No hay fronteras, no hay confines. Sólo Dios es mi bastión (Javier Ros, Las Provincias)

No hay fronteras, no hay confines. Sólo Dios es mi bastión (Javier Ros, Las Provincias)

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En estos días asistimos a una situación pandémica donde la enfermedad y la muerte se hacen presentes más que nunca en esta sociedad que intenta ocultarlas y obviarlas. Se nos presenta un gran momento para replantearnos nuestro ser cristiano. Nuestra fe no es una filosofía ni una ideología elaborada por mentes pensantes o fruto de proyecciones para alienar y adormecer a las personas. Nuestra fe se ancla en un acontecimiento histórico que se llama Jesús de Nazaret y, por tanto, brota de una experiencia capaz de reconfigurar nuestra vida y de generar relaciones sociales siempre nuevas y fecundas.

Frente a los ideólogos de la posmodernidad afirmamos que el ser humano no es la medida de todas las cosas y que la realidad no es únicamente un proceso de construcción social. La historia es el lugar donde Dios constantemente habla e interviene en las situaciones concretas de cada hombre, éste actúa con una libertad herida y el mal (sí el mal, no digo demonio porque es políticamente incorrecto, incluso a veces para algunos cristianos) nos acecha con sus insidias.

Aunque los templos siguen abiertos y los sacerdotes en activo, la acción pastoral ha saltado por los aires y comulgar físicamente está en standby. La pregunta es “¿a mí esto cómo me afecta?” Habrá que ver si nuestra vida de fe responde más bien a la costumbre o cosas por el estilo. Es momento de penetrar en el castillo interior en busca del Amado y darnos cuenta, que buscamos fuera a quien está en lo más profundo de nosotros mismos.

En este contexto, tenemos una oportunidad única de participar de la experiencia de nuestros hermanos de clausura. Ellos, en su contemplación del Misterio, alientan y sostienen toda acción eclesial. Ahora estamos todos metidos ahí, en ser intercesores, en poner ante las llagas de Cristo el grito de la humanidad entera que en estos momentos clama Tsajená, “tengo sed”.

Es urgente tomar conciencia de nuestra identidad cristiana, que no se muda, que no fluye, que no se aggiorna por “lo que se lleva” sino que, arraigada en la luz de “quién todo lo puede”, es esplendor de la verdad. Urge Cristo. Urge una Iglesia capaz de desligarse de las estructuras del poder temporal para entregarse por la vida del mundo con total libertad y anclada en la verdad. Estamos en un kairós, en un momento propicio. No sé si es la nueva evangelización o la Iglesia en salida, eso da igual, lo importante es desplegar ante el hombre de hoy los bienes del Reino. Sin gritos, sin tumulto, sin esperar reconocimiento alguno sino desde la fidelidad a nuestra identidad ¡Iglesia, sé tú misma! Todos y cada uno de los bautizados ejerzamos, desde la comunión en Cristo con los pastores, nuestra responsabilidad ante la gracia bautismal recibida. En palabras del Santo Padre, no podemos balconear.

Es tiempo de no amilanarse por lo políticamente correcto, tiempo de anunciar con nuestra vida sin tapujos ni complejos la Buena Noticia. Es momento de mostrar la fuerza de Cristo en nuestra debilidad, de hacer patente que por encima de la enfermedad corporal lo que verdaderamente acaba con nosotros es la enfermedad del alma. Permanecer. Esta es la piedra angular. Guardar el compromiso que Dios tiene con cada uno de nosotros por el Bautismo y la Eucaristía que nos lleva a poder permanecer al lado del que sufre. Hoy en día, en esta posmodernidad acelerada e hipermutante, la fidelidad, especialmente en las peores situaciones, es un rayo de eternidad en el mundo. Mirando a María constantemente, que siendo experta en humanidad supo permanecer al pie de la cruz. El primer cristianismo fue capaz de dar la vuelta a la cultura pagana, ¡y empezaron Doce!

En fin… pertrechados con las armas de la luz dispongámonos al combate. Es momento de estar centrados y eso significa poner el centro en Cristo, no en nosotros mismos. Porque en la medida en que Él sea nuestro centro, cada uno de nosotros podremos entrar en nuestra realidad y desde ahí, injertados en la Vida, servir a los demás dónde, cuándo y cómo sea. No por una Iglesia más grande sino por una Iglesia luz, sal y fermento en estos tiempos de incertidumbre social.

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