Tamar Shuali: “Algunos que se dicen defensores de los derechos de la mujer han callado ante las violaciones de las israelíes”

Tamar Shuali: “Algunos que se dicen defensores de los derechos de la mujer han callado ante las violaciones de las israelíes”

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Tamar Shuali: “Algunos que se dicen defensores de los derechos de la mujer han callado ante las violaciones de las israelíes”

El 7 de octubre de 2023 no fue un día más. Los libros de historia del futuro contarán que, en la madrugada de esa jornada, en medio de las celebraciones por la fiesta judía de Sucot, terroristas de Hamás y otros yihadistas radicales atacaron a Israel desde la Franja de Gaza mediante el lanzamiento de cohetes y la incursión de centenares de hombres armados en su territorio. El objetivo: matar al mayor número posible de israelíes y realizar un secuestro a gran escala. Alrededor de 1.200 israelíes, incluidos personas mayores y niños con pocos meses de edad, fueron asesinados en los kibutz de la zona y en un festival de música por la paz que se celebraba cerca de la frontera. Muchos de ellos fueron torturados antes de su ejecución y un gran número de mujeres fueron violadas a lo largo de esas horas de terror.

Desde entonces, el Ejército de Israel ha cercado Gaza y bombardeado la zona, causando miles de muertos, muchos de ellos ciudadanos inocentes. Un gran número de voces en las sociedades occidentales han condenado la respuesta militar de Israel, cuyo Gobierno la justifica en base a sus dos objetivos: terminar con el grupo terrorista que detenta el poder en la Franja, y rescatar a los 238 rehenes que Hamás esconde presumiblemente en su red de túneles subterráneos.

La hispanoisraelí Tamar Shuali, directora del Instituto Europeo de Educación para la Cultura Democrática de la Universidad Católica de Valencia (ECUDEM-UCV) y docente dedicada durante décadas a la educación en valores, en los derechos fundamentales y en favor de la dignidad humana, analiza la situación en su país de origen y el auge del antisemitismo en Occidente impulsado por los acontecimientos de las últimas semanas.

¿Cómo describiría el 7 de octubre de 2023?

El 7 de octubre mi vida dio un vuelco, hay un antes y un después. Ese día tenía la sensación de que todo carecía de sentido. He replanteado mis prioridades, así como el sentido y la finalidad de las cosas que hago. En esa fecha se produjo el mayor acto de barbarie contra ciudadanos inocentes desde el Holocausto. Sólo las torturas del ISIS en Siria guardan cierta comparación, por su grado de crueldad, pero la masacre en Israel posee un agravante que la distingue: la organizó un Gobierno. Es cierto que Hamás es un grupo terrorista, pero también lo es que fueron escogidos por la ciudadanía en unas elecciones y son, por tanto, los gobernantes de Gaza. Por eso, además de la tragedia humana, el 7 de octubre marca un antes y un después en los códigos morales de los conflictos bélicos internacionales. 

La barbarie de ese día traspasa por completo nuestra capacidad de comprensión y aún sigo realmente estupefacta, con una gran tristeza. Dada el área específica a la que me dedico como profesora de universidad, tengo ahora la sensación de que todo lo que hago en el aula cae en saco roto. Además, a mis alumnos -de los que me preocupo y a los que quiero mucho- les debo la verdad; dada la naturaleza de lo sucedido, no poder explicarles con todo detalle los acontecimientos del 7 de octubre supone una gran frustración.

Israel no vivía un escenario de guerra de tal proporción desde la Guerra del Yom Kippur, en 1973. ¿Cómo se encuentra la moral de la ciudadanía? ¿Qué impresiones recibe desde allí?

Israel está traumatizado. En primer lugar, porque el último episodio de guerra declarada es efectivamente, de hace cincuenta años; y, en segundo, porque ese conflicto se desarrolló fuera de las fronteras de Israel. La guerra actual comenzó, sin embargo, con el rapto, violación, tortura y asesinato de cientos de civiles israelíes de todas las edades, sexo y otras condiciones.

Las poblaciones afectadas residen en una zona que jamás ha estado bajo debate, pues no se encuentran en un territorio ocupado, sino en uno asignado por Naciones Unidas en 1948. Sus gentes están dedicadas al cultivo de la tierra, son muy pacíficas. Han promovido el diálogo con Palestina y han dado cobijo y trabajo a muchas personas del otro lado de la frontera. Paradójicamente, han sido esos mismos palestinos quienes han guiado a los terroristas para asesinarles. Algunos han sido incluso los propios ejecutores.

A ello se le suma el drama de los rehenes de Hamás.

Personalmente, no puedo pegar ojo por la noche sabiendo que hay 240 personas secuestradas, desde bebés de diez meses hasta señoras de casi noventa años, retenidas en los túneles construidos bajo tierra por los terroristas.

Siento mucha impotencia viendo el silencio del mundo frente a esta injusticia. Me duele especialmente que haya quienes se postulan como defensores de los derechos de la mujer, pero que han permanecido callados ante las violaciones y otras vejaciones sexuales ejercidas sobre tantísimas mujeres israelíes. Y no hay duda alguna de que éstas sucedieron; los propios terroristas las han documentado.

¿No le resultó llamativo que, con los cuerpos aún calientes de los civiles masacrados por Hamás, antes de que Israel iniciase su contraataque, se produjeran ya manifestaciones apoyando a Palestina en distintas capitales occidentales y del mundo árabe?

Claro. Pueden criticarse los bombardeos sobre Gaza, por supuesto, pero no es de recibo aplaudir o apoyar la masacre brutal perpetrada por Hamás, evidencia una gran falta de humanidad. No entiendo cómo un político que se respeta a sí mismo muestra su solidaridad con el pueblo palestino, pero no es capaz de repudiar de forma explícita la matanza de niños israelíes, la violación de mujeres, las mutilaciones y otros sucesos del 7 de octubre que no quiero especificar.

Lamentablemente, hay muchas voces, sobre todo entre los políticos de izquierda en España, que se han posicionado tras una narrativa que roza la incitación al odio. El antisemitismo está en auge y ahora coge fuerza a través de esas marchas propalestinas; una cuestión que va más allá de las fronteras de Israel.

Por ahí iba justamente la siguiente pregunta. Hace dos semanas tuvo lugar una multitudinaria manifestación contra el antisemitismo en París y otras ciudades galas, dados los múltiples ataques a judíos franceses, a sus propiedades, escuelas y sinagogas desde que comenzó la guerra. ¿Cómo está viviendo esos acontecimientos?

Vivo en España desde hace ya treinta años y nunca me había encontrado con tanto antisemitismo campando a sus anchas y en todas las partes del país. Los niños y los jóvenes judíos españoles tienen miedo de ir a la escuela o acudir a la universidad por si les agreden. Hace unos días, un grupo de alumnos de la Universidad Autónoma de Madrid buscaban desesperadamente algún alumno judío o un Erasmus israelí para pegarle. Y no pasa nada, esto se silencia. No hay respuesta institucional de las universidades a estas situaciones.

Dentro de poco publicaré un libro sobre la lucha contra el antisemitismo, la islamofobia y la gitanofobia. Según las estadísticas que recojo y atendiendo a los factores establecidos por la International Remember Association (IHRA), el treinta por ciento de los profesores y alumnos de las universidades españolas son antisemitas, en comparación con el 15% a nivel europeo. Descubres estas cifras, te quedas con la boca abierta y piensas: “Hay algo que no estamos haciendo bien”.

En ese sentido, la sociedad, en general, está descubriendo ahora un fenómeno que normalmente permanece oculto: una de las pocas ideas en las que coinciden la extrema izquierda y la extrema derecha es su deseo de que Israel desaparezca. ¿Cómo combatir un punto de vista tan radical para evitar que se extienda hacia posiciones más centradas?

La IHRA establece claramente que una manifestación del antisemitismo es precisamente cuestionar la legitimidad de la existencia del Estado de Israel; otra es responsabilizar a todos los judíos por la política del Gobierno israelí. También está sucediendo: vemos cómo se exige responsabilidades a judíos españoles, franceses, holandeses… de toda Europa y Estados Unidos, por la actuación militar del Estado de Israel. Eso es antisemitismo.

Si los que sufren estas situaciones fuesen otros colectivos, ¿acaso las instituciones no harían algo? ¿acaso no aparecerían políticos y personalidades condenando los hechos y poniendo en marcha acciones encaminadas a acabar con ellas? Son preguntas que nos tenemos que hacer. ¿Por qué los judíos españoles se encuentran huérfanos frente a la vulneración de su dignidad e integridad? ¿Dónde están las instituciones?

El odio se extiende como una mancha de aceite en esta época de polarización ideológica y radicalismos varios, ¿no cree?

Es que odiar es mucho más fácil y menos esforzado. Resulta muy reconfortante situar al otro como el malo de la película, creer que soy el poseedor de la razón, que soy yo quien busca la verdad y la justicia. Estas miradas simplistas son muy peligrosas, permiten deshumanizar al otro y son el esqueleto demagógico del populismo. Hacen también mucho daño porque acabamos deteriorando los valores democráticos reales de nuestra sociedad.

Por eso es tan importante que la educación ayude a desarrollar una lectura y comprensión crítica de la realidad. Para que esto suceda y que así seamos capaces de hacer una reflexión en torno a nuestros valores y principios, primero debo saber a cuáles me adscribo yo. Éste es realmente el motivo de la educación, lo que la dota de sentido: reconocer cuando peligra o se atenta contra la dignidad humana.

Ha hablado antes de la crítica legítima a las acciones militares de Israel. Un historiador de ese mismo país, Raz Segal, experto en Estudios de Holocausto y Genocidio y profesor de la Universidad de Stockton (Estados Unidos), asegura que los bombardeos a la Franja de Gaza se corresponden con un “intento de genocidio”. Un buen número de políticos europeos hablan de “apartheid” y acusan a Israel de una continua comisión de “crímenes de guerra” desde 1948. ¿Qué responde a quienes dibujan una imagen tan negativa de su país?

Definido por el derecho internacional, el genocidio es una matanza sistemática de personas por una condición compartida. Sucedió con la matanza de armenios llevada a cabo por Turquía a inicios del siglo XX; y con el Holocausto, el intento de exterminio de los judíos europeos a cargo de la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Por eso, en mi opinión, no podemos hablar de genocidio en lo que se refiere a Israel, pues no hay intencionalidad de eliminar a los palestinos de la faz de la tierra. Hay una respuesta militar que lamentablemente produce una verdadera tragedia que conlleva a la perdida de vidas humanas.

Por otro lado, no sé si se puede considerar crímenes de guerra a los bombardeos. No sé qué alternativa tiene el Ejército de Israel; ni soy militar ni soy política, pero me surgen dudas sobre esto, ¿acaso Israel no debe defender sus fronteras ni salvar a los 238 secuestrados? Además, los testimonios de palestinos recogidos por periodistas internacionales demuestran que Israel ha avisado a la población sobre los bombardeos y que los propios terroristas de Hamás son quienes les impiden huir al sur. Me duele profundamente la situación a la que están sometidos los civiles en Gaza.

La otra cara de la moneda, la tragedia humana de los gazatíes.

Así es, y quiero expresar mi solidaridad con ese pueblo. Tengo íntimos amigos palestinos, junto a los que he buscado la paz y la sigo buscando; y tengo alumnas de origen palestino maravillosas, comprometidas con los valores de la dignidad humana y la paz. Nos equivocamos cuando delegamos en Hamás la representación de ese pueblo. Es lo mismo que llamar asesinos a todos los palestinos de la Franja, y no es cierto. Son personas con derecho a vivir en paz, a ser libres y a ver crecer a sus hijos, como los israelíes.

De igual modo, se debe reconocer que el pueblo palestino para ser libre, en primer lugar, debe deshacerse de Hamás: viven secuestrados por un partido político terrorista que los utiliza como escudos humanos. El pueblo palestino debe alcanzar quizás cierta madurez democrática y ser capaz de darle la espalda a Hamás. Esto es muy difícil y necesitan de nuestra ayuda, pero creo que llegará un momento en que ocurrirá.

¿Es posible encontrar algún día una senda para el diálogo y el consenso entre Israel y Palestina en la línea de los Acuerdos de Oslo y, sobre todo, para que ambas partes cumplan cada uno de los puntos firmados? ¿Es posible la reconciliación? ¿Cabe todavía tener alguna esperanza?

Nunca he perdido la fe en la paz y en los valores democráticos. Como española y como judía española -también como israelí- creo que somos unos privilegiados por vivir insertos en el proyecto más bonito que ha podido idear la sociedad democrática: la Unión Europea. La UE debería tener un papel importante en promover la paz iniciada en Oslo.

La mayoría de los palestinos y de israelíes quiere la paz, vivir tranquilamente, ver crecer a sus hijos. Creo de verdad que hay un factor humano que supera con creces la barbarie del Hamás, la visión retorcida del fundamentalismo que lo único que trae es destrucción, y abogo por el diálogo. Recordemos que las protestas contra el Gobierno de Netanyahu se prolongaron durante nueve meses buscando su dimisión. Se trata de un hombre con una visión radical y no busca alcanzar acuerdos de paz sino únicamente fortalecer militarmente al Estado. Israel, además, debe retirarse de los territorios ocupados.

La misma pluma definió artificialmente las fronteras de Ia nación israelí y las de la nación palestina, de modo que la legítima existencia de una depende de la legítima existencia de la otra. Es necesario llegar a un entendimiento. No tiene sentido hablar del origen del conflicto y pretender que hoy Israel renuncie y desaparezca, o decirle a los palestinos que, como no aceptaron el plan de partición territorial de 1948, ahora no pueden establecerse como Estado. Hay que hablar de una solución que garantice una vida digna para ambos pueblos. Hay tanta gente que está por la labor y está dispuesta que, a pesar de todo, no puedo perder la esperanza.

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