José Vidal Taléns (Facultad de Teología)
Joseph Ratzinger - Benedicto XVI: Tres perspectivas para mirar hacia adelante
Noticia publicada el
martes, 10 de enero de 2023
Joseph Ratzinger. Perspectiva del futuro, hoy ya, presente para la Iglesia
El contexto de las reflexiones del joven sacerdote teólogo de Tubinga, J. Ratzinger, sobre el futuro de la Iglesia, en 1968-69, era de inmediato postconcilio, con problemas amenazantes para la Iglesia, provenientes de fuera y de dentro de ella, momento para el que el Espíritu puso a San Pablo VI para guiarla. Se publicaron en 1970 en un libro Fe y Futuro, (Sígueme, 1973. Desclée, 2007): “¿Bajo qué aspecto se presentará la Iglesia en el año 2000?” Su respuesta: “El futuro de la Iglesia puede venir y vendrá también hoy sólo de la fuerza de quienes tienen raíces profundas y viven de la plenitud pura de su fe”, convicción a la que ha permanecido fiel hasta el último momento.
Aquellas reflexiones han salido a la luz de nuevo, en estos últimos tiempos, porque llevaban un aliento de esperanza y una gran luz en medio de la crisis social del 68 y de la crisis eclesial cuando se intentaban poner en marcha las reformas del Concilio Vaticano II. La Iglesia habría de purificarse y encontrar nueva fuerza interior. La Iglesia se haría proporcionalmente más “pequeña”, respecto de la población y el pluralismo de ofertas religiosas, debiendo replantearlo “todo desde el principio”, desde Jesús y su Evangelio. Y Francisco concreta ahora: conversión personal y “conversión pastoral”, personas e instituciones, perder lastre y facilitar el encuentro con Jesús y los amigos de Jesús.
Intuyó la disminución del número de los fieles y de sus privilegios en la sociedad, para ser “minorías”, aunque creativas y luminosas. “Comunidades de elección”, es decir, se elegirá pertenecer a la Iglesia, y ya no por inercia o herencia social. Como pequeña comunidad, reclamará con mucha más fuerza la iniciativa de cada uno de sus miembros. Y Francisco concreta: la sinodalidad de la Iglesia requiere iniciativa, participación y comunión de laicos, religiosos, sacerdotes y obispos.
También se anticipó en que no serían necesarios tantos templos y habría que pensar en nuevas formas ministeriales. Pero no pretendía adivinar el futuro sino anunciar un “proceso”, que intuía difícil, de gran transformación y purificación de la Iglesia, volviendo a lo esencial, a la fe y la oración, la fe en la Trinidad, Encarnación y asistencia del Espíritu Santo en el tiempo de la Iglesia. En ese proceso se haría la Iglesia más pobre y de los pequeños, pero con mayor “fuerza interior” para proponer a Dios, ante un mundo de seres humanos en el que, al desaparecer Dios, quedan más solos e insolidarios. Y Francisco ha respondido: estamos en un cambio de época más que una época de cambios. Hay que iniciar procesos en Iglesia y misión evangelizadora, en lugar de ocupar espacios en el mundo. Más pobres y pequeños llevamos la alegría del Evangelio y podemos salir al encuentro de los hombres en sus periferias existenciales, convirtiendo nuestras comunidades en comunidades de acogida y sanación.
Con estas breves pinceladas deseo enfatizar la continuidad de la Iglesia de Jesucristo, cuyo futuro intuyó Ratzinger hace más de cincuenta años, y el momento actual de Francisco. El futuro que se intuyó es hoy presente con nuevo dinamismo suscitado por el Espíritu Santo, que nos envía el Papa que necesita la Iglesia en cada tiempo. La gran crisis social y eclesial que se veía venir, para la fe cristiana ha sido crisis de purificación y crecimiento, trayendo nueva fecundidad a la Iglesia.
Benedicto XVI, Papa, teólogo católico, en favor de la racionalidad humana
También mirando hacia adelante habría que destacar de su herencia su apuesta por el pensamiento, en concreto por la teología. Desde su opúsculo El Dios de la fe y el Dios de los filósofos (Taurus, 1962. Encuentro, 2006), asumía el desafío que el pensamiento tiene con la fe en un Dios referido al mundo y al hombre en la Creación, operando en la historia por la Encarnación y Resurrección de Jesús, Dios personal, persona que sale al encuentro del tú humano con vistas a una Alianza eterna. Y decía: “este conocimiento exige sin duda un nuevo examen en toda línea de las declaraciones filosóficas, un repensarlas como todavía no se ha ejecutado suficientemente”. Esta es, según mi parecer, la gran aportación de Ratzinger colaborando estrechamente con San Juan Pablo II y ya como Benedicto XVI: su incansable trabajo por la racionalidad de la fe cristiana, deudora ésta de la revelación de Dios en la historia de Israel y la de Jesús y sus discípulos. Un sí rotundo a la Teología al servicio de la Iglesia y del hombre.
En tiempos de Juan Pablo II, tuvo ocasión Ratzinger de prestar ese servicio teológico desde el cargo de Prefecto de la Doctrina de la Fe, con un nuevo Catecismo de la Iglesia Católica (CCE, 1992), obra colegial por parte de muchos obispos y consultores, como una enciclopedia del lenguaje de la fe, actualizado según la reflexión teológica y el sentido de la fe de la Iglesia, desde el discernimiento del Magisterio eclesial. Pero después la necesidad del pensamiento seguía viva. Quizá, aquella “circularidad de la fe y la razón” de la que habla Fides et Ratio (1998), sintetice las exigencias que postulaba Ratzinger y luego Benedicto XVI. Es decir, la fe necesita de la razón, para comprender y proponer en diálogo con la cultura, a Dios Redentor de lo humano. Pero la racionalidad humana necesita también abrirse a la luz de la fe para no absolutizarse y erigirse en medida de todo lo humano, porque el ser humano sólo puede medirse con la medida del Dios trascendente que le creó a su imagen y la del Dios encarnado en su Hijo Jesús.
Cuando ya como Papa, quiso publicar sus trabajos sobre Jesús de Nazaret, debió matizar que “estos libros no eran en modo alguno un acto magisterial, sino únicamente expresión de mi búsqueda personal del rostro del Señor”. Por eso, cualquiera es libre de contradecirme”, se entiende, con argumentos. Aquí tenemos un Papa que ejercía de teólogo entre los teólogos. Debemos mucho a este ejercicio del Papa que se permitía discutir datos y argumentos de exégetas y teólogos. Pero es muy de agradecer la distinción, porque aun siendo Papa, se nos ofrece un trabajo teológico, que abunda en argumentación y exige el trabajo esforzado de la Teología, que después de él aún se debe ejercer.
Por último, debería citarse la controvertida lección magistral de Ratisbona del 12 de septiembre de 2006, que no entendieron los medios de comunicación y dio pie a malentendidos a partir de una cita histórica, quizá no necesaria. Pero la tesis central que defiende era la ampliación de la estrecha noción moderna de racionalidad, que sólo se lograría “si la razón y la fe se reencuentran de un modo nuevo, si superamos la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y le volvemos a abrir sus horizontes en toda su amplitud”. Es verdad que la crítica de la razón ilustrada y experimental ha sido llevada por múltiples pensadores y culminada en nuevas metodologías. Lo que reivindica el teólogo católico es que el pensamiento engendrado desde la fe puede ser luz para el ejercicio humano de la razón al servicio de lo humano.
También es esta una perspectiva de futuro para la Iglesia católica, como una dimensión que le es esencial: una “fe que busca comprender” en diálogo con los hombres concretos y lo que en sus culturas ellos llegan a comprender. El Papa Francisco ha dado pasos adelante con su Instrucción Veritatis Gaudium (2018) encomendando al pensador cristiano y al teólogo que lleve aquel diálogo urgido ahora por una nueva etapa evangelizadora al encuentro de los pueblos, culturas y conocimientos, entre los que peregrina y evangeliza el pueblo de Dios, sensible al grito de los pobres y de la tierra.
El Papa puede dimitir y la Evangelización debe continuar
La Iglesia ha vivido los últimos años una experiencia inédita. Benedicto XVI renuncia porque siente que “el vigor tanto del cuerpo como del espíritu ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”. Permanecerá en su retiro en un monasterio del Vaticano, como Papa emérito, estudiando y orando por la Iglesia, mientras da el paso a que se elija el nuevo Papa. Tuvo la certeza de que había que dimitir contra el parecer de sus colaboradores más cercanos. ¿Qué significan sus palabras? Hay aludida una experiencia espiritual que pertenece a su intimidad con Dios, a cómo se dejaba conducir por la voluntad de Dios. Sólo nos queda respetarla y agradecer su fe y lealtad a la misión de la Iglesia por encima de su persona. Su gesto contribuirá al modo cómo comprender el primado de Pedro en el presente y futuro de la Iglesia. Y, sobre todo, su opción de retirarse coexistiendo como Papa emérito sin intervenir como Papa. Siempre reconoció que el único Papa de la Iglesia Católica era el elegido como su sucesor: Francisco. Otra cosa es que comprendiera más o menos la trayectoria de Francisco, incluso que le doliera alguna decisión. No intervino. Otra cosa es lo que otros hicieran o dijeran en su nombre.
Precisamente el largo tiempo del tándem Juan Pablo II y J. Ratzinger–Benedicto XVI, que sirvió a la Iglesia para consolidar la doctrina de la fe y moral, ha permitido a Francisco ahora centrarse 1) en cuestiones que hacen sufrir aún a los fieles a pesar de la claridad doctrinal, 2) en reformas institucionales y 3) en estilos más kerigmáticos, propios del anuncio y de gestos evangélicos que conviden a la fe y la vida fraterna entre los hombres. No olvidemos que la nueva etapa evangelizadora que promueve, contagiando de la pasión misionera a todo bautizado, “alegres discípulos misioneros”, viene en continuidad con los Papas, sus predecesores, del Concilio y postconcilio. Y que Benedicto XVI fue quien instituyó, en 2010, el nuevo Consejo Pontificio que debería "promover una renovada evangelización" en los países donde la Iglesia ha existido desde hace mucho tiempo", pero están viviendo una progresiva secularización de la sociedad y una especie de "eclipse del sentido de Dios". Y ahora, en 2022, el Papa Francisco lo ha unido a la Congregación de la Evangelización de los Pueblos dando origen al gran Dicasterio para la Evangelización, tratando de que toda la Iglesia, incluidas curias vaticanas y diocesanas, y todos los fieles se pongan al servicio de la Evangelización y la fraternidad humana.
Lo dicho: El Papa puede dimitir y la Evangelización debe continuar, ahora ya con la conciencia clara de que cada cristiano que se encontró con Jesucristo, el mayor amor y la mejor esperanza, no lo puede conservar para sí sino está llamado a darlo a conocer a los demás. Gracias a Benedicto XVI y gracias a Francisco, gracias al Espíritu Santo que suscita el Papa que la Iglesia necesita para cada tiempo.
José Vidal Taléns
Catedrático emérito de dogma
Facultad de Teología San Vicente Ferrer - Universidad Católica de Valencia