desequilibran totalmente la sexualidad del niño y contribuyen a que se sitúe en escenarios complicados.
Muchos expertos hablan en los medios de comunicación de un consumo «excesivo» y «extemporáneo» de pornografía en la actualidad. Entienden, supongo, que existe una cantidad y una edad no dañina para ver porno. ¿Cuál es su opinión al respecto?
J.R.: Hay quien defiende la utilización del porno para la educación sexual -existen programas en el norte de España donde esto se está implementando- o paralelo al consumo de drogas, llamado ‘chemsex’, como ha hecho la Conselleria de Igualdad diciendo, eso sí, que se haga de una manera moderada.
Padres y educadores enseñan a los niños que hay cosas que no se pueden hacer, como insultar, mentir o pegar porque hacen daño a la persona, a la relación entre seres humanos. Con la pornografía sucede exactamente lo mismo: siempre es nociva, sin importar edad o grado de consumo. No existe un nivel de tolerancia no tóxico; ni porno blando ni porno duro.
I.S.: Así es. La investigación en pornografía proporciona una evidencia científica importante sobre cómo esta genera actitudes violentas y lleva a la adicción; y existen muchos grupos clínicos de trabajo y profesionales de la salud que denuncian la legitimación de su visionado. No puede normalizarse algo contra lo que existen evidencias clínicas del importante daño que hace su consumo, además, por supuesto, de disfunciones sexuales, problemas de relación sexual en la pareja o problemas emocionales, afectivos y sociales que llegan a interferir en la vida diaria. Surgen en el consumidor, por ejemplo, una pérdida de interés en otras actividades y procesos de aislamiento porque, cuanta más pornografía ves, más te vas a seguir refugiando en ella.
Por otra parte, toda imagen sexual fuerte o violenta que veas y te genere, además, un placer instantáneo, no tiene nada que ver con la realidad. El porno lleva a un placer que no vas a encontrar en la vida real; inserta en ti unas escenas sexuales que esperarás, generando unas expectativas irreales sobre futuras relaciones. Eso conduce a problemas en tu vida presente, pero también a medio y largo plazo.
J.R.: Nos encontramos a gente que ha salido del consumo habitual de pornografía, incluso de la adicción, en la que quedan unas heridas que comportan graves dificultades para obtener placer sexual en una relación normal. Se da una falta de atracción, problemas de erección, problemas de percepción de la relación, cosas realmente tremendas. La realidad de la sexualidad es mucho más compleja, rica, valiosa y profunda que la visión distorsionada del porno.
Estos contenidos no respetan la dignidad de la persona porque en ellos no existe respeto alguno por el valor de la sexualidad, que es lugar del encuentro íntimo entre hombre y mujer, espacio de máxima privacidad donde es posible generar la vida y en el que la persona expresa tanto sus mayores fortalezas como sus mayores debilidades. El porno muestra conductas que no responden a las necesidades del ser humano y a sus grandes aspiraciones. Son situaciones sexuales de violencia, dominación y utilización de la mujer; existen contenidos incluso peores que un grupo de hombres usando a una chica, verdaderas aberraciones.
Detrás del porno se encuentra una gran industria que gana muchísimo dinero porque facilita tremendamente la adicción, aunque no siempre lleve a ella. La pornografía es una gran aliada y puerta de entrada, además, al alcohol o la droga.
Una psicóloga indicaba recientemente en una radio nacional que las manadas responden también a una manera «cosificadora» de entender las relaciones, potenciada por el mundo virtual. Supongo que a ello contribuirá algo que recoge el informe (Des)información sexual: pornografía y adolescencia, de Save the Children: los adolescentes españoles ven porno por primera vez a los doce años y casi el setenta por ciento lo hacen de forma frecuente.
J.R.: Lluís Ballester, un sociólogo y filósofo que es profesor en la Universidad de las Islas Baleares, está publicando informes todos los años sobre esta cuestión y sus datos son un poco más alarmantes. Según sus estudios, el primer acceso a la pornografía es a los ocho años y con catorce el consumo es generalizado. Hay un resultado realmente alucinante: el noventa por ciento de los universitarios, gente con formación superior, piensa que el porno es fiel a la realidad. ¡Si la pornografía es la ciencia ficción del sexo!
Nuestros jóvenes están poco formados y poco acompañados. Su nivel educativo es bajo, su capacidad crítica está por los suelos y su percepción de la realidad, totalmente deformada. Hoy en día se educa en que la realidad debe acoplarse a ti, no en que tú eres el que debe descubrir lo que existe en la realidad. Luego, claro, en las relaciones hay muchos problemas, como los ya señalados.
I.S.: Al final, el consumo de pornografía te lleva a instrumentalizar el sexo, pues es una forma de obtener placer individual. Por el contrario, los católicos concebimos la relación sexual como una donación al otro, en la que no solo estoy yo; el otro es persona por encima de todo. El porno elimina esa perspectiva porque todo está en función de mi propio placer. A partir de ahí no hay límites y se va siempre a más. Como comentaba antes Javier, la enorme potencia económica de la industria del porno intenta que no se hable de la adicción que genera, además de transmitir la idea de que cierto nivel de consumo es funcional. Se está interiorizando la idea del sexo solo en función del placer.
Lo mismo ocurre con las series que consumen los jóvenes en las diferentes plataformas. Tienen un contenido sexual brutal que se acerca mucho al pornográfico porque, como el espectador ya está familiarizado con este, cada vez le impacta menos una relación sexual donde no haya actitudes violentas.
El pasado año se denunciaron un total de 2.143 agresiones sexuales, lo que significa un 34% más que en 2020 y un 14% más que en 2019. Benjamín Ballesteros, director de programas de la Fundación ANAR, dice que para frenar este ascenso hay que “educar en una sexualidad sana y respetuosa, enseñar a los adolescentes a gestionar sus emociones y a desarrollar un componente más humano de la sexualidad, que no se base solo en el placer”. Parece una postura que entra en contradicción con la visión posmoderna de la sexualidad, nacida de Mayo del 68. ¿Es imposible querer lo primero conservando lo segundo?
I.S.: Totalmente. El concepto actual de la sexualidad se basa en que esta tiene que ver solo con el cuerpo, y eso es una falacia. Los datos van a ir dando cada vez más la razón a la idea opuesta: en la sexualidad entra en juego toda nuestra persona. En ella se expresa todo nuestro ser; nuestro físico, nuestra afectividad, nuestra psicología, nuestra parte social… No puedes tener una relación sexual solo con el cuerpo de alguien.
De hecho, si hieres a alguien en su sexualidad lo hieres en su vida, a lo mejor lo dejas incapacitado para funcionar en lo afectivo, en lo emocional. Cuando hay una herida en la sexualidad –y cada vez habrá más, fruto de esos actos violentos que seguirán aumentando-, lo que se pretende es obtener placer con una persona a la que se ha cosificado, reduciéndola a su cuerpo.
J.R.: Debemos enseñar a nuestros adolescentes y jóvenes que el placer no puede ser el fin, porque este es siempre mirarnos a nosotros mismos. El ‘yo, mi, me, conmigo’ conduce al aislamiento. Puedo hacer lo que quiera con quien sea, sin nadie que me corrija… pero eso, ¿es ser libre o estar solo?
Esta visión de la sexualidad es parte de una sociedad occidental postcristiana, postliberal y postdemocrática. Existe un gran control legislativo y otro a través de los sistemas virtuales. La censura y lo políticamente correcto van que vuelan, la presión de las masas idiotizadas va en aumento y la fe es arrinconada. Es necesario hacer un esfuerzo ‘recivilizatorio’ importantísimo, activando lo que nos ha dejado la cultura occidental de origen judeocristiano y latino.
¿Cómo se puede vehicular ese esfuerzo?
J.R.: Chesterton decía que en el futuro habría que sacar la espada para defender que la hierba es verde y creo que la tendríamos que haber sacado hace tiempo, presentando una visión alternativa -desde la formación y desde la cultura, pero sobre todo desde la experiencia familiar y personal- en la que se vea al otro como un don, no como alguien del que sacar partido, que es una de las raíces del consumo pornográfico. La persona que tienes enfrente posee un valor incalculable, es única e irrepetible, con una dignidad inalienable.
I.S.: Creo que necesitamos sentarnos, reflexionar con nuestros jóvenes y con todos, analizar en qué consiste el acto sexual y cómo nos relacionamos en él con el otro. Seguro que nos vamos a entender ahí porque el sexo como donación es una idea que tenemos intuitivamente dentro, más allá de nuestras ideologías. Ello debe ir ayudando a nuestros jóvenes a entender que uno no se puede relacionar desde la violencia.
J.R.: Todo eso hay que trabajarlo en casa y en clase. Hemos de formar a niños, adolescentes y jóvenes en que somos mucho más que nuestros impulsos y nuestras emociones. Ambos son importantísimos, pero si no están integrados en la persona, desde la razón y desde la voluntad, iluminadas por la fe, no vamos a ningún sitio, porque nos convertimos en animales. ¿Qué son las manadas sino una animalización de la conducta, con la protección del grupo y el macho alfa?
El abuso de una chica por un grupo de hombres es una consecuencia evidente de la visión de la sexualidad que nos está saltando en la cara ahora, pero las hay que son a medio o largo plazo. Vemos cómo está aumentando la ansiedad y el estrés en los jóvenes; la primera causa externa de muerte en personas entre 14 a 25 años es el suicidio y las cifras van creciendo en toda Europa, y en España especialmente. La concepción del sexo actual provoca a largo plazo en los chavales dificultades para las relaciones interpersonales, autodesprecio y autolesiones, entre otras cosas.
Debemos apostar por un nuevo modo de vivir cuyo eje social sea la dignidad y valor de la persona. Las familias son la gran potencia para que se produzca el cambio social necesario.
I.S.: Además, cuando hablas con los jóvenes sin entrar en dogmas, más desde el humanismo cristiano, entienden perfectamente la visión que tú les das. Es necesario, sin ninguna duda, formación de este tipo que les lleve a reflexionar sobre cómo son, cómo es el ser humano y qué expresa en la sexualidad. No tenemos la capacidad de decidir: “Ahora me voy a expresar solo con el cuerpo”; esto no va a así.
Se habla también de que la imitación del porno por parte de los jóvenes está favorecida por un uso descontrolado de las redes sociales. Con ello volvemos al eterno debate sobre menores y tecnología. ¿Cuáles serían sus recomendaciones a los padres en este ámbito?
J.R.: Una empresa educativa norteamericana de élite a nivel mundial llamada Waldorf, que tiene colegios en todo el mundo, cuenta con un buen número de ellos en California. Allí se encuentra Silicon Valley, donde se han establecido las grandes compañías tecnológicas como Facebook, Google o Instagram, y muchos de sus empleados llevan a sus hijos a los centros Waldorf. El dato no resultaría significativo de no ser porque en esas escuelas no se utilizan tabletas. Es decir, la gente que sabe cómo funcionan internet y las redes sociales no quieren que sus hijos accedan a las pantallas y sus contenidos hasta determinada edad.
Dejando a un lado esta anécdota tan llamativa, hemos de ser conscientes de que móviles, tabletas y redes han llegado para quedarse y no podemos vivir como los amish. Lo que debemos hacer es aprender a gestionar estas tecnologías. En primer lugar, hay que tener claro que los padres tenemos el derecho y la obligación de educar a nuestros hijos; en segundo, que hemos de habilitar espacios y tiempos para convivir en familia, para escuchar a nuestros hijos, para presentarles nuestras inquietudes y hablar, más allá de estos temas. Debemos conocer muy bien el ámbito en que se mueven nuestros hijos, con quién van; en bastantes ocasiones he preguntado a padres que me dijesen el nombre de algún profesor o amigo de su hijo y no saben ni uno.
I.S.: Muchas veces los padres dan un móvil a sus hijos sobre los nueve o diez años, o coincidiendo con la entrada en la ESO, por miedo a que les pase algo y así el niño les puede llamar cuando haga falta. También se hace buscando que el hijo se socialice mejor porque los demás niños tienen móvil. Sin embargo, no son conscientes de todos los riesgos a los que los exponemos con esa decisión. Por ejemplo, que los jóvenes quieran quedar y conocer gente es un fenómeno absolutamente normal en la adolescencia porque están en la edad de explorar, salir y ser autónomos. Pero si eso lo juntas con el acceso a redes sociales es posible que los hijos queden con gente que no conocen.
La Asociación Americana de Pediatría recomienda que no se dé móvil a un hijo menor de 15 años, por ejemplo. En mi opinión, los niños no deben tener un teléfono con acceso a internet porque no poseen los recursos necesarios para afrontar los escenarios peligrosos que se pueden presentar con su uso. Estamos demasiado acostumbrados a chiquillos que se convierten en unos adictos a colgar vídeos en Tiktok y eso no les hace ningún bien. Lo que yo recomiendo, de todos modos, es buscar que nuestros hijos tengan criterio porque hasta los 18 años es mucho tiempo sin móvil y se sienten la oveja negra de la clase. A mis hijos les ha pasado, y han tenido teléfono a partir de los 14 años. Pero la no conexión con las redes hasta esa edad les ha protegido.
J.R.: Pienso que la posesión del móvil por parte de un menor debe retrasarse al máximo. Hoy los padres están pagando el porno a sus hijos al comprarles el teléfono, además de pagar la wifi de casa y los datos. En ese sentido, lo primero que hay que entender es que el móvil o la tableta es de los padres y que, por tanto, ellos deben tener también las contraseñas de acceso a todo. Esto no se hace para coartar la libertad del hijo sino para que sepa que en esas herramientas hay unos límites porque existen elementos nocivos que no pueden distinguir todavía a causa de su edad.
Los padres somos la ortopedia que ayuda a los niños a controlar y manejar sus apetencias, sus impulsos, y que pone límites para que entiendan que hay cosas que están bien y otras que están mal. A ser posible debe haber también alguien cercano en sus redes sociales, como un sobrino mayor, que pueda avisarnos de cosas improcedentes que hayan colgado nuestros hijos.
I.S.: Es necesario que los niños entiendan que hasta que sean mayores de edad los padres pueden revisar su móvil porque son menores, y la responsabilidad de la educación está en los progenitores. Esto se debe hablar de alguna manera con ellos, que no sea una imposición sin más.
¿Y sobre las horas y espacios de uso del móvil? Ese es un continuo tira y afloja en muchas familias.
J.R.: El tiempo de uso del móvil debe estar también establecido, con límites como el momento de estudiar o el de las comidas; con una hora al final del día para dejar el móvil en el salón y no usarlo ya hasta el día siguiente; y con la retirada del teléfono cuando infrinjan las normas, sin ningún miedo a ser firmes. Debemos saber también qué aplicaciones tiene instaladas en las tabletas, y que no haya redes sociales o juegos en las que utilicen para estudiar.
I.S.: Existen aplicaciones muy útiles que los padres se pueden instalar para controlar dónde están sus hijos, cuántas horas usan el móvil y a qué contenidos acceden.
J.R.: Sí, se pueden hacer muchas cosas, pero la cuestión es si estamos dispuestos a hacerlas. Muchos padres no lo están porque es muy cómodo que el niño esté con la tableta o el ‘smartphone’ sin molestarnos y así podemos hacer lo que queramos. Por eso, desde mi punto de vista, el problema no es la tecnología, sino los padres. Algunos de ellos, además, son peores que los niños, pasan mucho tiempo de cara a las pantallitas. ¿Qué le van a decir luego a sus hijos?
Del mismo modo que las agresiones sexuales, aumentan los datos sobre violencia contra la mujer. ¿Cómo se explica que ahora se produzcan más ataques contra las mujeres que hace unos años, cuando medios e instituciones insisten continuamente en valores como la igualdad? Hace unos días, sin ir más lejos, la delegada del Gobierno en la Comunidad Valenciana, Gloria Calero, preguntó en un acto, en referencia a dos recientes violaciones grupales: “¿Qué os está pasando a los hombres?”. En vuestra opinión, ¿nos pasa algo?
J.R.: Antes de nada, hay que saber que la respuesta sexual es totalmente distinta en varones y en mujeres, pues se basa en el sistema hormonal de cada uno. Una subida de testosterona activa al hombre y le da más fuerza, más impulso sexual. Si la visión generalizada de la sexualidad consiste en “haz con tu cuerpo lo que quieras” nos hallamos en el escenario de un varón hipermotivado en una sociedad hipersexualizada. Y estos son los resultados.
Por otro lado, la testosterona ni es buena ni es mala, simplemente es, existe. No olvidemos que hace falta una masculinidad con un empuje y una fortaleza sanas para sacar adelante ciertos proyectos o para defender a los nuestros de agresiones externas. Una fortaleza sana es, por ejemplo, defender a tu hijo de peligros a los que él no puede hacer frente por su edad, tener un par de narices y decirle: no vas a tener redes sociales o ver este tipo de contenidos. Y ser firme en ello.
También existe una agresividad sana, lo hemos visto en Ucrania. Es justo defenderse del enemigo que te ataca. En el fondo, los occidentales vivimos en la burbuja espacio-temporal de la sociedad del bienestar, estamos muy bien, nadie nos agrede. Pero vete al otro lado de Gibraltar y me cuentas si son necesarias la fortaleza y el empuje masculinos para defender a los tuyos.
I.S.: Hace no mucho un instituto de Madrid realizó una campaña con el objetivo de ayudar sus alumnos en estos temas y se dieron cuenta de que la formación teórica que los jóvenes recibían no la trasladaban luego al terreno afectivo. Recibían una información que no interiorizaban.
Como ya hemos dicho, la escalada en el consumo pornográfico hasta las imágenes sexuales violentas ayuda a desarrollar conductas como las de las manadas. Si tenemos a multitud de adolescentes que pasan muchas horas al día viendo esos vídeos sin ningún control paterno –los hombres son los mayores consumidores, con gran diferencia-, sabemos lo que acabará sucediendo.
Incluso con el aumento de casos de violencia contra la mujer, ya sea física o sexual, el porcentaje de hombres que incurre en esa clase de comportamientos sigue siendo muy pequeño. ¿Existe una voluntad de criminalizar a los varones colectivizando culpas individuales?
J.R.: En el actual contexto cultural la masculinidad está muy desdibujada y se la equipara con la violencia. Esto es una falacia. ¿O es que solo consideramos violencia lo físico? La mujer también la ejerce; la de tipo físico, en menor medida que el hombre a causa de la testosterona y de los ambientes sociales y educativos en los que vivimos, pero también existen la violencia psicológica y verbal.
Además, un elemento muy significativo de la sociedad actual es que el fracaso escolar es masculino. Tenemos a muchísimos jóvenes con poca educación, valores, buenos hábitos y capacidad reflexiva. Multitud de chicos pasan muchas horas en la calle sin aspirar a nada en la vida, jóvenes que entran en un mercado laboral con condiciones pésimas y que no pueden independizarse. Junto a todo ello, existe una gran inmadurez en los varones, situación que tiene componentes biofísicos, educativos y culturales.
Obviamente, el machismo ha existido y en capas sociales bajas sigue manteniéndose a niveles altos, pero no podemos meter en un saco a todos los hombres. Tampoco a todas las mujeres. Se señala a veces el perfil del machista autoritario y el de la mujer dependiente como modelos prevalentes, pero no es así; y cada vez menos, gracias a Dios. En el fondo, se victimiza a todas las mujeres para enviarles el mismo mensaje que a los hombres: que no necesitan a nadie. La realidad, sin embargo, es que somos seres dependientes y necesitamos a alguien que nos corrija, que nos enseñe lo que no sabemos. El otro día en clase les dije a las alumnas que lo sentía por ellas si no necesitaban un príncipe azul que les salvara. Yo sí lo necesito y se llama Jesucristo.
¿Qué respuesta se puede dar ante las situaciones que hemos tratado –violencia sexual, pornografía, sociedad hipersexualizada- desde el humanismo cristiano?
J. R.: La moral sexual católica se ha presentado en muchas ocasiones como una serie de reglas que se nos imponen desde fuera. Hay una gran cantidad de católicos con cara de calamar, que piensan de forma normativa: “Como soy cristiano no puedo acostarme con mi novia”. Pues mira, chico, dedícate a otra cosa porque esa actitud no es católica, no has entendido nada.
La moral cristiana, en cualquier ámbito, responde a las necesidades y aspiraciones profundas del ser humano. ¿Por qué debo vivir en castidad? Porque vivir así es decir sí a un amor para siempre, fiel, que permanece, que es en el fondo lo que todos queremos. A mis alumnas de Magisterio les pregunto: “¿Os molaría encontrar a un tío que os quiere como sois y para siempre?”. Me responden que con uno así tienen bastante para toda la vida. En ese sentido digo que la moral católica, en sexualidad y en todo lo demás, es una respuesta a los deseos profundos del ser humano.
I.S.: Exacto. El mensaje cristiano tiene fama de que te hace renunciar a cosas, quitándote placeres que podrías disfrutar perfectamente. La realidad, sin embargo, es que la perspectiva sexual que te hace libre de verdad es la católica. La donación al otro con todo mi ser es un acto de responsabilidad en el que yo decido darme a ti tras el matrimonio porque el sexo es algo serio para mí.
La reflexión cristiana sobre la sexualidad es muy positiva; la Iglesia es una institución abierta, acogedora, preocupada por la vulnerabilidad del ser humano. Su punto de vista en este asunto contiene la donación total al otro, que muchos jóvenes no descubrirán al rechazarla de entrada.
¿Cómo se pueden mostrar las bondades del Magisterio de la Iglesia sobre la sexualidad a los adolescentes y jóvenes de hoy?
J. R.: Debemos presentar la vida cristiana como algo bello, atractivo y maravilloso, a los jóvenes y a toda la sociedad; pero para eso hace falta testimonio, vivir en cristiano, vivir la alegría de tener fe y que vean que se puede ser fiel, que no es una carga, sino algo estupendo y maravilloso que regenera las relaciones porque el otro se siente y se sabe amado.
En ese sentido, tenemos otro problema. Dentro de la Iglesia hay mucha gente que no tiene clara la moral sexual, porque la mundanidad ha penetrado en muchos sectores. Te dicen que la castidad, bueno, que eso es del siglo pasado… Pero no es verdad. Es posible vivir un noviazgo en castidad, que no es vivirlo reprimidos sino contentos porque puedes ver al otro más allá de sus atributos sexuales, donde el otro no es solo un lugar donde encuentro placer. En el otro me encuentro con alguien único e irrepetible y también con Dios, y descubro la vocación a la que ha sido llamado, que es amar y ser amado sin medida.
I.S.: Así es. Muchos jóvenes viven la moral sexual católica como un regalo que les ayuda a conocerse, a ser más responsables, a encontrar una persona con la que compartir una vida. En ella descubren elementos de la sexualidad que no conocían. Por eso creo que el humanismo cristiano tiene mucho que aportar, aunque exista el engaño de que cualquier perspectiva que te lleve a renunciar al sexo libre supone vivir menos la vida; es al contrario.
Además, los jóvenes cercanos a la fe no ven a las mujeres como una cosa con la que puedo obtener placer. He trabajado con chicos de catorce o quince años que no conciben la posibilidad de tocar sin permiso a una chica, y mucho menos de abusar de ella. Su respeto al cuerpo parte de concebir al otro como una persona en todas sus dimensiones. Creo que el punto de partida que aporta el humanismo cristiano en la antropología de la persona completa es fabuloso, más allá de lo que cada uno queramos hacer con nuestra vida.
¿Qué formula podría funcionar para implementar formación de este tipo en la Iglesia?
J.R.: Existen muchos modelos pastorales totalmente anticuados que no están respondiendo a las necesidades de la gente de hoy; y no me refiero al siglo XIX, hablo de modelos de los ochenta y los noventa. ¡Si ni siquiera podemos dar a los jóvenes de 2022 la misma respuesta que dimos a otros hace diez años! Debemos conocer de manera constante a qué chavales tenemos delante, cuáles son sus necesidades y sufrimientos, el mundo en el que se mueven. Se lo explico a los curas a los que doy clase: “¿Vosotros sabéis lo que es Tiktok o Instagram? ¿Sabéis lo que es un satisfayer?” Me dicen que no y les respondo que no pueden confesar si no saben lo que está viviendo la gente.
Se trata de entrar en contacto con la realidad para adaptarte a ella, pero desde la respuesta cristiana; es decir, desde el amor a la vida y a Jesucristo. Los católicos debemos buscar formación de calidad en moral sexual, que la hay y es accesible, y además es necesaria una experiencia propia sobre ella. Hemos de apostar por grupos de jóvenes guiados por matrimonios o por parejas de novios más mayores, junto a la labor de los sacerdotes. Aprovechemos todas las armas y el bagaje de veinte siglos de Tradición de la Iglesia.