La Fiesta de la Ascensión del Señor
Noticia publicada el
lunes, 29 de mayo de 2017
Este domingo celebramos la fiesta de la Ascensión del Señor. cuando Jesús nos asigna una misión. El día de su ascensión al cielo, Jesús dijo a los Apóstoles: “Seréis mis testigos”, “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda la creación”. Somos nosotros hoy los llamados a dar este testimonio ante el mundo, como María, la primera y singular testigo de su Hijo y de su amor misericordioso, la primera y singular evangelizadora que proclama a la buena noticia a los pobres, los excluidos, los enfermos, la buena noticia de que son amados por Dios en el Hijo de sus entrañas virginales. Esta vocación y llamada es siempre actual, y quizá más actual aún en los tiempos que vivimos tan necesitados de Cristo.
No olvidemos que Jesús no se ha ido para desentenderse de este mundo, sino que ha querido precedernos como cabeza nuestra, y para que nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirle en su reino. La Ascensión implica el misterio de una presencia nueva de Jesús en la Iglesia: “Estaré con vosotros hasta el fin de los siglos”. El mismo y único Jesucristo está en la Iglesia y la Iglesia en Jesucristo. Por eso podemos decir con toda razón que hoy es el día de la Iglesia. Al Misterio de Cristo pertenece la Iglesia, que es inseparable de María, la primera partícipe de la victoriosa ascensión de Jesús. A la totalidad del misterio salvador de Cristo pertenece también la Iglesia, donde Él prolonga su presencia y su obra salvadora: “Seréis mis testigos hasta los confines de la tierra”, y María, nuestra Madre, prolonga especialmente esta presencia singular, que permanece como gran y singular testigo de Jesús.
Los cristianos no solo actuamos en el mundo recordando y secundando las palabras o enseñanzas de Jesús; es Él mismo quien, por su Espíritu, se sirve de la Iglesia para la salvación de los hombres. Cristo vive en la Iglesia, actúa en ella; por medio de ella cumple su misión, lleva a cabo su obra de redención por la palabra, los sacramentos, la vida de los cristianos. Cristo enseña a través de su Iglesia; en ella y por ella reina y comunica su santidad. Con la Ascensión del Señor y el envío del Espíritu Santo comienza el tiempo de la Iglesia donde Cristo está presente y actúa. El está unido para siempre con ella.
La Iglesia existe para hacer presente a Cristo en obras y palabras; existe para dar testimonio de Él; para evangelizar, es decir, hacer presente a Cristo en todo. La Iglesia existe para Cristo, es de Cristo, no sería nada sin Cristo. Todo ha de apuntar a Jesucristo; no podemos mirar a otro que a Jesucristo, no podemos dejar de mostrar a Jesucristo en todo, como hace María, madre, que nos muestra siempre a Jesús, abrazado por sus brazos de madre. La Iglesia, hoy como ayer y siempre, como en los primeros momentos en que es enviada por el propio Jesús antes de subir a los cielos, se presenta con el mismo anuncio y testimonio de siempre, con la misma y única riqueza y tesoro de siempre: Jesucristo. En Él y no en ningún otro podemos salvarnos. La fuente de esperanza para los hombres, para el mundo entero es Cristo; y la Iglesia es el canal a través del cual pasa y se difunde la corriente de gracia que fluye del Corazón traspasado del Redentor, que está con sus llagas abiertas intercediendo siempre por nosotros ante el Padre.
En los tiempos que se nos ha dado vivir, y siempre, todo debe conducirnos a Jesucristo, a acogerle, a dejar que su amor y su gracia, su salvación y su luz, su obra redentora actúe en nosotros, y por nosotros en los demás, y nos transformen, nos cambien, nos renueven y nos hagan ser hombres y mujeres nuevos. Todo debería conducir a que los hombres le conozcamos, le amemos y le sigamos como el camino y la pauta inspiradora, la verdad, de nuestra conducta individual, familiar, social y pública, el único programa válido para la renovación de la humanidad y de la sociedad de nuestro tiempo. La fiesta de la Ascensión nos convoca a que Jesucristo sea aquél a quien confiemos nuestras vidas y haga de nosotros testigos de que es el único mediador y portador de la salvación para la humanidad entera; pues sólo en Él la humanidad, la historia y el cosmos encuentran su sentido positivo definitivamente y se realizan totalmente, como acontece en María. Él tiene en sí mismo, en sus hechos y en su persona, las razones definitivas de la salvación; no sólo es un mediador de salvación, sino que es la fuente misma de la salvación, la salvación misma.
Cristo es el camino y su misterio es la clave de interpretación del hombre inconcebible. Jesucristo es la clave de interpretación de lo que es y está llamada a ser la humanidad entera en el designio de Dios. Cristo afecta a todo hombre, a todo lo humano, de manera total y decisiva. En Él está la salvación total y el logro del hombre, de manera irrepetible e irrevocable. ¡Abrid las puertas a Cristo! Aquí hay que situar la realidad tanto de la sociedad como de la familia. Ésta debe abrirse a Cristo, que es el que sabe, solo él sabe lo que hay dentro del hombre. Por otra parte, la familia cristiana de aquellos que se han casado en el Señor es un pequeña Iglesia, una Iglesia doméstica. Como toda la Iglesia, esa pequeña iglesia que es la familia es inseparable de Cristo.
En estos momentos, hermanos, debemos ser fuertes con la fuerza que brota de la fe, obra del Espíritu. Debemos ser fieles. Hoy más que nunca tenemos necesidad de la fuerza de la fe y del Espíritu. Debemos ser fuertes con la fuerza de la esperanza, que lleva consigo la perfecta alegría de vivir y no permitir entristecer al Espíritu Santo. Debemos ser fuertes con la fuerza del amor, de la caridad, que es más fuerte que la muerte. Animados por el Espíritu, debemos ser fuertes con la fuerza de la fe, de la esperanza y de la caridad, consciente y madura, responsable, que nos ayuda a entablar el gran diálogo con el hombre y con el mundo en esta etapa de nuestra historia: diálogo con el hombre y con el mundo, arraigado en el diálogo con Dios mismo –con el Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo–, diálogo de la salvación. Debemos mirar desde la tierra al cielo, fijar nuestra mirada en Aquel a quien hace dos mil años siguen las generaciones que viven y se suceden en nuestra tierra, encontrando en Él el sentido definitivo de la existencia, de la familia, de la sociedad, de todo.
Haciendo el bien al prójimo y promoviendo el bien común, testimoniemos que Dios es amor, como ha manifestado en la Ascensión de Jesús a los cielos. Por el tenor de la vida y el testimonio nuestro, de los cristianos, los hombres de hoy, los que están lejos alejados de la fe, los que no creen, los que pertenecen a otras religiones, los indiferentes, los escépticos, los agnósticos, habrán de descubrir que Cristo es el futuro del hombre, el rostro de Dios que ama a los hombres. El es la única respuesta a las grandes cuestiones del hombre y del mundo. La única respuesta a la sed insaciable de felicidad se llama Jesucristo; la única medicina para el desconcierto y el desasosiego que muchas veces paraliza, bloquea y llena de miseria el corazón humano es Jesucristo. Él nos enseña cómo el verdadero sentido de la vida del hombre no queda encerrado en el horizonte mundano, sino que se abre a la eternidad, al cielo. Mirando a Cristo, acogiendo a Cristo, siguiendo a Cristo, siento testigos de Él, siendo presencia suya, es como nosotros y todos los hombres, nuestros familiares y vecinos, nuestros contemporáneos y amigos, nuestros compañeros de trabajo o nuestros paisanos, podrán hallar la única esperanza que pueda dar plenitud de sentido a la vida.
La confesión de fe de este día en la Ascensión del Señor nos apremia a acercarnos a Jesucristo que es donde está el verdadero y pleno futuro del hombre y de la humanidad entera, y también la raíz de la nueva cultura de la vida y de la solidaridad, la nueva civilización del amor y de la unidad entre las gentes, la verdadera paz entre los hombres asentada sobre la verdad, la justicia, la libertad y el amor, que anticipan el reino de los cielos cuando Él sea todo en todos. Ningún pueblo y ninguna cultura pueden culpablemente ignorarlo sin deshumanizarse; ninguna época puede considerarlo pasado o superado; ningún hombre puede separarse conscientemente de Él sin perderse como hombre. Por eso, hoy, hermanos, esta fiesta, este acontecimiento de la Ascensión, las lecturas de la Palabra nos invitan a que demos testimonio, anunciemos y hagamos discípulos de Cristo, porque es donde está el futuro y la vida.
+ Antonio Cañizares Llovera
Arzobispo de Valencia