Qué es el alma (José Vicente Bonet, Paraula)

Qué es el alma (José Vicente Bonet, Paraula)

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Del alma podemos hablar en tres niveles distintos: el literario, el teológico y el filosófico y científico. El primero es la imagen de un centro de la persona coloreado por las emociones: “te quiero con toda el alma”, “se me cayó el alma a los pies”, decimos. El segundo puede encontrarlo el lector resumido en el Catecismo. Es una síntesis de la filosofía griega con la concepción bíblica del ser humano y la fe cristiana en el juicio y la resurrección. Del tercero, el filosófico, apenas hablan ya de forma innovadora ni siquiera los filósofos católicos, con alguna excepción como la de Edith Stein.

En ese mismo nivel ha hecho furor estas semanas la presentación en España del brillante libro de Anil Seth La creación del yo, que indaga las raíces neurológicas y biológicas del fenómeno de la conciencia (percibir y darse cuenta de algo) y la autoconciencia (percibirse a uno mismo). Como esos dos, conciencia y autoconciencia, son los rasgos que Descartes asoció al alma, mente o espíritu (él identificaba los tres términos), el corolario que el autor ha explotado en varias entrevistas es algo así como que la idea de alma está a punto de ser reemplazada por completo por una teoría del yo que conecta fuertemente (y en contra de Descartes) la mente con la vida animal. Cualquier lector del libro advierte que esa es una fórmula excesiva, lindante con la propaganda.

Edith Stein recogió los tres niveles que he mencionado al principio: el literario, que tomó de Sta. Teresa y S. Juan de la cruz; el teológico, que estudio en Sto. Tomás de Aquino; y el filosófico, que consiste en una reelaboración de la filosofía de Husserl que bebe también en S. Agustín. Para ella, el alma es, en primer lugar, un “dentro”, un centro del ser abierto a sí mismo que también los animales poseen –he aquí un primer resultado sorprendente-. El alma humana, además, es espiritual, inmaterial, personal y, por ello, libre para abrirse y salir de sí (de su propio Ego) en dirección a las cosas y a los otros seres personales. Este Yo o centro espiritual es el lugar de las decisiones importantes que se indigna ante la injusticia o se entusiasma ante las acciones nobles; que capta y estima la belleza, el bien y los valores; que debe evitar dispersarse en el mundo sensible o dejarse arrastrar mecánicamente por otras personas. En su “más profundo centro” o “bodega interior”, que está vacío, no pueden entrar ni los sentidos ni el demonio: solo Dios, cuando el alma libremente le franquea el paso.

Tiene lugar, entonces, el diálogo interior de amor del alma con Dios en el que consiste la inmortalidad, que no es del alma –a la manera griega-, sino del hombre entero, como explicaba Ratzinger al final de Introducción al cristianismo: “Tener un alma espiritual” significa “ser querido, conocido y amado especialmente por Dios”. El hombre no puede perecer totalmente porque el amor pide eternidad; y Dios la da.

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