Los caminos de la aversión y de la paz, terapéuticos o no (Sara Martínez Mares, Paraula)

Los caminos de la aversión y de la paz, terapéuticos o no (Sara Martínez Mares, Paraula)

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El hecho inconsciente de necesitar exculparnos del mal es más viejo que Matusalén: “La mujer que tú me diste” -dijo Adán - "ella me dio de comer, y yo comí.” Total, que al final la culpa la tiene Dios. Girard comienza su libro sobre El chivo expiatorio explicando cómo llegaron a culpar a los judíos de envenenar los pozos y ser los causantes de la peste del siglo XIV. En esa “edad oscura”, claro, la gente era un poquito irracional, podemos hoy; no obstante, es un hecho que se esconde en nuestra psicología: necesitamos encontrar al culpable del mal que nos aqueja.

De la peste: los judíos; del covid: los no vacunados; de la discriminación a las mujeres: los varones machistas; de la xenofobia: la extrema derecha; de la subida de los precios: Putin, etc. Nuestra cultura dispone de máximas que sólo los pueden decir algunas autoridades y que osadamente podemos tildar de “axiomas morales”, por ejemplo, la frase del Oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo”. Otra frase cargada de una profunda sabiduría: “Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Parece que esa mujer prostituta a quien quería apedrear una masa iracunda en el relato evangélico, tal y como mandaba la ley mosaica, por haber sido descubierta en "flagrante adulterio" – descubierta, probablemente por alguien que necesitaba resarcir cuentas con ella, nunca se sabe…- es ciertamente culpable. Esa mujer es alguien sobre quien caerá la ira despechada que disfraza los deseos adúlteros de ese pueblo: “Si esa mujer no estuviera por aquí, nosotros no tendríamos deseos de acostarnos con ella y podríamos ser buenos observantes de la ley”. Después de dejarla muerta, de no ser por la intervención de Jesús al pronunciar dicha frase, el pueblo iracundo hubiera vuelto a la calma, a la supuesta paz.

Pero sabemos sobradamente que eso no es verdad. ¿Qué tiene que ver el autoconocimiento con tirar piedrecitas? Ambas máximas están muy relacionadas: sólo hay que hacer un esfuerzo por ver quién va a ser nuestro chivo expiatorio de hoy, ya sea en el trabajo, en mi propia casa, o en la prensa. Quizá pensemos que denunciar tan campante a alguien que se supone que hace terapias de aversión/conversión en un colegio, o en un centro diocesano de orientación y mediación familiar (como si se tratara de lo mismo), nos lleve a la calma, porque presuntamente incumple una ley, como la adúltera. En nuestro corazón laten sinceros deseos de paz: paz entre nosotros y paz con nosotros mismos, porque en realidad no nos entendemos; no obstante, muchas veces generamos odio, o el efecto contrario a la paz cuando intentamos buscarla de cualquier manera.

Generamos muertes innecesarias de víctimas aleatorias, como diría Girard, o, más bien, víctimas escogidas con alevosía que han sido espiadas desde hace meses para esperar el momento oportuno y exponerla, en este caso, en programas televisivos con cierto acento morboso. No es agradable ver cómo se hace escarnio público de alguien sin antes probar la veracidad de los hechos de que se le acusan. Resulta muy tentador colar falsedades, o medias verdades, no importa, en la opinión pública y grabar en el expediente de una persona que es uno de esos “tiparracos” que nos quitan la paz en estas sociedades tan avanzadas. Como cuando en esos tiempos oscuritos no te caía bien la vecina y, tras fomentar una acusación pública le encontraban la marca del demonio… algo así como tres pecas juntas... No vayamos a creer que estamos tan lejos de esas medievales acusaciones populares. Esa víctima tendrá también una etiqueta: bruja, católico, reaccionario, comunista, etc. Resultado: ¡a la hoguera! La paz arde con ellos.

Ahora bien, asumamos que esto tiene consecuencias, por ejemplo, no ver la dignidad de la persona detrás de la etiqueta que incluye, claro, la capacidad de defenderse. Las etiquetas que tanto utiliza el framing periodístico están en los libros de historia de grandes regímenes totalitarios y un uso abusivo tienen la capacidad de deshumanizar a cualquier persona y convertirla en un blanco de flechas, tal cual ocurría en el milenario ritual hebreo: el chivo (la cabrita) era expulsado de la comunidad y enviado al desierto como símbolo de alejar todos los males de ese pueblo. Otro ejemplo más, si la víctima es escogida con cierto rencor, su venganza es dulce al principio, pero sosa finalmente porque ese deseo, como el de la codicia, no tiene un objeto de satisfacción concreto: queremos más y más... Pensamos que, en realidad, difamar, hacer corta-pegas de discursos fuera de contexto y generar un clima de aversión hacia ese que es objeto de nuestro rencor, nos traerá paz.

"¿De qué sirve la paz del mundo-se preguntaba Agustín de Hipona -si estamos en guerra con nosotros mismos?" Si el deseo lujurioso de ese pueblo -pueblo del que yo formo parte – o el deseo ocioso, consumista, competitivo, etc., sigue en mi corazón, seguiré exponiendo a prostitutas a quien apedrear, hayan pecado o no, y a una masa contagiada que necesite depositar el mal en alguien.

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