Migrantes (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Migrantes (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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La presión de los cayucos y la crisis de acogida en Canarias y en Ceuta han puesto sobre la mesa el tema peliagudo de la migración, sobre el que es muy difícil hacerse una idea debido a las múltiples aristas del fenómeno. El otro día apuntó Ussía en el diario El Debate que ciertos grupos hacen uso de ella para islamizar España; es posible y preocupante. No obstante, quien sale de su pueblo o ciudad dejando todo y arriesgando la vida no lo hace (en la mayor parte de casos) por afán de hacer daño a nadie o aprovecharse de otro país, sino porque en la propia tierra no es posible vivir. Hay que tener conocidos que han inmigrado o emigrado para aproximarse al desgarro que supone dejar la familia, las amistades, la propia cultura. La migración es un drama cuando no una tragedia, y meter a todos en un mismo saco atendiendo a quienes optan por ella desde una sospecha sistemática resulta injusto.

Honestamente, cerrar las puertas al foráneo es una crueldad. Ahora bien, pensar que abrirlas acrítica e incondicionalmente es la ayuda que necesita es ingenuo, además de que decidir cuánta gente puede entrar en un país, que seguramente sea menos de la que despierta la solidaridad, constituye de por sí un asunto muy desagradable. La tutela de los menores que llegan a España es una obligación legal del Estado, igual que la de socorrer los naufragios, pero los cuerpos de seguridad, los servicios de emergencia sanitaria y los centros de acogida llevan mucho tiempo desbordados (tampoco se les dota de medios suficientes) por una inmigración que, en sí misma, es desbordante. A su vez, los inmigrantes tienen el deber de integrarse en el país de acogida y quienes migran normalmente no pueden asimilar su vida a la de los nacionalizados ni aún con el paso de los años. La lengua, las costumbres, la burocracia, las posibilidades laborales, el nivel adquisitivo… terminan por distinguirnos a todos.

Por otro lado, detrás de la llegada masiva de inmigrantes no es difícil reconocer la actividad de las mafias y los Estados tienen el derecho de regular los flujos migratorios y de combatir las actividades criminales. Pero lo cierto es que hay inmigrantes que vienen porque se les deja y en transporte convencional, con y sin visado. Y no es menos cierto que se han instalado en España porque faltan jóvenes por la caída imparable de la tasa de natalidad. Asimismo, si muchos adultos salen adelante no tiene tanto que ver con que las posibilidades que les da el país sean variadas como con una capacidad de improvisación que los europeos no tenemos tan desarrollada y que a ellos les permite vivir aceptando situaciones y trabajos cuyas condiciones consideraríamos vejatorias e indignas.

Por ello, resulta muy molesta la dialéctica de los políticos de lanzarse unos contra otros el principio de humanidad aderezado de buenismo. Hay que acoger al extranjero, naturalmente. Pero acogerlo adecuadamente, esto es, ofreciéndole un lugar donde vivir, una educación, un trabajo digno con el que mantenerse y enseñándole las reglas del juego de la sociedad en la que se insertan. Y aquí hay un problema en España: estamos perdiendo el acuerdo sobre las bases morales y pedagógicas que hacen posible la convivencia. En este sentido, la inmigración podría ser ocasión de revisar el estado ideológico, ético, político… en el que estamos y reconocer el desacuerdo en el que vivimos. Un desacuerdo fatal, porque en una sociedad que no es robusta ni desde un punto de vista ideológico, ni desde un punto de vista ético ni desde un punto de vista político no sólo no podrán integrarse quienes necesitan venir, sino que nos desintegraremos. Me ha hablado un amigo de un estudio escrito por Ernesto Baltar titulado ‘Julián Marías: la concordia sin acuerdo’. El título me gusta. Efectivamente, debería pretenderse una concordia, aunque no se dé un acuerdo en el ideario o en el credo. Concordia hace referencia a cordis, corazón. No es algo meramente intelectual, sino que toca la voluntad y la afectividad. Es necesario saber ceder, acoger al que es diferente, ponerse de acuerdo en una serie de preceptos éticos que posibiliten la convivencia pacífica… y la cordura.

El tema es verdaderamente complejo, pero, a su vez, es como si sólo hubiera dos alternativas: malvivir en el país de origen y padecer injusticias estructurales o sobrevivir en los márgenes del país que acoge, lo cual desestabiliza y resulta contraproducente. Lo preocupante es que quienes tienen la autoridad y la responsabilidad para abordar esta cuestión no saben qué hacer. Europa no tiene clara su política migratoria. Tampoco España. No hay capacidad para distinguir un modo de migración de otro, unos fines de otros... y menos de hacerlo en colaboración y corresponsabilidad entre el Gobierno y la oposición y con las naciones cercanas. La migración circular que ha planteado Pedro Sánchez suena a algunos a cuento de hadas, a otros a un intento de hoja de ruta pero que habría que ver si llega a ponerse en práctica. El resto de los partidos tampoco atina al esbozar las respuestas, bien por resultar contradictorias, bien por recurrir a recetas xenófobas, que siempre están envenenadas.

No hay un plan porque falta la reflexión sobre el bien que se puede hacer o -lo que en realidad debería ser- el bien que se debe hacer a estas personas. No hay un plan porque las propuestas son impopulares, indeseables o irrealizables. Las decisiones se toman entonces dando bandazos de índole propagandística. La migración, en lugar de resolverse, se usa como bandera política.

Mientras se piense más en la propia imagen que en la vida de quienes no pueden defenderse y son víctimas de la pobreza (que no consiste sólo en no tener dinero) o de la manipulación (y los migrantes suelen ser víctimas de las dos) no habrá una respuesta real. Si en lugar de buscar acertar en esta materia para ser aplaudidos o para reprochar al contrincante se trabajara en soluciones, quizás entonces no sentiríamos este desagrado por una cuestión que, por compleja y ambivalente, parece imposible de resolverse de un modo satisfactorio.

 

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