Tomás Baviera: “El estudiante necesita contrastarse con buenas historias: dime quiénes son tus héroes y te diré quién eres”

Jornadas Formación Profesorado

Tomás Baviera: “El estudiante necesita contrastarse con buenas historias: dime quiénes son tus héroes y te diré quién eres”

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Tomás Baviera: “El estudiante necesita contrastarse con buenas historias: dime quiénes son tus héroes y te diré quién eres”

Hace ya 21 años que la Universidad Católica de Valencia (UCV) celebra sus Jornadas de Formación del Profesorado, en las que se exterioriza un diálogo entre la visión cristiana del mundo y la cultura contemporánea. Uno de los participantes más destacados de esta edición ha sido Tomás Baviera, profesor de la Universidad Politécnica de Valencia (UPV) y autor del libro Pensar con Chesterton: Fe, Razón y Alegría (Ciudad Nueva, 2014).

En su conferencia, Baviera ha defendido la necesidad de que las nuevas generaciones de estudiantes universitarios disfruten de experiencias como el Programa Integrado de Humanidades que el profesor John Senior desarrolló en los años setenta en la Universidad de Kansas (EE. UU.). Junto a los otros dos cofundadores, Dennis Quinn y Frank Nelick, este intelectual norteamericano diseñó y puso en marcha un proyecto que acercaba a sus alumnos a las grandes obras de la literatura europea, así como a otras de carácter filosófico y teológico. De este modo, los participantes en el programa obtenían una comprensión profunda del pensamiento y las tradiciones que han moldeado Occidente.

El éxito de esta aventura académica se sustentó en una idea a la que Senior jamás renunció. El autor de La muerte de la cultura cristiana (Bibliotheca Homo Legens, 2019) y La restauración de la cultura cristiana (Bibliotheca Homo Legens, 2020) creía que los occidentales seguían manteniendo “la capacidad de reconocer y aceptar las verdades perdurables de nuestra civilización”, más allá de la “lógica” de las corrientes de intelectuales predominantes que podían “cegar” a la sociedad contemporánea.

¿En qué consistió exactamente el Programa Integrado de Humanidades, don Tomás?

Su día a día incluía diversas actividades, pero la principal eran unos seminarios enfocados a educar en la belleza que los fundadores impartían juntos. Los temas a tratar estaban siempre relacionados con los libros que los alumnos debían leer en cada periodo y, normalmente, Senior, Quinn y Nelick aportaban cada uno algo distinto sobre la obra.

Tanto ellos como los estudiantes debían acudir sin papel ni bolígrafo, pues en esos encuentros no se impartían lecciones magistrales, sino que tenía lugar un diálogo, una especie de tertulia, entre Senior, Quinn y Nelick. Los estudiantes podían participar, pero no había debates. Aquello era, en el fondo, algo muy sencillo: tres amigos compartiendo el disfrute de la lectura delante de un grupo de jóvenes.

¿Y funcionaba?

Sin duda. La experiencia resultaba muy novedosa para los alumnos, que estaban acostumbrados a estudiar literatura de manera descriptiva o de un modo formal (origen del texto y su impacto en la posteridad, recursos empleados por el autor, etc.), pero Senior y sus colegas buscaban algo distinto. Creían que ese modo de acercarse a una obra provocaba la pérdida de lo que hace a la literatura ser parte de las humanidades: los libros tienen que formar a la persona.

También le daban contenido intelectual a las obras que escogían para los seminarios, pero, sobre todo, querían educar la imaginación. Enseñaban conversando y era evidente que disfrutaban con lo que leían. Además, y esto es importante, no se trataba de tres docentes cualesquiera. Senior, Quinn y Nelick eran profesores de reconocido prestigio dentro de la Universidad.

¿Cómo conseguían que esos libros resultaran influyentes en la formación humana del alumno?

Recuperando el contacto emocional con los personajes de cada libro, que era uno de los objetivos de Senior. Pongamos por ejemplo la escena de La Ilíada en la que los troyanos piden a Héctor que permanezca en la ciudad y no acuda al campo de batalla. Él les explica que tiene que dar la vida por la ciudad e, incluso, le cuenta a su mujer que debe salir a luchar, sabiendo, con suma probabilidad, que no va a regresar. Este pasaje puede analizarse desde un punto de vista formal, pero la intención del seminario era que los estudiantes conectaran con lo que estarían sintiendo en esos momentos los distintos personajes.

Ha dicho que el programa contaba también con otros elementos formativos.

Sí. El programa duraba dos años y había una actividad para los alumnos de primer curso que me gustaría destacar. Como sucede en la gran mayoría de universidades americanas, los alumnos de Kansas vivían en el propio campus, así que Senior se los llevaba por la noche una vez a la semana para ver estrellas. Y esta sesión práctica no era optativa, ojo. Los tres profesores consideraban una cuestión clave poner en contacto a los alumnos con la maravilla de la naturaleza.

¿De dónde surgían planteamientos tan poco habituales para un programa universitario?

Al llegar a Kansas en 1967, Senior conoció a Quinn y Nelick, que tenían gran afinidad con su sensibilidad. Se trataba de docentes muy preocupados por el efecto que estaba teniendo el relativismo en las aulas universitarias y querían ayudar a los estudiantes a conectar emocionalmente con la realidad y así educar su sensibilidad para captar la verdad, el bien y la belleza.

La estrategia educativa de la modernidad apostaba fundamentalmente por la crítica, la duda; y esto, de alguna manera, había comprometido gravemente el concepto de verdad (y sigue haciéndolo hoy). Frente a esa perspectiva, Senior decidió recuperar la metodología establecida por los clásicos: el asombro aristotélico. Por eso, todas las actividades del programa estaban orientadas a educar la capacidad de asombrarse.

¿Cuándo y cómo terminó este proyecto?

El programa no era residual, tenía relativamente una buena demanda, pero la Universidad de Kansas lo acabó desmantelando tras nueve años. Había comenzado a impartirse en 1970 y los tres profesores quedaron muy desgastados a causa de la presión para no continuar con su propuesta. El detonante principal de esa situación fueron las críticas surgidas porque antiguos alumnos del programa se estaban convirtiendo al catolicismo. Unos doscientos entraron en la Iglesia. Cuando esta situación saltó a la opinión pública, se comenzó a hablar de dogmatismo, de lavado de cerebro…

Francis Bethel, un exalumno del programa converso a la fe católica y ahora monje benedictino, expuso muchos años después en un libro que, probablemente, nadie se hubiese molestado ni hubiese dicho nada contra Senior si esos cientos de estudiantes se hubieran hecho budistas o cristianos presbiterianos.

¿Por qué la lectura de los clásicos en el contexto de esos seminarios se tradujo en tal explosión espiritual?

Es cierto que Senior, como Nelick, era un converso al catolicismo, pero ninguno de los promotores del programa pretendía llevar a los jóvenes a la Iglesia. De hecho, el tercer cofundador, Quinn, era anglicano. Lo que hicieron al poner en marcha su programa de humanidades fue recuperar las raíces judeocristianas de la civilización occidental. En sus seminarios no sólo se estudiaba a los grandes autores griegos o latinos, sino también la Sagrada Escritura, desde un punto de vista literario, y los grandes escritores medievales para terminar con los modernos. Es decir, no daban un salto desde el mundo grecolatino hasta el Renacimiento.

Ese salto es muy habitual desde hace tiempo en el mundo académico, si no me equivoco.

Y también fuera de él. El ejemplo más claro fue el intento de los autores de la Constitución de la Unión Europea de no incluir referencia alguna al cristianismo en su Preámbulo. Se pasaba de la influencia de Grecia y Roma a la influencia de la ciencia moderna. Pero es que dentro de la propia Iglesia existe mucha ignorancia al respecto de lo que ha significado la fe en Occidente y también un gran desconocimiento de la Biblia, de cómo leerla. Sobre el legado de los pensadores del Medievo ya ni hablamos.

¿Por qué se ha producido ese olvido?

La defenestración de lo cristiano y de la Edad Media es un discurso que empieza a cuajar en la Ilustración, durante los siglos XVII y XVIII. Los motivos de realizar ese salto entonces eran más complejos, pero lo que nos atañe en el siglo XXI es que hemos pagado las consecuencias de cortar con las raíces de Occidente. Una de ellas está a la vista de todos: se ha socavado la dignidad del ser humano.

Por fortuna, hoy existen personas que, incluso desde el ateísmo, han reconocido el papel de la Sagrada Escritura y el pensamiento cristiano en el modelado de nuestra civilización. Me viene a la memoria el historiador Tom Holland, que publicó hace no mucho Dominio: Cómo el cristianismo dio forma a Occidente (Ático de los libros, 2021). En esa obra critica al muy beligerante Richard Dawkins, autor ateo contemporáneo por excelencia, exponiendo que no se puede concebir a Europa sin lo que ha supuesto la fe, y pone como ejemplo la dignidad de los recién nacidos. En las sociedades previas a la era cristiana, si una persona no deseaba ocuparse de un nuevo hijo, sencillamente lo tiraba. Holland explica cómo por la noche se oían los gemidos de los bebés abandonados a la intemperie.

¿Cree que el Plan Bolonia deja espacio a la existencia de un programa como el de Senior en la universidad española y en la UE?

El problema para implantar hoy un proyecto como el de Senior creo que no guarda relación con estructuras o legislación. Se encuentra en cómo entendemos el concepto de verdad. Mientras sigamos con categorías críticas, empíricas o ideológicas, mientras contemplemos la verdad como algo que construimos nosotros, ésta será un cajón desastre y la determinará quien ostente el poder en cada momento.

En su concepción clásica, la verdad es algo objetivo y externo a mí que se impone; no algo que me imponen otros, como se dirá en la modernidad y algunos sostienen también en la posmodernidad, sino algo que es de determinada manera independientemente de lo que diga nadie. Lo que podemos hacer es buscar la verdad juntos. En la medida en que lo hagamos, profundizaremos mejor en la realidad. La verdad nos permitirá ser más auténticos, mejores.

En ese sentido, Senior, Nelick y Quinn fueron lo que Benedicto XVI denominó «minorías creativas». Eran un grupo de amigos, lo que les conectaba con el grupo de intelectuales que se formó en torno al cardenal Newman en Birmingham, o a Tolkien, en Oxford. Como había sucedido antes con William Wilberforce, el parlamentario británico que consiguió la abolición de la esclavitud, o Martin Luther King y su movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos. Todos ellos tenían un evidente trasfondo cristiano.

¿Ha perdido la Universidad su identidad como lugar de búsqueda de la verdad, de formación de la persona, de debate libre de las ideas, en favor de una visión más utilitarista, que la quiere convertir en una especie de Formación Profesional avanzada?

Le voy a ser sincero: todo lo que esperan mis alumnos de su etapa universitaria es un título que les facilite la salida al mundo profesional. Es una actitud muy generalizada. Cuando les preguntas cómo creen que se puede mejorar la formación en la Facultad dan las mismas respuestas año tras año; hablan de hacer más proyectos, más prácticas, que vengan más profesionales, que haya más flexibilidad… Ven la Universidad únicamente como un trampolín a la esfera laboral.

Con esa perspectiva hemos perdido algo que la modernidad ha hecho que se perdiera: hablar de la verdad como vida intelectual, disfrute, contemplación, como descubrimiento del sentido, como la capacidad de saber relacionar las cosas que tengo ante mí para orientar mejor mi vida… y, sobre todo, la posibilidad de responder a la pregunta más importante: ¿cómo aprendo a amar? Eso es, al fin y al cabo, lo que más nos va a realizar. Es un interrogante que todos nos planteamos, pero que nunca se aborda en la universidad.

¿Por qué los años de Facultad son el escenario idóneo para adentrarse en esas cuestiones?

Porque las grandes preguntas de la existencia afloran y se plantean de un modo nuevo a los 18, 19 o 20 años. Éstas requieren reflexión, visión y capacidad de relacionar y profundizar en las verdades subyacentes. En esa época el ser humano tiene más interés por el sentido de la vida, el papel de cada uno en este mundo… ésa es la razón por la que necesitamos contrastarnos con buenas historias en la etapa universitaria, como hizo Senior con su programa. Dime quiénes son tus héroes y te diré quién eres.

Si la universidad se encaminase hacia esa formación intelectual de sus alumnos, y yo creo que ése debería ser su papel, conseguiría realizar su mejor aportación a la sociedad. Lo cierto es que, si uno sabe plantear estas cuestiones a los estudiantes, ellos responden muy positivamente, pero hoy ese objetivo educativo no es ni lo que se ofrece ni lo que se espera de la Universidad. Por desgracia.

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