La dana también golpea a la comunidad universitaria

Testimonios de algunos afectados

La dana también golpea a la comunidad universitaria

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La dana también golpea a la comunidad universitaria

El pasado 29 de octubre tuvo lugar en Valencia una de las mayores catástrofes de la historia reciente de España. Una gran tormenta provocó lluvias torrenciales que acumularon más de 600 litros por metro cuadrado en algunos de los observatorios de AVAMET, como el de Turís o Chiva, lo que produjo el desbordamiento de varios ríos y barrancos y una serie de inundaciones relámpago que fueron especialmente catastróficas en los pueblos de la comarca de L’Horta Sud.

La comunidad universitaria no fue ajena al desastre, aunque la suspensión de clases en las sedes de Xàtiva y Alzira durante todo el día, y a partir de las 15 horas en el resto de las sedes, evitó que las perdidas fueran mucho mayores. No ha habido víctimas mortales, aunque sí hay que lamentar, y unirse en la oración, por el fallecimiento de algunos familiares. Además, un número importante de alumnos, profesores y personal de la universidad vivió momentos realmente angustiosos y sufrió, y está sufriendo, daños emocionales y materiales.

Estos son los testimonios de algunos de estos afectados.

Marina Cervera, estudiante de quinto curso de la doble titulación de Educación Infantil y Educación Primaria y vecina de Paiporta

Marina llegó a temer por su vida intentando volver a casa en el pueblo más castigado por la riada. “Esa tarde, después de acabar mi jornada de prácticas en el Colegio Salesianas-María Auxiliadora de Valencia, fui a dar clase de repaso a una niña en mi pueblo y, al poco de comenzar, entró la madre de la niña y me dijo que me fuera a casa porque el barranco llevaba mucha agua”, relata. “Llamé a mi madre y le dije que el barranco iba muy lleno y que la gente decía que se había llevado incluso un árbol que es centenario. Mi madre, que vive cerca, bajó a comprobar lo del árbol y me llamó enseguida llorando. Me dijo que se estaba desbordando el barranco y que fuera enseguida a casa”.

Marina señala a continuación ocurrió lo más extremo que ha vivido nunca: “Cuando casi estoy en la esquina de casa de mi madre, vi una tromba de agua arrastrando coches y contenedores que venía hacia mí, entonces empecé a correr y me metí en otra calle que, afortunadamente, está más alta. Vi cómo el agua destrozaba todo a su paso, y me puse a gritar y a llorar porque pensaba que me moría”.

La alumna de la doble titulación de Educación Infantil y Educación Primaria asegura que estuvo casi una hora corriendo por el pueblo. “Veía coches que se estampaban contra las fachadas, gente corriendo. Intenté meterme en Mercadona, pero también estaba lleno de agua y decidí dirigirme a las huertas para esquivar el agua y los coches. En ese momento, pensé en una amiga que vive cerca, en un piso. Y, no sé ni cómo ni por dónde, llegué. Me abrió la puerta del portal, subí y entró el agua al portal. Ahí me salvé. Llamé enseguida a mi familia y les dije que estaba a salvo. Fue como un milagro. A la hora de estar en casa de mi amiga, me llegó la alerta al móvil”.

Marina subraya que, a pesar de estar a salvo, la pesadilla no había acabado: “Desde el balcón vimos a mucha gente mayor pasar en sus coches arrastrados por el agua y ayudamos a todo aquél que pudimos. Después, al día siguiente, salimos a la calle y lo que encontramos fue barro, silencio y muerte”.

Carmen Fuentes, técnico en la Facultad de Veterinaria y Ciencias Experimentales y vecina de Catarroja

Carmen vive en una de las zonas más azotadas por la riada, el pueblo de Catarroja, donde el agua ha entrado en su casa y en la de familiares directos. Para ella, que ha perdido dos coches, todo comienza con una llamada del colegio de sus hijos: “Nos dicen que vayamos a por los niños, por previsión de fuertes lluvias. Yo lo digo en el trabajo y la decana me dice que me vaya a casa sin problema, y que diga a los demás compañeros que también pueden irse”.

“Recogemos a los niños, nos metemos en casa los cuatro y, a eso de la siete y veinte de la tarde, me manda un video mi suegra en el que se ve cómo empieza a correr el agua por su calle; no le di importancia porque siempre que llueve el agua corre por el pueblo”. Sin embargo, “nos asomamos y el agua ya iba por un palmo en nuestra calle. Empezamos a ver a gente que iba al aparcamiento municipal a sacar los coches y, en lo que tardé en ponerles los pijamas a los niños, el agua ya subía más de un metro”.

A partir de ese momento, Carmen recuerda aquella tarde con angustia: “Vimos cómo los vecinos de la planta baja de enfrente pudieron subir con una escalera al piso de arriba, y ya empezamos a ver coches bajando por la calle arrastrados por la riada y empotrándose contra paredes y puertas. Lo peor de todo fue oír los gritos de socorro y los martillazos de la gente intentando abrir agujeros en paredes y suelos para intentar salvar a sus vecinos. Nosotros, por suerte, vivimos en un primero, y además a unas malas podíamos subir a la terraza”, reconoce.

Para la trabajadora de la UCV, estos fueron los peores momentos y se extendieron hasta las tres de la mañana, “hora en la que el caudal bajó y pudimos abrir las puertas sacar algo de agua y barro. En ese momento, decidimos descansar un poco porque sabíamos que el día siguiente iba a ser muy duro”.

“Y lo fue, todo el mundo sabe cómo quedaron las calles. Sin embargo, a pesar de que la gente lo había perdido todo, la gente ni lloraba ni se quejaba. Sólo arrimaba el hombro para limpiar y ayudar en todo lo que podía. Eso me llegó al alma y es la mejor lección que me llegó del pueblo de Catarroja. Un pueblo trabajador y que espero pueda salir de esta”, subraya Carmen.

La técnica de la Facultad de Veterinaria y Ciencias Experimentales también está muy agradecida de la cantidad de voluntarios que a los pocos días llegaron a prestar su ayuda “en especial a los de la Universidad Católica de Valencia, que lo dieron todo por el pueblo de Catarroja”.

Mayelin Carmenate, técnico en el Hospital Virtual y vecina de Paiporta

Mayelín vive en Paiporta y reconoce que tuvo “mucha suerte al estar todos en casa, porque de haber llegado un poco más tarde no sé lo que habría pasado.  Aun así, bajé con mi marido para intentar salvar el coche aparcado junto al barranco. Cuando llegamos vimos cómo se lo llevaba el agua. Me dio tiempo a hacerle unas fotos para el seguro y enseguida volvimos a casa para ponernos a salvo”.

“La noche fue horrible, no paraban de estamparse coches contra nuestra finca y la de enfrente, el ruido que hacían al chocar era increíble. Llegas incluso a pensar que pueden derribar el edificio. Cuando dejaron de chocar coches el sonido del barranco era como escuchar el sonido del mar, un mar a diez kilómetros de la playa”, relata Mayelín.

“Pero, si la noche fue horrible -continua Mayelín-, la mañana puedo decir que fue peor. Salimos a ver si localizábamos el coche o la moto que se había llevado la riada y encontré varias personas ahogadas en la calle. Fue dantesco”.

A partir de ahí, “hemos colaborado en todo lo que hemos podido: limpiando en las calles, distribuyendo la ayuda que ha ido llegando al pueblo, llevando comida a personas mayores que tenían más difícil salir a la calle… En definitiva, hemos intentado tener la mente ocupada para no pensar en todo lo que ha pasado”, concluye.

Christian Vidal, responsable de Publicaciones y vecino de Algemesí

Christian también pudo llegar a su casa antes del desastre gracias a la suspensión de la jornada de tarde para el personal de administración y servicios de la Universidad.

El responsable de publicaciones lamenta que “el agua y el barro ha llegado a todas y cada una de las calles del pueblo. Yo he perdido mi coche y mi madre el suyo”. “En la memoria colectiva del pueblo siempre ha estado muy presente la pantanada del 82. Yo era muy pequeño, pero mi padre afirma que lo de este año es muchísimo más grave, porque entonces el agua pasó, en cambio, esta vez, ha venido con mucho más barro, ha hecho mucho más daño, y se ha quedado”.

“Desde el miércoles 30 no he parado de limpiar en las calles y de ayudar a mi hermana que tiene niños pequeños. La gente de otros pueblos se ha volcado con nosotros y eso es algo que me emociona, es la gente es la que está sacando esto adelante”, subraya.

En este sentido, Christian afirma que “nos sentimos abandonados con respecto otros pueblos. Nadie habla de Algemesí y el pueblo está devastado”.

Diego Navarro, profesor de la Facultad de Magisterio y Ciencias de la Educación y vecino de Chiva

Diego es vecino de uno de los pueblos más afectados por la dana y agradece la suspensión de las clases en la UCV a mediodía, algo que le permitió estar en ya en casa en los peores momentos: “Si llego a tardar una hora más en llegar, no sé lo que habría pasado. Aun así, en la autovía pasé realmente miedo”, señala.

En su casa le esperaban su mujer y su hija, que tampoco había ido al colegio. “Pese a que nos suspendieron las clases, preferimos no llevarla, y qué bien que hicimos, porque muchas de sus compañeras tuvieron que pasar la noche en el centro sin poder salir”, relata.

Diego y su familia pasaron varios días sin luz, agua y cobertura, pero, afortunadamente, no tuvieron que lamentar daños. “La situación de Chiva fue catastrófica a cincuenta metros a cada lado del barranco, pero el resto del pueblo no fue apenas afectado. Al día siguiente a la dana, cuando pudimos salir de casa y ver el desastre de la zona que rodea al barranco, vimos realmente la magnitud de la tragedia en Chiva. Después, cuando ya volvió la electricidad y la cobertura, fuimos conscientes de lo que se había vivido, y se estaba viviendo, en el resto de los pueblos implicados”.

A Diego se le quiebra la voz cuando habla de la cantidad de voluntarios y ayuda en forma de alimentos y material que ha llegado al pueblo. “La gente ha estado a la altura, ha arrimado el hombro para ayudar. Ahora lo que falta es coordinación para gestionar toda esa ayuda, que hasta el momento ha brillado por su ausencia”.

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