Sexismo lingüístico y otras monsergas (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Sexismo lingüístico y otras monsergas (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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Sexismo lingüístico y otras monsergas (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Hace unos días me enteré por la prensa de que existen cursos de nuevas masculinidades promovidos desde el Ministerio de Igualdad. Los centros (incluidas universidades) que los imparten inician la formación con una revisión al concepto tradicional de masculinidad, «observando cómo la sociedad influye en la creación de los roles de género masculinos y cómo afecta esto a su autoestima y a su autoconcepto». Otro de los puntos curriculares es la «gestión emocional masculina», la cual se trata a través de dinámicas de role-playing.

No me había recuperado del susto cuando me topé con la noticia de que 55 universidades españolas han firmado un documento para huir del «sexismo lingüístico». El texto, surgido del Grupo de Trabajo de Políticas de Igualdad de Género de la Conferencia de Rectores y Rectoras de Universidades Españolas (CRUE), insta a sustituir el genérico «hombre» por «ser humano» y a no utilizar el masculino en general para evitar el lenguaje «androcéntrico». Más allá de la gramática, también hace afirmaciones tales como que «el respeto a los otros contribuye a la sostenibilidad del planeta».

Estamos, una vez más, ante el empeño de los dirigentes ideólogos por reeducar, resignificar, recomenzar… como si el mundo hasta ahora hubiera estado equivocado o como si todos, salvo ellos, fuéramos imbéciles. No obstante, hay otro aspecto que llama la atención en ambas informaciones: se quiere dar altura a lo que en realidad es una pantomima, lo cual no sólo delata sus intereses, sino que deja en mal lugar a las instituciones que los secundan por no saber diferenciar lo que es serio y necesario de lo que no lo es. Un curso de capacitación en nuevas masculinidades puede resultar gracioso en una despedida de soltero, pero no en un entorno académico. Sin embargo, tal y como están las cosas, igual llega el momento en que cuenta más que un doctorado o es un requisito para trabajar en la administración pública.

Hace falta, pues, una revisión de lo que se considera conocimiento científico y disciplina académica, pues cada vez se tiene menos claro. Muestra de esta confusión es la decisión de medio centenar de universidades, la mayoría públicas, de firmar un documento con pautas a los alumnos y profesores para «un uso adecuado» del lenguaje que está llevando a muchos filólogos a echarse las manos a la cabeza por la arbitrariedad y falta de fundamento de las mismas. En español, el masculino genérico incluye al femenino y eso no tiene nada que ver con el sexismo, sino que es un hecho del lenguaje. La comunicación puede ser sexista, pero no lo es la gramática. El masculino genérico es una característica de la arquitectura morfológica de las lenguas romances y no un mecanismo perverso de anular a las mujeres.

Ahora bien, no parece que se haya consultado a ningún especialista para hacer esas recomendaciones, que más bien parecen mandamientos. Eso es lo triste: que, al final, las instituciones que deben ser garantes del conocimiento y la cultura se plieguen a una ideología.

Sin embargo, peor aún es que la universidad, que es un recinto de libertad, pase a ser un espacio de coerción. Pongo un ejemplo: si escribo “los profesores”, estoy pensando en todo el claustro (además de no ocupar espacio inútilmente en el texto para diferenciar a los profesores de las profesoras). Si un compañero quiere acudir a un término que haga explícita la presencia femenina, siempre que cumpla las normas del castellano, puede hacerlo igualmente. Lo que no es de recibo es que, si la mayoría tenemos interiorizado que el género masculino incluye a la mujer, vengan ahora a meter en nuestra cabeza que la usamos de un modo sexista. Eso es manipulación.

Por otro lado, cabría tener en cuenta hasta cuándo se remonta el rechazo al masculino genérico, que ya resulta casposo, la verdad. Nos están dando la tabarra con esto desde hace años y, aun así, no cala, como ocurre con otras campañas absurdas… ¿Por qué será? Quizás se debe a que sus precursores viven disociados de la realidad de los hablantes de esta lengua, pero la gente de a pie, no. Quiero pensar, no obstante, que la falta de éxito responde, sobre todo, a que el lenguaje queda a merced de la conciencia de cada persona y que hay muchas con una voluntad firme de no plegarse a exigencias incriminatorias ni a otras monsergas.

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