Sociedad, socializar y socialismo (Sara Martínez Mares, Las Provincias)

Sociedad, socializar y socialismo (Sara Martínez Mares, Las Provincias)

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Sociedad, socializar y socialismo (Sara Martínez Mares, Las Provincias)

Sirviéndome de Bauman, voy a señalar un punto por el que cualquier simpatizante con el pensamiento de izquierdas pueda discrepar de sus principios políticos, específicamente, en la literal implementación política de lo que Marx entendía por “socializar al ser humano”, siendo la razón fundamental de este escrito que no elimina el conflicto que pretendía evitar porque genera una nueva clase de desterrados.

El interés de Marx en la socialización es lo que, según creo, lleva a acuñar el término socialismo al movimiento de liberación obrero (por eso la letra O del PSOE, por si acaso se nos ocurre perderla de vista). Marx quedó fascinado ante el descubrimiento la productividad de la labor de cuyo excedente se puede construir un mundo a imagen (y semejanza) del ser humano, eso sí, con una masa esclavizada como condición práctica o como consecuencia. Marx también era aficionado a la dialéctica de Hegel para la que, tras una relación de oposición de cosas, sobrevenía una tercera etapa que resolvía esa oposición o conflicto y de esta manera podía haber algún tipo de crecimiento o progreso.

Era común pensar así: para Hobbes el conflicto es inherente al ser humano (siempre estamos en guerra), para Adam Smith el conflicto se manifiesta en los intereses económicos, para Marx en la oposición de clases, algo más tarde, para Simone de Beauvoir en la lucha de sexos; y, aunque, según Marx, el conflicto mueve la historia, la socialización es parte de la solución para armonizar esos intereses.

Formalmente, su propuesta es similar a la doctrina de su admirado Adam Smith: mientras que este pensaba que el conflicto de intereses en la comunidad civil (oferta y demanda de necesidades materiales) se salda con la mano invisible del libre mercado, Marx pensaba que se salda con la socialización y, por tanto, como dice Hanna Arendt, ambos tenían ficciones comunistas. La economía moderna trae la estadística, la estadística trae la “normalidad” y, por tanto, excluye la acción novedosa por no convencional. La socialización, por tanto, en su acepción literal, es la tendencia a igualar los intereses en la comunidad civil para evitar (¿o generar?) supuestamente el conflicto y así, desencadenar el desarrollo dialéctico de un nuevo mundo. Pongamos un ejemplo: el sistema de escuela moderno socializa al niño, esto es, le inculca principios (a derecha o izquierda) y le enseña a obedecer o a pensar igual, a efectos prácticos es lo mismo. El objetivo del sistema de escuela estadounidense de principios del XX pretendía transmitir a las numerosas olas migratorias un mundo sin conflictos, un Nuevo orden mundial, tal cual reza el escrito de los billetes de dólar que manejamos todavía hoy, un mundo lejano de las luchas y guerras de religión del viejo mundo (Europa). Muy señores míos, estamos llamados al conformismo, a través del cual, llegará el progreso. Ahora bien, todavía cabe hacerse una pregunta: ¿se identifican los simpatizantes del socialismo de hoy con la coherencia de su método socializador?

George Orwell llamó la atención sobre la capacidad de influencia que tuvo el novelista G.H. Wells en las clases británicas educadas entre 1900 y 1920, con la urgencia de “reemplazar el desorden por el orden”. Wells dice en un artículo titulado “Socialismo y Nuevo Orden Mundial” que el mayor argumento a favor de una sociedad planificada y socialista es aquel donde se funda toda verdadera ciencia: “Negar que el impulso del azar y la voluntad individual constituyan los únicos métodos posibles por los que se pueden hacer cosas en el mundo… En lugar del esfuerzo individual desordenado… el socialista requiere un esfuerzo organizado y un plan.” Y apela a la metáfora tan usada por las élites: un jardín precioso no crece azarosamente, sino que “hay que abrir vistas y hacer desaparecer las malas hierbas y la suciedad.” Al otro lado del espectro político, el conservador T.S. Elliot coincidiría en que una sociedad nunca podría ser limpia y armoniosa guiada solo por sus inclinaciones naturales: “La población debe ser homogénea”.

Quizá la mano invisible de los liberales no sea tan invisible, quizá la selección natural que elige al más apto (o resiliente, como gusta decir hoy) no sea tan natural y más artificial o programada. Ahora bien, al margen de tanta coincidencia en ambos polos, cabe hacerse una pregunta seriamente: ¿Quiénes eran las malas hierbas? Resulta que ambos escritores también coincidían aquí: Elliot los llamaba “judíos librepensadores”. Puede que, por su inadaptada genética, creencia muy de moda en las clases educadas (¿o sólo socializadas?) del momento, dato nada descartable teniendo en cuenta que T.H. Huxley, predicador de la sociobiología, fuera profesor de Wells; quizá porque Marx dice que la religión del judío es la usura; o puede que por ser sólo “pensadores” … y un pensador siempre es libre, algo que quizá rompa la homogeneidad y la tendencia socializadora científicamente diseñada. Hoy cabe hacerse la misma pregunta con la misma seriedad: ¿Quiénes son las inadaptadas o inconformistas malas hierbas?             

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