Santiago Apóstol, Patrono de España
Noticia publicada el
miércoles, 27 de julio de 2016
Tribuna del cardenal arzobispo de Valencia Antonio Cañizares publicada en La Razón.
El lunes celebramos la fiesta de Santiago Apóstol, Patrono de España. Su legado, que es el testimonio y la fe de Jesucristo, está en nuestras raíces. Nuestra identidad de Europa y la de los pueblos de América es, en efecto, incomprensible sin el cristianismo. Todo lo que constituye nuestra gloria más propia tiene su origen y consistencia en la fe cristiana que ha configurado el alma de nuestros pueblos. Nuestra cultura y nuestro dinamismo constructivo de humanidad, el reconocimiento y la defensa de la dignidad de la persona humana y de sus derechos inalienables, el profundo sentimiento dejusticia y libertad, el amor a la familia y elrespeto a la vida, el sentido de tolerancia y de solidaridad, patrimonio todo él del que nos sentimos legítimamente orgullosos, tienen un origen común: la fe cristiana.
Esta verdad y defensa del hombre, de la persona humana y de su libertad, bases de una sociedad democrática y de una convivencia en paz, son inseparables de la fe en el Dios y Padre de Jesucristo, Creador de todo. Ningún continente ha contribuido más al desarrollo del mundo, tanto en el terreno de las ideas como en el del trabajo, en el de las ciencias y las artes, como el nuestro. Porque no hay desarrollo ni progreso humano al margen de la verdad del hombre y menos aún en contra de ella. La verdad del hombre está en Jesucristo. La verdad del hombre en toda su profundidad y extensión es fuente de libertad auténtica. La fe permite al hombre conocerse a fondo, descifrar el enigma de su existencia, situarse justamente en su libertad. Esto, los españoles se lo debemos a Santiago. A él somos deudores de la visión y aprecio de la libertad que, lo queramos o no, en el mundo ha venido a la fe.
La memoria de Santiago nos evoca nuestro ser más propios y nuestras raíces inseparables de la Iglesia, a veces tan denostada, porque sólo así seremos capaces de asumir con responsabilidad el dinamismo de nuestra condición de cristianos. Por medio de la Iglesia, dándonos a Jesucristo, haciéndolo presente en medio de nosotros, la Iglesia da a la humanidad una luz, un apoyo y un criterio sin los que no podríamos entender el mundo.
Además de celebrar la fiesta de Santiago Apóstol, Patrono de España, origen de la Iglesia en España, estos días muchos jóvenes españoles de todas las regiones se están uniendo en torno a los seiscientos mil jóvenes de todo el mundo en Polonia a la Jornada Mundial de la Juventud con el Papa Francisco, reavivando y fortaleciendo la experiencia viva de ser Iglesia, Iglesia de la misericordia, en la que son proclamados dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia, conforme a las Bienaventuranzas de Jesús. Vivimos una hora crucial en la historia, con peculiaridades muy concretas y apremiantes entre nosotros, que reclama que la Iglesia sea de verdad la comunidad de los creyentes convertidos al Evangelio de Jesucristo, el Evangelio de la misericordia; una Iglesia de hombres y mujeres que crean en Dios misericordioso como origen y garantía de la plena salvación de los hombres y testifiquen ante la sociedad el valor liberador y humanizan te de estafe. Una Iglesia que no pretende imponerse al resto de la sociedad ni fortalecerse con privilegios sociales, pero que sea respetada en su condición. Una Iglesia que honre el nombre de Dios ante los hombres y contribuya positivamente a acercar la vida humana al Reino de Dios esperado; sin separarse de la historia y sin confundirse con ella, son huir del mundo y sin conformarse con él, formando parte realmente de la sociedad y no dejándose asimilar por nada ni por nadie. Una Iglesia convertida y sostenida por la esperanza de una humanidad justa y dichosa que viene de Dios. Una Iglesia que sea la transparencia de Cristo entre los hombres, oscurecida a veces por la conducta de los cristianos, pecadores como los demás hombres. Una Iglesia orientada toda ella al anuncio del Evangelio de la misericordia a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, exaltados por la esperanza pero a la vez perturbados con frecuencia por el temor, la angustia, el desaliento o el desencanto.
Quiero recordar aquí aquellas estimulantes palabras del Papa San Juan Pablo II en su primera visita apostólica a España, como si estuvieran dirigidas directamente a nosotros: “Es necesario que los católicos españoles sepáis recobrar el vigor pleno del Espíritu, la valentía de una fe vivida, la lucidez evangélica iluminada por el amor profundo al hermano. Para sacar de ahí fuerza renovada que os haga infatigables creadores de diálogo y promotores de justicia, alentadores de cultura y elevación humana y moral del pueblo. En un clima de respetuosa convivencia con las otras legítimas opciones, mientras exigís el respeto a las vuestras”.
No se nos ocultan todos los logros de nuestra sociedad, pero no podemos cerrar los ojos a los momentos singularmente difíciles que atravesamos. Somos conscientes de las tensiones y de los problemas, de las crisis y de las amenazas que se ciernen sobre los hombres de nuestra sociedad y de nuestra Iglesia. Tenemos ante nuestros ojos el rápido cambio de las condiciones de vida, la transformación cultural operada al margen de lo que es nuestra historia y cultura, la pérdida de referencias y de valores morales para el comportamiento personal y social, el deterioro moral y social que no acaba de encontrar caminos de regeneración. Tampoco olvidamos los problemas de la juventud ni del amplio mundo de los marginados, la paz siempre frágil y amenazada y las situaciones de extrema pobreza y de hambre de gran parte del mundo y de cómo de viola la vida humana, por el terrorismo, el narcotráfico, la guerra, los malos tratos, el aborto, la eutanasia, la manipulación genética… La Iglesia, los católicos no podemos vivir al margen, ni realizar la misión fuera de este contexto, ni miramos con amargura ni decepción nuestra situación, y menos con nostalgia, como hombres sin fe osin esperanza.