“La pregunta clave no es si quitamos los dispositivos digitales, sino por qué los pusimos en el aula sin evidencias sólidas”

Catherine L’Ecuyer, investigadora educativa

“La pregunta clave no es si quitamos los dispositivos digitales, sino por qué los pusimos en el aula sin evidencias sólidas”

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“La pregunta clave no es si quitamos los dispositivos digitales, sino por qué los pusimos en el aula sin evidencias sólidas”

Invitada por la Asociación Católica de Maestros de Valencia, la divulgadora e investigadora educativa Catherine L´Ecuyer (Canadá, 1974) impartió recientemente una conferencia en la Universidad Católica de Valencia (UCV). Doctora en Ciencias de la Educación y en Psicología, y madre de familia numerosa, L’Ecuyer es la autora de los superventas Educar en el asombro (Plataforma, 2012) y Educar en la realidad (Plataforma, 2015) y del más reciente Conversaciones con mi maestra (2021). En 2020 publicó el artículo The Wonder Approach to learning (El asombro como método de aprendizaje) en la prestigiosa revista científica Frontiers in Human Neuroscience. En ese artículo, la escritora canadiense convirtió su tesis educativa en una nueva teoría del aprendizaje.

«El asombro, innato en el niño, es un deseo interno de aprender que aguarda expectante el contacto con la realidad para despertarse. El asombro está en el origen de una conciencia basada en la realidad y, por lo tanto, del aprendizaje mismo. El alcance del asombro, que se da a un nivel metafísico, es mayor que el de la curiosidad», expone L’Ecuyer en su página web.

Defiende su planteamiento educativo con una frase de Aristóteles: «Todos los hombres desean conocer por naturaleza». Aplicada al área educativa esta afirmación parece apuntar a que el culpable del desinterés de un estudiante es el docente que no consiga despertar su natural deseo de conocimiento.

Creo que hay dos palabras claves en la propuesta clásico-realista que yo propongo en relación con el aprendizaje: el deseo (“desear”) y el conocimiento (“conocer”). Estamos confundiendo el deseo con las ganas. Las ganas responden a estímulos externos, apetencias superficiales, motivaciones externas, están al remolque de las circunstancias. El deseo, en cambio, nace desde dentro y remite al anhelo profundo. Nace del sentido y de la belleza.

En segundo lugar, estamos confundiendo conocimiento e información. La información es datos sin contexto. El conocimiento es información contextualizada; por lo tanto, tiene sentido. Si queremos que nuestros hijos vuelvan a interesarse por la realidad, hemos de darles motivos para asombrarse. «El asombro es el deseo para el conocimiento», decía Tomas de Aquino.

La práctica se ha instalado como el principal motor de aprendizaje en la educación actual, dejando un poco de lado a la teoría. Si te diviertes en clase aprendes más y mejor, dicen. ¿Pretende usted aguarle la fiesta a la pedagogía imperante?

La teoría no es desconexión de la práctica, es abstracción de la realidad. La desconexión de la realidad o de la práctica es la ideología, no la teoría. No puedo soportar cuando alguien habla de su “ideología” refiriéndose a su forma de entender el mundo, o incluso a “sus creencias”. La forma de ver el mundo puede variar de una persona a la otra, y las creencias también. Pero nadie en su sano juicio puede decir con orgullo que defiende una idea desconectada de la realidad.

¿Cómo describiría el planteamiento educativo que subyace a la última reforma de la ley de educación?

La última reforma está basada en la corriente romántico-idealista, en gran parte. Por ello, se apoya en las premisas de Rousseau (naturalismo, igualitarismo, empirismo, antiintelectualismo, etc.), de Dewey (competencias), de Decroly (método global), etc. Se apoya en lo que se conoce como la educación nueva (que no es nueva, pues nace en el siglo XIX).

Usted es canadiense. ¿Cómo ve la incapacidad política española para llegar a un gran pacto entre los grandes partidos que dé estabilidad a los planes educativos nacionales?

El problema es que la educación pública no es pública, es estatal. Es decir, está al servicio del Estado, no del bien común. No asume un rol subsidiario. Es todo muy coherente con la propuesta del Emilio rousseauniano, que no es una novela ni un tratado de educación, sino el manual de adiestramiento del ciudadano para que encaje en el proyecto sociopolítico de El contrato social. Para la educación nueva, el fin de la educación es formar al ciudadano.

La alternativa, por desgracia, tampoco convence: la educación mecanicista. La propuesta mecanicista (la letra con sangre entra) entiende la educación como una fábrica de empleados que encajen con las demandas del mundo laboral. Yo propongo una tercera vía, la educación clásica, que entiende la escuela como un claustro -no en el sentido religioso, hablo metafóricamente- y la universidad como un templo del saber que transforma a la persona.

Un conocido periodista andaluz ya fallecido, Jesús Quintero, advertía en una ocasión: “Siempre ha habido analfabetos, pero la incultura y la ignorancia se habían vivido como una vergüenza. Los analfabetos de ahora saben leer y escribir, pero no ejercen”. ¿Está de acuerdo con esta reflexión?

Rousseau proponía la ignorancia como una noble meta. En su opinión, hay que mantener los deseos por debajo de las necesidades primitivas para no frustrarnos ante las desigualdades que generan la excelencia. Hay que leerse el primer discurso de Rousseau, vale la pena. Pone los pilares de lo que hoy se ha puesto de moda: el antiintelectualismo.

España ha obtenido su peor resultado histórico en el Informe PISA. El nivel de los estudiantes españoles de 15 y 16 años es “significativamente inferior” al que tenían hace una década, según el propio informe. ¿Qué estamos haciendo mal y cómo podríamos rectificarlo?

Hay muchos factores a tener en cuenta. La mentalidad científica es clave. Ahora nos preguntamos si deberíamos quitar o no los dispositivos digitales de los centros. El interrogante no es ése. Debemos preguntarnos lo siguiente: ¿por qué los hemos introducido en las aulas sin evidencias sólidas? Se experimenta con la gaseosa, no con las mentes de los niños y los jóvenes. La cuestión de fondo es que la industria ha conseguido invertir el peso de la prueba. No caigamos en esa trampa.

Gobiernos de distinto signo han ido asfaltando el camino hacia la irrelevancia curricular de las asignaturas de Historia y Filosofía, antaño concebidas como intocables en España. ¿Quién tiene las manos manchadas de sangre? ¿La mentalidad utilitarista, la pedagogía antimemorística, el poder interesado en fabricar ciudadanos maleables…? 

El problema es que estamos perdiendo de vista la importancia de lo humanístico en favor de una visión utilitarista del ser humano y del mundo. Y acabamos empobreciéndonos tanto que ni nos damos cuenta de lo que estamos perdiendo porque la mente mediocre no ve ni la belleza, ni sus matices.

Vamos a dar un ejemplo. El inglés es un idioma bello. Pero cuando un profesor da clase en un idioma que no domina un alumno que tampoco lo domina, lo que se pierde (a cambio, por cierto, de una enseñanza deficiente del inglés) es tremendo. Y si ese contenido está relacionado con la cultura española (por ejemplo, la historia de España) y está prohibido usar el idioma vehicular de esa cultura en la impartición de la asignatura, ya es el colmo del absurdo.

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