Manuel Pizarro: “Europa es un mosaico de culturas e historias distintas que hay que poner en orden”

Cátedra Derecho Notarial R. Gómez-Ferrer 

Manuel Pizarro: “Europa es un mosaico de culturas e historias distintas que hay que poner en orden”

Noticia publicada el

Manuel Pizarro: “Europa es un mosaico de culturas e historias distintas que hay que poner en orden”

Manuel Pizarro Moreno (Teruel, 1951), presidente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España y consejero del Estado, ha impartido una conferencia invitado por la Cátedra de Derecho Notarial Rafael Gómez-Ferrer de la Universidad Católica de Valencia (UCV) y el Ilustre Colegio Notarial de Valencia. 

Licenciado en Derecho, abogado del Estado, agente de Cambio y Bolsa y antiguo presidente de Endesa, Pizarro Moreno también ha ejercido como diputado del Congreso por el Partido Popular entre 2008 y 2010, año en que abandonó su escaño y la política activa.

Su conferencia plantea la convergencia de España con Europa. ¿Se puede hablar de Europa como una realidad homogénea o hay distintas Europas?

Europa es una realidad plural: hay distintas culturas, historias y, por así decirlo, formas de responder ante los problemas de la vida. En ese sentido, Europa es un mosaico, pero un mosaico que hay que poner en orden. Ese es el desafío que tiene ahora. 

Un desafío ciertamente complejo… 

Sí, pues obliga a tomar decisiones mucho más lentas, ya que hay que buscar el acuerdo de los países.

Además, desde un principio, ese acuerdo se ha anclado en el euro. ¿Es la moneda única la base donde debería cimentarse nuestra convivencia?

Es verdad que en todo el proceso de integración en la Unión Europea podría haberse recurrido al derecho, pues la moneda única es el final en cualquier proceso de integración política, pero aquí hemos puesto el carro antes que los bueyes. 

Hablaba sobre este asunto con el economista don Juan Velarde, que era buen amigo, y me dijo que no hay experiencias ni antecedentes de una moneda única sin una cierta soberanía compartida. Puede haber procesos transitorios como la independencia americana y el dólar, pero, si no hay una soberanía compartida, es muy difícil que permanezca la moneda.

En Europa el proceso se ha hecho al revés y, para que la moneda permaneciera, se buscaron los requisitos de Maastricht, basados en acotar todo aquello que erosione la solvencia o la estabilidad de una moneda; básicamente, el déficit público, la inflación y la deuda sobre PIB.

Cuando pones una moneda única tienes que buscar algún tipo de superestructura política. Si no la tienes, es muy difícil que funcione el entramado europeo.

Por otro lado, están las raíces de Europa, sobre las cuales insistieron Juan Pablo II y Benedicto XVI. ¿Se han tenido en cuenta en este proceso?

Están en la Constitución de Niza, pero cuando no llegó a efecto dicha constitución, se perdió la idea cristiana de Europa que, acompañada del derecho romano y de la filosofía griega, es la esencia del Viejo Continente. 

El problema es que, cuando alguien pierde las raíces, pierde la identidad. Es decir, cuando alguien no sabe de dónde viene, le es muy difícil proyectarse hacia dónde va. Y, personalmente, pienso que con la Constitución se perdió una ocasión de plasmar las raíces de nuestra convivencia, darle estructura y fundamentarla.

En España, pese a tener una Carta Magna, ¿podría estar ocurriendo algo parecido?

Lo que tenemos que hacer es acatar la Constitución del año 78 que nos dimos todos, pues se votó en cada parte de España, con una abrumadora mayoría. La Constitución se puede modificar, pero lo que hay que hacer es cumplir la ley y la ley lo que dice es que se deben utilizar los mecanismos de modificación constitucional. Y punto. 

¿Usted quiere modificar un estatuto de autonomía? Adelante, está previsto en todos los estatutos la modificación. Lo que no puede es saltarse la norma de ninguna manera.

Así pues, cuando se quiere modificar la Constitución, debe seguirse el procedimiento reforzado que figura en ella en todo lo que afecta al al título primero y a la igualdad de todos los españoles.

Usted ha sido una persona destacada en distintas responsabilidades a la hora de establecer una política energética para Europa. Con la crisis de la guerra en Ucrania, ¿haría falta recuperar una política europea común en el campo de la energía?

Cuando se va hacia un proceso de integración, los mercados únicos, que son la base de Europa, requieren una ordenación de muchísimas cosas. Y aquí no podemos olvidar que el origen de la Unión Europea fue huir de los horrores de las guerras del siglo XX.

En este sentido, el anclaje se buscó primero en los derechos civiles, donde el Consejo de Europa y el Tribunal de Estrasburgo son lo más importante. Luego, en una incipiente unión económica, la Comunidad del Carbón y del Acero (CECA), porque con el carbón y el acero se fabricaban armas, entre otras cosas. Se trataba de poner en común para evitar que cada país fabricase por su cuenta el armamento que quisiera. 

Después llegó la Comunidad Económica Europea, que es un principio de libertad de mercado, de libre circulación de personas, servicios y capitales y, más tarde, el Euratom para compartir la energía atómica, que era el gran problema tras la Segunda Guerra Mundial. 

Así pues, el origen de Europa está nada más y nada menos que en poner en común la energía, pero, cuando se olvida, las cosas no funcionan. 

Por otro lado, la energía es el agua, la nuclear, el carbón (lo hemos abandonado, aunque el resto de países están quemando carbón por todos los sitios), el gas, la eólica, la fotovoltaica… y alguna más. Así, habrá que ver qué se hace, sobre todo, porque las emisiones europeas son el 9,8% de las emisiones mundiales. Habrá que ver cómo se garantiza suficiente energía, lo menos agresiva y lo más barata posible, para competir en el mundo global. Esos son los desafíos del mercado energético para Europa.

También se ha ocupado de resaltar la importancia de la seguridad jurídica como principio rector de las relaciones entre un Estado y los inversores extranjeros. ¿Qué evolución ha ido desarrollando el principio de seguridad jurídica en nuestro país y en qué punto considera que estamos?

Conviene saber que la seguridad jurídica es la base de Europa, la garantía de los derechos civiles, de los derechos fundamentales y de la economía. Y la vigilan tanto el Tribunal Europeo de Justicia como el Tribunal de Derechos Humanos o el Tribunal de Estrasburgo. También la propugnan la Centesimus Annus y la Caritas in Veritate, con lo que está en la doctrina social de la Iglesia. O sea, hay una correlación entre seguridad jurídica, convivencia cívica y desarrollo económico equilibrado. Sin embargo, no hay más que leer la prensa cada día para ver cómo la seguridad jurídica no es precisamente lo que mejor funciona.

Y, aunque sea una pregunta demasiado genérica, incluso ingenua, ¿qué habría que hacer para que funcione?

Primero, elaborar bien las leyes y cumplirlas. Después, que las instituciones, que son las columnas vertebrales de la convivencia, no se erosionen. Es decir, que nadie tenga la sospecha de que, cuando vas a algún tribunal, en función del juez que te toca, ya sabes la sentencia que dictará. Eso en materia penal, civil, mercantil… 

Normalmente, los jueces están preparados por sus oposiciones, pero, a medida que va subiendo el escalafón, hay algún tipo de suspicacia. Ocurre como dicta la célebre frase: la mujer del César no solamente tiene que ser honesta, sino también parecerlo. La justicia, que aparece siempre con una túnica blanca, no puede tener ningún tipo de mancha; debe ser impoluta, ejemplar en su propio funcionamiento y organización. Sin embargo, en la prensa la vemos llena de manchas.

¿Y se pueden limpiar, blanquear esas túnicas o ya es tarde?

Siempre, siempre, siempre se está a tiempo. Pero hace falta una ejemplaridad en todas las instituciones, quitar todo tipo de sospechas y que quienes corren a cargo de la vida pública estén a la altura de las circunstancias, porque sin Estado de derecho no hay democracia. 

Uno de los pilares de la democracia es el Estado de derecho y éste recae primero en el imperio de la ley, en la aplicación de la ley por todos los que tienen que hacerlo. No obstante, garantizar que la ley se cumple corresponde a los tribunales y a la administración de justicia; sin esa institución fundamental, el país va cojo.

Otro problema es la justicia tardía, que no es justicia. No se puede impartir a los cinco años o a los diez años. Eso no es justicia, es otra cosa distinta.

También se da la circunstancia de normativas aprobadas de forma improcedente. Aunque las leyes siempre tienen un color político, ¿no debería arbitrarse mejor?

Lo que hace falta es un árbitro supremo. En nuestro país se optó por un Tribunal Constitucional, que no es propiamente un tribunal de jueces; es decir, sus miembros no son miembros de la carrera judicial. Sus miembros tienen una responsabilidad muy importante, porque si las instituciones descarrilan, si el que tiene que cumplir su obligación no la cumple, al final se pone en cuestión todo el sistema. No digo que no la cumplan; advierto de lo que puede pasar si no lo hacen.

Por otro lado, en muchas empresas que cotizan en el IBEX 35 hay una tendencia a protocolizar temas de naturaleza ética a través de códigos deontológicos. ¿Existe el riesgo de formalizar tanto la ética que acabe, valga la redundancia, en un aspecto formal, sin aplicación?

Ese es un peligro en todas las organizaciones: que haya una proclamación de principios que en la realidad no se cumplen. Pasa en todos los sectores de la vida, ya no solamente en política, sino en la religión, en la economía, en absolutamente todo. Por eso, lo que hace falta es que, como dicen los anglosajones, los checks and balances, los controles y contrapesos funcionen adecuadamente para que, quien no cumpla lo que debe, tenga una reacción por parte del ordenamiento jurídico o, dentro de una empresa, por parte del consejo de administración y de los accionistas.

Hay un principio del derecho germánico que me gusta mucho: "la propiedad obliga". Esto es, obliga al que tiene una casa a cuidar el tejado para que no le caiga a nadie, a quien tiene una acequia a limpiarla para que no haya inundaciones y al accionista a ir a la junta general y velar por los estatutos.

Al hilo de lo que comenta, desde los cuadros directivos de grandes organizaciones también ha sido conocedor de debates políticos a gran escala. ¿Qué consideración le merece la política que, en estos momentos, se desarrolla para conformar el Gobierno de la decimoquinta legislatura? 

No estamos en la misma situación que durante la Transición, que yo viví en la juventud, mientras preparaba oposiciones. Entonces nos dimos una Constitución y todos estábamos contentos; había, como diríamos en derecho mercantil, una affectio societatis, es decir, una convergencia de intereses para que España fuera una democracia consolidada, un Estado de derecho y con una economía de mercado equiparable a los países más desarrollados. Y la entrada en Europa significó eso. Lo que hace falta es que tanto desde Europa como desde España seamos cuidadosos con todo esto ya que, si no funciona, al final es culpa de todos.

Hablaba antes de las compañías mercantiles… Pues el accionista de un país es el ciudadano cuando vota. Si cuando vota luego dice que se ha equivocado, no debería haber votado así. Hay que ser muy respetuosos con el voto.

Finalmente, en su larga trayectoria ha mantenido un contacto cercano con el mundo universitario, especialmente como presidente del consejo social de la Autónoma de Madrid. ¿Qué recomienda en la formación universitaria para que el aterrizaje en el ejercicio profesional sea fructífero?

Siempre me he preocupado de las cuestiones de educación y lo que tengo claro es que la primera escuela es la familia, una comunidad de afectos, de transmisión de valores. Luego vienen la escuela y la universidad. 

Lo comentaba ayer en una cena con amigos, universitarios y académicos: hay que dar una visión humanística de la vida, alertar sobre los valores morales que impregnan una sociedad. ¿Y cómo? Ofreciendo los mecanismos adecuados para que se abran camino. En este sentido, la formación universitaria no se puede parcelar y preparar solamente para un oficio. 

En relación a la inserción laboral, quizás lo más urgente es que tomen conciencia de que vivimos en un mundo global y que la preparación debe ser continua. Así, por ejemplo, en el caso del derecho, no pueden limitarse a conocer la ley española, sino saber cómo es el derecho anglosajón, germano… porque van a interactuar con otros países.

En este sentido, las universidades tienen que hacer un esfuerzo tremendo, como están haciendo, y de acuerdo con las empresas e instituciones, porque además vivimos en un mundo cambiante.

Preparación humanística global y una formación constante. Tomo nota. ¿Ha sido esa su experiencia?

Así es. Uno no se puede quedar anclado en lo que aprendió hace 20 ó 30 años… Dentro de poco celebraremos las bodas de oro de mi promoción de Derecho de Zaragoza, donde estudié antes de ir a Madrid. Yo no he cambiado de oficio, pero sí de profesión varias veces, y hay que adecuarse y reciclarse para prepararse a lo que viene. Para eso, tienes que saber muy bien cuáles son las raíces, el terreno que se pisa, conocer el mundo circundante para saber estar en él.

Noticia anterior_ Expertos se pronuncian sobre la nueva regulación de la UE sobre las sustancias de origen humano
Noticia siguiente Lucía Jiménez, alumna de Medicina

Calendario

«diciembre de 2024»
lu.ma.mi.ju.vi.sá.do.
2526272829301
2345678
9101112131415
16171819202122
23242526272829
303112345

Opinión