Samuel Rodríguez: "Entre los que han caído y los que deben derribarse solo queda un 20% de edificios habitables"

Terremoto de Turquía y Siria

Samuel Rodríguez: "Entre los que han caído y los que deben derribarse solo queda un 20% de edificios habitables"

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Samuel Rodríguez: "Entre los que han caído y los que deben derribarse solo queda un 20% de edificios habitables"

A las cuatro de la mañana del pasado lunes, 6 de febrero, 34 kilómetros al oeste de la ciudad de Gaziantep la tierra se estremeció. La enorme violencia del temblor, inusitada en Turquía desde hacía muchas décadas, situó la magnitud del terremoto hasta el 7,8 en la escala de Richter. Según han indicado los sismógrafos, tuvo una intensidad equiparable al sucedido en 1939 en Erzincan, donde murieron 32.000 personas; desde que existen registros, el más violento de la historia otomana. Nueve horas después, apenas sobrepasado el mediodía del martes, 7 de febrero, la pesadilla volvió a repetirse cerca de la localidad de Kahramanmaraş, esta vez con una magnitud de 7,5. Pasada una semana, la cifra de fallecidos tras los dos seísmos se ha elevado ya hasta los 36.000. 

Las víctimas de ambos terremotos y sus réplicas no son únicamente de pasaporte turco. Gaziantep y Kahramanmaraş están situadas en el centro-sur de la nación otomana, muy cerca de la frontera con Siria. Una de las localidades de este país más afectadas por los seísmos tiene un nombre muchas veces escuchado en los últimos años: Alepo. Tras años de conflicto bélico y persecución religiosa, de nuevo la desgracia vuelve a llamar a la puerta de sus castigados habitantes. Siria tiene que sumar 5.000 víctimas a su larga lista de pérdidas humanas en la última década. 

Al lugar de los hechos se desplazaron un profesor y otro antiguo docente del Máster Universitario en Enfermería de Urgencias y Emergencias de la Universidad Católica de Valencia (UCV) para colaborar en las labores de rescate. El recientemente jubilado Moisés Benlloch pertenece al Grupo Especial de Localización y Rescate (GELR) de la oenegé Intervención, Ayuda y Emergencias (IAE); Samuel Rodríguez Prieto, también miembro de IAE y subjefe de la Unidad de Rescate en Emergencias y Catástrofes (UREC) del Consorcio de Bomberos de Valencia, tuvo que interrumpir el módulo que imparte en el Máster de la UCV para viajar a Turquía.  

“No importa lo profesional que seas: nadie está preparado para algo así” 

Esta ha sido la primera experiencia de campo tras un terremoto que ha vivido Rodríguez Prieto, que tan solo contaba en su currículum profesional con un derrumbe de grandes proporciones en Peñíscola, donde un edificio cayó prácticamente completo hace dos veranos. Junto a otros 14 compañeros de la UREC, voló hacia Estambul el martes 7 de febrero, para después arribar a su destino, la ciudad de Adiyaman, cercana al epicentro de los dos seísmos.  

“Te preparas lo mejor que puedes para tu misión. La logística la teníamos prácticamente lista cuando vimos lo que había pasado y solicitamos a nuestros superiores actuar ante esta emergencia. Solo tuvimos que preparar la comida y el agua que necesitaríamos para ser autónomos en Turquía. En relación a esto, creo que hay algo que debe cambiar en el futuro: se necesitan acuerdos de colaboración entre las líneas aéreas y los consorcios de bomberos para que los permisos burocráticos y las medidas de seguridad estén acordadas con antelación y así la ayuda llegue más rápida a los lugares donde se produzcan catástrofes como esta”, subraya el profesor de la UCV. 

A pesar de las imágenes que habían visto en televisión, los miembros de la UREC no eran realmente “conscientes” de lo que estaba ocurriendo allí. Tras un largo y difícil viaje desde Estambul, llegaron a Adiyaman y vieron que “entre los que habían caído y los que debían derribarse solo quedaba un 20% de edificios habitables en la ciudad. La situación, además, era “caótica” pues a esta localidad no había llegado todavía ninguna ayuda; ellos eran los primeros. Toda la población estaba centrada “en intentar sacar personas vivas de los escombros”, relata Rodríguez Prieto. 

“Cuando llegas allí te das cuenta de que nadie está preparado para afrontar algo así, aun siendo muy profesional. Nosotros estamos acostumbrados a accidentes de tráfico, derrumbes de viviendas y otras calamidades, pero de envergadura menor. Lo que nos encontramos allí es algo que te desborda: un llanto general en medio de una destrucción enorme, miles de seres humanos con una desazón tremenda. Muchas personas lo único que querían era que se les acompañara un poco, saber que el mundo no les había abandonado. En esos momentos tienes que hacer un acto de obligación mental y recordarte que estás allí para ayudarles desde tu profesionalidad”, recuerda.  

El dolor de priorizar entre peticiones de ayuda 

Tras establecer su base en un parque central de la ciudad el miércoles 8 a primera hora, los bomberos valencianos comenzaron a trabajar sobre el terreno, con el objetivo de encontrar a alguna persona con vida bajo los escombros. Primero llegaba información desde ubicaciones cercanas donde se había escuchado a personas con vida. La recibían en sus teléfonos móviles los traductores turcos que acompañaron a la UREC todo el tiempo; después, Rodríguez Prieto y su equipo se desplazaban como podían en medio del caos hasta la localización seleccionada.  

En los cuatro días que estuvieron en Adiyaman el equipo de bomberos valencianos trabajó sin parar en toda la jornada. Llevaban barritas energéticas para alimentarse y no descansaban hasta las primeras horas de la madrugada, en que bajaba el número de llamamientos. Dormían tres o cuatro horas y con la llegada del amanecer se ponían de nuevo en marcha. 

“Discriminar entre las peticiones de ayuda era lo más duro. Lo último que se pierde es la esperanza y eso éramos nosotros para esas personas. Lo único que les quedaba era creer que aún podían rescatar a sus esposos, hijos, hermanos, padres… No eran conscientes del tiempo transcurrido desde la última vez que posiblemente escucharon ese llanto, ese grito dentro de los edificios destruidos. Daban la información que cualquiera de nosotros daría: decían que habían oído las voces hacía muy pocos minutos. Desgraciadamente, en la mayoría de casos habían pasado demasiadas horas, y esos lamentos ya no existían cuando nosotros empezábamos a realizar las búsquedas”, explica el profesor de la UCV.  

El hijo fallecido, sepultado a tu lado 

La dolorosa asignación de prioridad entre las solicitudes se establecía con los pocos datos objetivos que tuviesen, como la hora de una llamada telefónica de un familiar atrapado o la estructura de un edificio, que podía indicar la posibilidad de encontrar vida debajo. En la mayoría de los casos, Rodríguez Prieto y sus compañeros utilizaban también como herramienta de discriminación a la unidad canina. En el momento en que el perro hacía un marcaje con personas vivas se ponían a trabajar a la mayor velocidad posible para realizar cuanto antes la extracción.  

“Desafortunadamente, en la mayoría de casos los perros tenían muchas dudas en el marcaje. La destrucción de los edificios era muy grande, pues hablamos de fincas de nueve a doce plantas que habían quedado reducidas a una altura de dos, aproximadamente. Es decir, todo estaba en ocho o diez metros de escombros y la posibilidad de que algo de olor saliera de ahí para que lo detectaran los perros era pequeña. La cantidad de personas recientemente fallecidas en el interior de esos edificios también dificultaba la tarea de nuestros perros a la hora de decidir si el olor procedía de una persona aún viva o no. En ocasiones tuvimos que recurrir a la localización electrónica, que es más lenta, pero también es útil”, cuenta el bombero valenciano.  

Durante su misión en Adiyaman, los bomberos del IAE y la UREC consiguieron sacar con vida a tres personas de esos gigantescos enjambres de hormigón, cemento, acero y hierros. Rodríguez Prieto recuerda el rescate que tuvo lugar poco antes del amanecer del jueves: “Por la noche nos llegó un aviso con una posibilidad de vida, fuimos al lugar que nos indicaron y estuvimos trabajando durante toda la noche durante seis horas hasta que finalmente pudimos extraer a dos personas. Eran un padre y su hija. Él nos dijo que su hijo también estaba ahí abajo con ellos y, aunque estaba efectivamente a su lado, descubrimos que había fallecido ya”. 

“Nos hubiera gustado sacar a muchísimos más. Creo que el resultado de nuestro trabajo fue tan satisfactorio como triste. Te vienes con la sensación de haber podido hacer más, pero objetivamente la valoración debe ser positiva. Muchísimos equipos de rescate que han estado allí no han podido extraer a nadie con vida”, aduce.  

Un vínculo que será para siempre 

El regreso a Valencia ha sido “muy duro”, afirma el profesor de la UCV. Cuando llegaron a la ciudad turca, sus habitantes se hallaban “tan absolutamente centrados” en el rescate de personas que no eran conscientes de la situación en que se encontraban ellos mismos: pasando un “frío enorme” con poca ropa, habiendo perdido sus casas, todas sus pertenencias, sus trabajos… “Cuando empezaron a aceptar que sus familiares sepultados bajo las ruinas habían muerto se dieron cuenta de que les tocaba pensar en dónde iban a vivir y qué iban a comer”, expone. 

“Vuelves con gran dolor en el alma. Costaba gestionar las emociones que allí existían y que habías sentido, sabiendo de toda la ayuda que necesitaba la gente que se quedaba en Adiyaman. Pero una vez finalizadas las tareas de rescate, nuestro trabajo allí había acabado. Era el turno de las ONG de tipo humanitario y del Ejército turco, que ya había llegado en ayuda de la ciudad”, cuenta el bombero valenciano. 

Son muchas las escenas que quedarán para siempre grabadas en la mente de Rodríguez Prieto, desde una madre “que se quiso lanzar entre los escombros para sacar a su hijo” cuando le comunicaron que con casi toda probabilidad este había fallecido hasta la imagen diaria de niños “que posiblemente habían perdido a toda su familia” calentándose en hogueras callejeras.  

“Es verdad que en ciertos momentos te encuentras con la desesperanza, pero también te das cuenta de que ciertos valores humanos unen a las personas en esas situaciones. En medio de una tragedia como esa cambian las prioridades de la gente y aquello a lo que damos importancia. Los que hemos estado allí nunca olvidaremos haber experimentado que todos los seres humanos somos iguales, que nos necesitamos unos a otros y que debemos ayudarnos, ser hermanos. En esos días, de hecho, se ha creado entre nosotros y los traductores que estuvieron siempre a nuestro lado un vínculo que no tenemos con personas de aquí con las que hemos pasado muchísimo tiempo”, asevera el docente de la UCV. 

Máster Universitario en Enfermería de Urgencias y Emergencias 

No es la primera vez que unos profesores del Máster Universitario en Enfermería de Urgencias y Emergencias deben interrumpir sus clases para ayudar a poblaciones que han sufrido una tragedia de estas características. Los profesores responsables de la misma parte del temario que imparte Rodríguez Prieto en este posgrado hicieron lo mismo en 2010 tras el terremoto de Haití. 

En ese sentido, cabe señalar que este posgrado ofrece la formación necesaria para perfeccionar tres funciones de la enfermería específica de urgencias y emergencias: asistencial, gestora e investigadora. Los titulados de este máster universitario pueden aplicar los conocimientos adquiridos y su capacidad de resolución de problemas en entornos nuevos o poco conocidos dentro de contextos más amplios o multidisciplinares relacionados con el área de urgencias y emergencias. 

De igual manera, adquieren los conocimientos necesarios para desarrollar las tareas avanzadas de la enfermera de urgencias y lograr implementar las funciones de la enfermera de urgencias en el medio hospitalario. Consiguen también la capacitación para realizar la RCP efectiva en medios adversos de emergencias, así como desenvolverse en medio del escenario de la emergencia alcanzando los objetivos de preservación de la vida de víctimas y personas afectadas. 

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