¡Resucitó! ¡Resucitaremos! (Cardenal Arzobispo Antonio Cañizares, La Razón)
Noticia publicada el
miércoles, 4 de abril de 2018
Entramos en el tiempo de la Pascua de Resurrección. Con la resurrección de Jesús comienza la nueva y definitiva creación. Así como en la primera creación, Dios llama a las cosas que no son para que sean, así en la nueva creación llama a los muertos a la vida Cf Rm 4,17). Al resucitar a Jesús, Dios, Padre, protege y defiende la obra de sus manos, especialmente al hombre, su criatura predilecta y afirma su vida frente a la muerte. Así, Jesús es el fundamento, el vigor, el origen, la norma y la meta del nuevo mundo. En la resurrección de Jesús se inicia el máximo acontecimiento de la salvación; en ella y por ella se nos da acceso a una vida nueva, surge una humanidad nueva con hombres y mujeres nuevos, se nos abre la posibilidad de vivir como hijos de Dios, hermanos de todos los hombres, sin exclusión de nadie.
La resurrección de Jesús, celebrada el domingo, nos da la certeza de que existe Dios, y de que es el Dios de los hombres, el Padre de Jesucristo, nuestro hermano. La resurrección de Jesucristo es la revelación suprema, la manifestación definitiva, la respuesta triunfadora a la pregunta sobre quien reina realmente: la vida o la muerte, el verdadero mensaje de la pascua es: Dios existe y el que comienza a intuye qué significa esto, sabe qué significa ser salvado, sabe por qué la Iglesia el día de Pascua canta al término de sus oraciones un Aleluya casi infinito, ese júbilo que no encuentra palabras, que es demasiado grande para ser articulado en palabras del lenguaje cotidiano, ya que abarca vida entera, tanto lo que podemos decir, como lo que es inefable.
Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestro gozo y nuestra alegría. En Cristo resucitado la luz ha triunfado sobre la oscuridad, la verdad sobre la mentira y el amor sobre el odio. Es en Cristo donde está la victoria y Él mismo nos llama a que, con Él y desde Él, también en nosotros se mantenga esa victoria.
Pascua de resurrección: todo queda iluminado, todo queda salvado. Si no existiera la resurrección, la historia de Jesús terminaría con el Viernes santo. Jesús se habría corrompido; sería solo alguien que fue «una vez», del pasado, no actual ni vivo. Eso significaría que Dios no interviene en la historia, que no quiere o no puede entrar en este mundo nuestro, en nuestra vida y en nuestra muerte. Todo ello querría decir que el amor es inútil y vano, una promesa vacía y fútil; que no hay tribunal alguno y que no existe la justicia; que los poderosos y los injustos tienen razón, y no los pobres, los sencillos, los desvalidos, los débiles y los sin voz; que solo cuenta el momento y la fuerza; que tienen razón los pícaros, los astutos, los «listos o listillos», los que no tienen conciencia.. Muchos hombres, y no sólo los malvados y «retorcidos», querrían efectivamente que no hubiese tribunal alguno, y menos un Tribunal Supremo y último, universal, definitivo, pues confunden la justicia con el cálculo mezquino o lo que interesa a los propios intereses, el pecado con la virtud, y se apoyan más en la fuerza que en la razón, en el miedo que en el amor confiado. Así se explica el apasionado empeño por hacer desaparecer el domingo de Pascua y detenerse en el sábado Santo, día del «silencio de Dios».
Por todo esto, y mucho más de alegría y esperanza, elevo mi oración a Cristo de la esperanza y el amor, de la vida y de la luz, de la paz y de la libertad, que nos llena de una dignidad inimaginable: «Señor Jesús que has resucitado y vives triunfante de la muerte y de cuanto signifique muerte: A Ti te buscamos, a Ti te necesitamos. Sin Ti nada podemos hacer. Sin Ti no hay luz, no hay salvación ni resurrección, todo se acaba. Tú eres nuestro único Redentor, la Piedra angular que desecharon los hombres constructores de nuestro mundo. Tú eres el único que nos señalas la meta y abres y recorres su camino, el camino que nos conduce a ella. Ayúdanos. Queremos seguir tu camino y alcanzarte con nuestras manos y vencer tantos enemigos que nos acosan, acompañados y llevados de la mano de tu Madre y nuestra Madre bendita, Virgen Dolorosa, Madre de las Angustias, Virgen de la Soledad, Madre de la Esperanza, Madre de los Desamparados, Madre de la Iglesia, tu Iglesia. Para cantar con voces unísonas y melodiosas el cántico nuevo, el Aleluya que no se acabe nunca, en la Pascua de Resurrección. ¡Feliz Pascua a todos!».