Juan Pablo II y los DDHH

Juan Pablo II y los DDHH

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Continúo con mi reflexión sobre los derechos humanos siguiendo el pensamiento y acción de Juan Pablo II, en cuyo pensar y vivir los derechos humanos no son una abstracción, algo teórico y fabricado por el pensamiento de algunos hombres, la afirmación de estos derechos no son fruto de una convención, ni de una concitación de voluntades o un consenso o convergencia de pareceres o de acuerdos. Esto es de una actualidad enorme cuando pensamos en Europa, o la nueva Europa, o cuando se están ofreciendo en programas políticos unos «nuevos derechos» que no encuentran justificación, son arbitrarios. Lo derechos humanos o la reflexión sobre ellos no son algo teórico, no son un constructo humano. Remiten sencillamente a la realidad, a la verdad de las cosas, a la verdad del hombre en toda su densidad y unidad; expresan todo el drama del vivir humano y del invariante humano que se manifiesta históricamente en las más diversas y decisivas situaciones y realidades donde se juega el ser del hombre y su suerte. Por eso mismo tienen que ver con esa pluriformidad del existir del hombre donde se pone de manifiesto el hombre tienen que ver con toda la vida del hombre, asumido en su totalidad y en su unidad. No son separables unos de otros, y son universales ya que corresponden a todos ser o persona humana por el hecho de serlo.
Todo esto es muy claro en el pensamiento del Papa san Juan Pablo II, quien no hace una reflexión sobre unos principios abstractos y universales, sino que siempre están referidos a las situaciones y dimensiones concretas pluriformes de la vida del hombre y a las diferentes y nuevas situaciones donde entra en juego la suerte del hombre y su logro, su dignidad y su verdad. Dicho también de otra manera, el Papa no hizo un tratado sistemático sobre los derechos universales del hombre, sino que se acercó al hombre, estuvo al lado de los hombres, se identificó con ellos en la pluralidad de situaciones en las que se despliega su existir y en todas ellas hizo emerger y defendió lo que constituye su dignidad más propia. Él, más que referirse a los derechos humanos en general y hacer una teoría de los mismos se referirá, hablando de las diferentes situaciones y realidades de los hombres, a los distintos derechos: el derecho a la vida, a la integridad física y psíquica, a la no discriminación de raza o de sexo, a la emigración y al asilo, a la propiedad, a la libertad de conciencia y de religión, de expresión y de información, a la libertad de asociación, a participar en los asuntos públicos, al trabajo, a la vivienda o habitación, a la educación y a la cultura, a los derechos de la familia y de los niños, de la comunidades religiosas, de las minorías, de los pueblos autóctonos, de las naciones y de los pueblos, el derecho a los bienes de la tierra y a una realidad ambiental sana, a la paz, a la verdad, o a ser libres.
El Papa san Juan Pablo II habló de todos estos derechos en concreto como realidades del hombre, se mostró defensor de todos ellos en el espesor de la vida; supo que en todos ellos – o en otras dimensiones o realidades que puedan emerger– lo que está en juego es el hombre; supo que el hombre es una unidad, que no es un conjunto de fragmentos, que no se pueden defender unos derechos y callar otros, u oponer unos frente a otros; supo, además, que cada hombre no está aislado de los otros, que no es sin los otros ni frente a ellos, ni que mis derechos vean en los otros unos enemigos o competidores; que no es posible la paz y la armonía entre los hombres y los pueblos cuando alguno de esos derechos se viola, o mejor, «que la paz fl orece cuando se observan íntegramente esos derechos, mientras que la guerra nace de su trasgresión y se convierte, a su vez, en causa de ulteriores violaciones aún más graves de los mismos» (Mensaje de su Santidad Juan Pablo II para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero 1999, El secreto de la paz verdadera reside en el respeto de los derechos humanos).
El hombre, los hombres, experimentan cuántos dolores y sufrimientos genera y acarrea su violación, experimenta el mal con toda su densidad cuando se conculca o pisotea, se destruye o se margina cualquiera de ellos todo el organismo humano sufre, todo el organismo de la humanidad padece, todo se cuartea. «Nunca a expensas el uno del otro, al precio de la esclavización del otro, al precio de la conquista, el atropello, la explotación y la muerte», dijo el Papa San Juan Pablo II con toda su fuerza junto a Auschwitz, en su primer viaje como Papa a su Polonia natal. Por eso mismo no es accidental que la Declaración Internacional de los Derechos del Hombre – «hito en el largo y difícil camino del género humano», en expresión de Juan Pablo II (Discurso a las Naciones Unidas, 1979)– naciera de tan grandes y graves, dolorosas, experiencias y sufrimientos de millones de personas.
“No se puede negar, afirmó San Juan Pablo II, que, en la trama de nuestra historia contemporánea, tan difícil, la proclamación de la gran carta de los derechos fue un acontecimiento importante, y como un indicio del camino encontrado. Ciertamente, la Declaración no lo ha resuelto todo, no ha vencido el mal multiforme de los individuos, de las comunidades, de las naciones, de los continentes; pero no se puede discutir que se ha convertido en fuente de alguna luz, en punto de referencia y de recurso, en cierto testimonio de la justa prioridad del hombre y de la moral en medio de un mundo materialista» (Juan Pablo II).
¿No fue demasiado ingenuo el Papa al defender y proclamar, como sólo él lo hizo, con tanta claridad y convicción, firmeza y persuasión, constancia y valentía, los Derechos humanos? ¿Encuentra o encontró eco su discurso? ¿No parece ya superado el discurso sobre los derechos humanos? ¿No nos encontramos ante una nueva y gran crisis de los derechos humanos?

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