"La laicidad no es una religión y menos aún la de la libertad" (Cardenal Arzobispo Antonio Cañizares, La Razón)

"La laicidad no es una religión y menos aún la de la libertad" (Cardenal Arzobispo Antonio Cañizares, La Razón)

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Uno está acostumbrado a seguir atento lo que sucede, aunque no siempre se publique en los medios de comunicación. Días atrás, me he encontrado una carta del Sr. Ministro de Cultura y Secretario de Laicidad del PSOE dirigida a las ejecutivas provinciales del Partido Socialista con este título, «La laicidad, religión de la libertad». Vaya patinazo el del Sr. Ministro, porque sencillamente la laicidad no es una religión. Se trata de dos realidades no identifi cables, aunque en la cabeza y en la carta del Sr. Ministro así aparezcan: «Laicidad=Religión». La laicidad para él es un absoluto, la verdad no existe, la dictadura del relativismo se impone, solo vale la laicidad de las cosas, de los asuntos públicos, a partir de ahí la libertad omnímoda es una sensación y necesidad inmediata de esta idea de «religión» del Ministro. Lo menos que se puede exigir es precisión en el lenguaje, para no confundir siquiera a los de su Partido. El débil escrito tiene, por lo demás, mucha intención, ideología, revela bastantes cosas de las que no puedo callar, y nos da claves para entender actuaciones y proyectos gubernativos, aprobados o en curso. Señalemos de entrada que este escrito es una glosa o comentario ampliado de otro escrito, el del Sr. Presidente del Gobierno de hace unos años titulado «Somos socialistas. Por una nueva socialdemocracia» en el que se puede leer en el apartado sobre «retos», unas líneas dedicadas precisamente a impulsar el Estado o la sociedad laica. Es necesario tener claro el signifi cado de la laicidad como legítima autonomía de las cosas de este mundo, insistir tanto en la libertad religiosa de los ciudadanos como en la responsabilidad del Estado hacia ellos y adquirir conciencia de las funciones insustituibles de la religión para la contribución al consenso ético en la sociedad.

La laicidad de por sí no está en contradicción con la fe cristiana, desde sus comienzos, como religión universal no es identificable con un Estado, y la afi rmación del hombre creado por Dios, autónomo, pero no independiente de Él. Para la fe cristiana es claro que la religión y la fe no están en la esfera política, sino en otra esfera de la vida humana. La política, el Estado no es una religión, sino una realidad autónoma con una misión específi ca. La fe cristiana, en su libertad, en su belleza, en su esperanza y en su alegría, puede ser vivida perfectamente en un Estado laico, no confesional. El Estado debe ser laico precisamente por respeto a la religión en su autenticidad, que sólo se puede vivir libremente. Concretamente la Iglesia católica no sólo reconoce y respeta la distinción y autonomía entre religión-fe y laicidad, sino que es consciente, muy consciente de que es propio de la fe cristiana la distinción entre lo que es del César y lo que es de Dios (Cf. Mt 22,21), es decir, entre Estado e Iglesia. «No es posible idolatrar la sociedad como un ser colectivo que devora la persona humana y su destino irreductible. La sociedad, el Estado, el poder político y las estructuras que las sociedades establecen para sí mismas no pueden asumir el puesto de la conciencia del hombre ni su búsqueda del absoluto. Para los griegos antiguos no hay democracia sin sometimiento a una Ley, ni Ley que no esté fundada en la norma trascendente de lo verdadero y bueno.

Afirmar que “lo que es de Dios” pertenece a la comunidad religiosa y no al Estado, significa establecer un saludable límite al poder de los hombres, la conciencia, el significado de la existencia, la tensión que estimula el esfuerzo e inspira las elecciones justas. Todas la corrientes de pensamiento de nuestro viejo continente deberían considerar a qué negras perspectivas podría conducir la exclusión de Dios supremo garante contra todos los abusos del poder ejercidos por el hombre sobre el hombre» (Juan Pablo II, A los Parlamentarios Europeos). La laicidad y el programa político al que sustenta la laicidad que se propugna no llevan a la libertad, sino a la esclavitud. El nuevo Orden mundial no lleva al orden de la paz sino al dominio del poder. ¿Es eso lo que se quiere? No creo que estén por ahí muchos, pero muchos, votantes del PSOE, e incluso de otros partidos que piensan sobre la laicidad de manera semejante. Laicidad positiva, sí, laicidad como pensamiento único como ese documento, no, porque somos personas libres encaminadas al bien común, sobre la base de la verdad que nos hace libres y libera: la de la fe.

El principio de laicidad para una democracia libre, o la laicidad misma, la laicidad positiva, es en sí misma legítima, si se entiende como la distinción entre la comunidad política y las religiones. Pero distinción no quiere decir ignorancia: la laicidad no es religión como tampoco es laicismo, no es otra cosa que el respeto de todas las creencias por parte del Estado, que asegura o garantiza el libre ejercicio de las actividades públicas de culto, espirituales, culturales, caritativas y sociales de las comunidades de los creyentes. La sana laicidad no asfi xia, la laicidad que se impulsa en dicha carta, sin embargo, ahoga y no libera, ahí están sus hechos. Conclusión: la laicidad no es una religión y menos aún la de la libertad, aunque parece que eso es lo que quisiera el Sr. Ministro de Cultura.

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