Raíces de Europa (Miguel Navarro, Paraula)

Raíces de Europa (Miguel Navarro, Paraula)

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Fue el cristianismo el que forjó, en su mayor parte, la unidad de la Europa medieval, nacida de la desintegración del Imperio Romano, que no en vano se llamó cristiandad, porque el vínculo de unión entre pueblos y culturas fue esa religión y los valores que esta comportaba. Así, por encima del mosaico de lenguas, tradiciones y costumbres que componen Europa, hay un elemento unificador en todo el continente: el cristianismo.

Ello es aún visible en las catedrales, iglesias y monasterios que jalonan Europa, en las innumerables obras de arte que pueblan nuestros museos, y que expresan una fe hecha cultura, así como en muchas películas (desde Dreyer a Coppola o Von Trier) inspiradas en valores cristianos. Esta herencia cultural es también audible -desde el canto gregoriano hasta el dodecafónico Penderecky- y legible en las grandes obras literarias de Europa: la Divina comedia, El paraíso perdido, el Quijote o las obras de Shakesperare.

Recordemos que la Biblia fue el primer libro impreso. En este sentido, la cultura europea es cristiana, lo diga o no la Constitución de la Unión EuropeaPero más allá de lo cultural, el cristianismo ha impregnado la cultura europea de unos grandes valores que la han vivificado y dado una enorme repercusión e incidencia. Ante todo, la fe en un solo Dios, concebido como padre, es decir como bondad y misericordia hacia el hombre, con la consiguiente desmitologización de la naturaleza y sus fuerzas, que pueden ser estudiadas y utilizadas por el hombre.

La superioridad cualitativa de este sobre todo lo material; el componente espiritual de la persona humana, como imagen de Dios, y por ello, su dignidad inalienable, que le convierte en un fin en sí mismo y no en un instrumento. El sentido lineal e irreversible del tiempo y, así, de la historia; y por tanto, el libre albedrío humano no sometido a ningún fatum o destino inexorable y, en consecuencia, la responsabilidad de cada hombre, de sus actos, ante esta vida y ante la eterna.

También la igualdad esencial de todos los seres humanos, como hijos de Dios que son, y de ahí el amor mutuo como solidaridad con todos, especialmente con “los más pequeños” y necesitados (Mt 25, 40.45). La aceptación (hoy controvertida) de una ley natural, que fundamenta toda otra regla moral. La desmitificación del poder político, separando la esfera civil de la religiosa -“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Lc 20, 25)-, con la consiguiente libertad de conciencia.

En fin, el impulso vital hacia lo divino, hacia la trascendencia, con el factor de superación que esto supone, y el ejemplo de la vida y el mensaje de Jesús, paradigma definitivo de lo humano. Son elementos esenciales de la cultura cristiana, transmitidos a la europea.

Así, podemos decir que los valores laicos ilustrados que fundan la UE y que recoge su Constitución (dignidad humana, libertad, democracia, Estado de derecho, derechos humanos, tolerancia, justicia y solidaridad) son, en el fondo y en gran parte, herencia cristiana, pues no hacen sino llevar a un plano naturalista o racional la fe cristiana, y de ella los recibió la misma Ilustración: son valores cristianos secularizados.

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