“Un conservador no debería aceptar nunca la ingeniería social de la Agenda 2030”

Ferenc Hörcher (Universidad N. de Budapest)

“Un conservador no debería aceptar nunca la ingeniería social de la Agenda 2030”

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“Un conservador no debería aceptar nunca la ingeniería social de la Agenda 2030”

Hace apenas unos días el secretario general de la Conferencia Episcopal Española (CEE) y obispo auxiliar de Toledo, César García Magán, se refería al posible “colonialismo ideológico” que supone la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible adoptada por la Asamblea General de la ONU. Para aquellos aún no avezados en el asunto, recordemos cómo la define el propio documento de Naciones Unidas: «Plan de acción a favor de las personas, el planeta y la prosperidad, que también tiene la intención de fortalecer la paz universal y el acceso a la justicia». 

Muy de acuerdo con el secretario general de la CEE se muestra el filósofo húngaro Ferenc Hörcher (Budapest, 1964), historiador del pensamiento político y director del Instituto de Investigación de Política y Gobierno de la Universidad Nacional de Servicio Público de Budapest. Hörcher, uno de los ponentes invitados en la jornada sobre la Agenda 2030 que tuvo lugar recientemente en la Universidad Católica de Valencia (UCV), asegura que el documento de la ONU es, de hecho, “un claro caso de ingeniería social”.

Para comprender mejor las reflexiones de Hörcher, también director del Instituto de Filosofía de la Academia Húngara de las Ciencias, es necesario primero dar un paso atrás y dirigir nuestra atención hacia la tarea a la que este ha dedicado ya varias décadas: desentrañar el pensamiento conservador y situar el lugar que este ocupa en el presente y que le debería corresponder en el futuro.

¿Qué es ser conservador en 2023?

Lo definiría con la ayuda de tres conceptos que tomo del subtítulo de mi libro A Political Philosophy of Conservatism (Bloomsbury Academic, 2020): prudencia, moderación y tradición. Esos tres términos son bastante útiles para identificar a la tradición intelectual que llamamos conservadurismo en el mundo occidental.

En este contexto, entiendo por prudencia y moderación las virtudes cardinales correspondientes. Así, la primera hace referencia a la virtud del mismo nombre, ‘prudentia’; es decir, la capacidad de hacer a tiempo la elección adecuada en una situación difícil, como preparación para llevar a cabo la acción adecuada subsecuente. Es lo que en inglés se llama ‘practical wisdom’ (sabiduría práctica), frente a la sabiduría entendida como ‘sapientiae’ o como pura astucia.

La moderación, por su parte, es análoga a la templanza (‘temperantia’), la capacidad de reprimir las pasiones extremas y otras formas de comportamiento excesivo. Estas dos características, la prudencia y la moderación, determinan lo que puede llamarse un carácter equilibrado. Finalmente, la tradición sería un depósito de conocimientos prácticos acumulados en nuestra comunidad política, que adquirimos a través de las generaciones anteriores.

Resumiendo: el conservadurismo es también en 2023 una actitud, basada en la capacidad de identificar la mejor opción disponible, en el momento adecuado, excluyendo las pasiones exageradas y otras formas de pérdida del equilibrio mental y cognitivo, unida a la confianza humilde en la sabiduría de quienes nos han precedido.

Ha definido usted de manera muy sencilla e inteligible el concepto de tradición, hoy tan denostado, y no he podido evitar recordar una película magnífica que gira precisamente en torno al mismo: El violinista en el tejado (EE.UU., 1971). ¿Deben los conservadores de 2023 lanzar al aire el grito de “¡Tradición!” con la misma contundencia que su personaje principal, Tevye?

El violinista en el tejado es una gran obra de arte y representa con gran éxito el papel de las tradiciones en ese pequeño y lejano pueblo judío de Rusia; así que tienes razón en que las reflexiones de Tevye sobre la relevancia de la tradición son cruciales para esto de lo que hablamos. De hecho, Tevye tiene razón cuando dice, y cito: "Gracias a nuestras tradiciones hemos mantenido el equilibrio durante muchos, muchos años".

Las tradiciones existen para que las sigamos y las honremos, para mantener la integridad de nuestras comunidades y salvaguardar la posibilidad del debate cuando este se encuentra en peligro. A este respecto, el teórico político Edmund Burke sugiere lo mismo que sugiere la filosofía tardía de Wittgenstein, y el liberal clásico Friedrich Hayek argumenta lo mismo que el pensador católico comunitario Alasdair MacIntyre: debemos ser escépticos ante nuestra propia racionalidad y, en su lugar, debemos confiar en la sabiduría tradicional de nuestras comunidades.

Los que hemos sobrevivido a regímenes totalitarios sabemos lo importantes y poderosas que son las tradiciones. Te ayudan a sobrevivir en circunstancias difíciles y son una respuesta útil, por ejemplo, cuando los poderes políticos o los grupos de presión pretenden distorsionar el uso libre del lenguaje en el ámbito público. Podemos rechazar esas pretensiones y afirmar que el idioma en sí mismo es un medio de comunicación basado en la tradición.

Llama poderosamente la atención sobre las 169 metas de la Agenda 2030 que la única vez que aparece la palabra “familia” lo hace referida a la llamada planificación familiar. Es más, el término “padre” no aparece en ningún momento. “Madre” solo se menciona en una ocasión y lo hace junto a la palabra “tierra”. ¿Cualquier cambio social no debería contar con la familia como primer aliado? ¿Por qué esa omisión?

Obviamente, es una estrategia retórica, parte del juego lingüístico de la izquierda actual a nivel mundial. Cogen expresiones tradicionales, las etiquetan de ilegítimas y, en su lugar, introducen nuevos términos que sirven a sus particulares intereses políticos e ideológicos. Este procedimiento, que ha sido ampliamente utilizado por los totalitarismos del siglo XX, no es más que una forma de imperialismo lingüístico y lo ilustra muy bien la famosa novela de Orwell 1984.

Para evitar cualquier tentación totalitaria, que el poder introduce a través de prohibiciones lingüísticas y condicionamientos retóricos, es nuestra irrenunciable obligación hacer todo lo posible por preservar la libertad académica y la libertad de expresión. Con ese fin, los conservadores pueden encontrar poderosos aliados entre los liberales clásicos, los libertarios, e incluso entre los anarquistas.

De todos modos, cualquier miembro de la comunidad académica debe comprender que las restricciones al libre debate de ideas no ponen solo en peligro la libertad de investigación y expresión dentro del mundo universitario, sino que amenazan con introducir una opresión totalitaria en el resto de ámbitos de la vida social.

Esa falta de libertad a la hora de cuestionar ciertas ideas parece que también tiene que ver con la Agenda 2030. Aunque alguien esté de acuerdo con muchas de sus 169 metas, tan solo mostrar dudas respecto a algunas de ellas le convierte en una especie de hereje. ¿No es esta una actitud pseudoreligiosa radical?

Así es. Como traté de explicar en mi charla en la Universidad Católica de Valencia, la Agenda 2030 tiene una dimensión religiosa, aunque se haya escrito contra lo religioso. Entre esos rasgos nos encontramos, en primer lugar, con la teleología: una visión del estado ideal de las cosas que tiene como objetivo establecer una hoja de ruta a corto plazo hacia el paraíso. También vemos en ella la redención, la esperanza de purificación; ya sea de la pobreza, la enfermedad, el cambio climático…

Otra característica religiosa es la omnipotencia: la creencia de que, una vez decididas y acordadas racionalmente las medidas a implementar, la política puede básicamente solucionarlo todo; incluido alcanzar el fin de la pobreza, del hambre, garantizar la salud universal, una educación de calidad, aguas limpias y energía sostenible, igualdad de género, igualdad entre países…

Finalmente, diría que el cuarto rasgo religioso de la Agenda 2030 es el uso de un lenguaje enormemente retórico: “Plan de acción para las personas, el planeta y la prosperidad”.

Se dice que todos los intentos del hombre de crear por su cuenta el paraíso en la tierra han acabado resultando verdaderos infiernos.

Desde una perspectiva mundana, la religión tiene un aspecto subversivo. Precisamente por eso, para evitar malentendidos y no mezclar su enseñanza con un credo político, Jesús enseñó que su reino no era de este mundo. Agustín de Hipona también llamó la atención sobre las grandes diferencias entre el reino terrenal y la Civitas Dei.

Por eso, tan pronto como la ideología política se hace cargo del tipo de celo religioso, comete graves errores, o incluso pecados y crímenes. Recordemos al filósofo Nicolay Berdyaev, quien llamó la atención sobre la dimensión religiosa del marxismo en el libro El origen del comunismo ruso. Hay que prestar atención a los peligros de dejar libres las pasiones y confiar en la virtud de la moderación como su más eficaz sistema de defensa.

Dentro de ese marco pseudoreligioso, ¿podríamos decir que el posmodernismo, con los “ismos” que incluye, ha creado unos nuevos mandamientos con los 17 objetivos de desarrollo sostenible de la Agenda 2030?

No creo que los ODS se puedan comparar con el Decálogo. Se trata simplemente de una lista de buenos deseos, algunos de los cuales son lógicamente imposibles de lograr, como deshacerse de las enfermedades. En cuanto a esos “ismos” que mencionas, puede que tengas razón: posmodernistas, ecologistas y feministas radicales están seguramente entre sus grandes simpatizantes.

Estoy seguro, no obstante, de que las personas sobrias y sensatas en ambos lados del espectro político se darán cuenta, tarde o temprano, de que los ODS pretenden cosas imposibles de lograr. El sentido común está disponible para ambos lados de la línea divisoria política en Occidente, y quien lo tenga verá que esta lista no es mucho más que una utopía de ideales inalcanzables.

Le iba a preguntar antes si un conservador puede apoyar al completo la Agenda 2030, pero a estas alturas huelga ya la pregunta, ¿no?

Con todo lo dicho, sí, creo que es lógicamente muy difícil para un conservador apoyar la Agenda 2030. Déjame, aun así, poner sobre la mesa el problema más importante que veo en este documento: su forma absolutamente errada de concebir el papel y la función de las Naciones Unidas. Esta institución global no se creó para proporcionar hojas de ruta punto por punto hacia el futuro, nunca tuvo la intención de servir a ese propósito.

Como decíamos antes, este documento de la ONU se basa en el supuesto de que la deliberación racional puede cambiar fácilmente las cosas y reconducirlas en la dirección correcta, y que es posible saber qué se debe hacer (como hizo el tirano Lenin en su tratado ¿Qué hacer?) para llegar al mejor resultado posible, a nivel global. Esa forma de pensar es lo que en la Antigua Grecia llamaban ‘hibris’, ya que sobrestima lo que es posible para los seres humanos en un mundo de incertidumbres constantes.

La Agenda 2030 es, de hecho, un claro caso de ingeniería social, una práctica distintiva de los regímenes totalitarios: siempre creen saber mejor que los ciudadanos lo que es bueno para ellos. Visto desde una perspectiva centroeuropea, por alguien que vivió bajo el régimen comunista ruso, creo que esa hoja de ruta tiene justo ese impulso totalitario.

Esta reflexión podrían hacerla personas de otras tendencias políticas, no solo los conservadores.

Sí, pero debemos recordar que el conservadurismo adquirió una forma organizada después del manifiesto de Edmund Burke contra este tipo de ingeniería social, durante y después de la Revolución Francesa. Por tanto, el conservadurismo está por definición en contra del impulso totalitario en todas sus formas, incluyendo el fascismo, el nazismo y el comunismo. Siendo esa una de las bases de su pensamiento, los conservadores no pueden nunca aceptar una agenda global de ingeniería social como la que ha presentado la ONU.

Hagamos un poco de arqueología filosófica. ¿Qué pensadores estarían en las raíces de esa ingeniería social?

Si hacemos arqueología filosófica en esta cuestión hay que hablar de Foucault. Pero lo interesante de este documento es que está a años luz tanto del espíritu del estructuralismo y de la crítica al estilo de la Escuela de Frankfurt, como del escepticismo posmodernista. La Agenda 2030 es un utopismo simple y académicamente poco exigente: su esfuerzo por ofrecer sustento intelectual al pensamiento es mínimo.

Debo confesar, no obstante, que no soy un experto en la literatura de izquierda radical que hay detrás de este desesperado documento de Naciones Unidas. Nací y fui criado en el seno de un régimen comunista, así que cuando terminé los estudios universitarios me prometí no tratar con literatura totalitaria durante veinte años; tuve que leerlos demasiado entonces. Pasados los veinte años, renové esa promesa.

Sin embargo, sí recomendaría leer el brillante y mordaz libro del escritor conservador Roger Scruton Pensadores de la nueva izquierda (Rialp, 2017). Esta es una nueva versión, en la que Scruton ha añadido su crítica a ideólogos surgidos en las últimas décadas. La edición original es de 1985.

Enfrentarse al totalitarismo, sea cual sea su signo político, ha sido también un empeño de la Iglesia. Estos no solo han criticado sus postulados; también han querido buscar su origen. En ese sentido, Juan Pablo II y, especialmente, Benedicto XVI insistieron en la idea de que tanto el fascismo como el marxismo y la visión posmodernista nacida tras la II Guerra Mundial eran producto del “olvido de Dios”. ¿Está de acuerdo?

A partir de 1945 se produjo una gran pérdida de cultura tradicional, y también después de 1990. Por cultura tradicional no me refiero solo al interés y conocimiento de las grandes obras de arte, sino también a una cierta forma de vida y un tipo de pensamiento. La religión era parte de esa cultura; o, mejor dicho, como Scruton no dejaba de enfatizar, la religión está por encima de la cultura. Y tanto la religión como la cultura determinan la política.

Así, tanto esos dos papas como el juez Ernst Böckenförde, antiguo miembro del Tribunal Constitucional de la República Federal Alemana, tenían razón. Nombro a este último con razón de su famosa paradoja.  Böckenförde advirtió a las élites políticas e intelectuales occidentales que nuestras democracias liberales no pueden sobrevivir sin que ciertos valores intelectuales y espirituales sean ampliamente aceptados, y que el Estado no puede proporcionar esas condiciones previas, dependen de nosotros.

Los occidentales aprendemos en el colegio a llamar Edad Media al periodo comprendido entre la caída del Imperio Romano de Oriente y el final del siglo XVII. En los países de mayoría protestante ese fin lo marca la Reforma luterana; la etapa anterior es literalmente ‘Dark Ages’ (Edad Oscura). Después llega la Ilustración o ‘Enlightment’ (Iluminación). Así, salimos de la escuela relacionando a la Iglesia con la oscuridad, la superstición y el fanatismo; mientras que el pensamiento francés del XVIII y sus desarrollos posteriores significa para nosotros luz, libertad, un mundo que respira por fin, lejos ya del incienso católico. Con ese esquema mental es difícil que le demos la razón a Böckenförde.

Ese error de juicio histórico, simplificado y anacrónico, es ciertamente una gran equivocación. Por supuesto, había buenas razones para criticar a la Iglesia, tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI estuvieron de acuerdo en eso cuando se arrepintieron en nombre de ella. Roma tuvo que darse cuenta de que su poder temporal está en contradicción con su principal misión espiritual. Sin embargo, no se debe olvidar, como repetía el teórico político húngaro István Bibó, un liberal de izquierdas, que la misión del cristianismo y la función especial de la Iglesia Católica era domar el poder político del Estado, especialmente sobre sus propios súbditos.

Ese fue el papel histórico más importante de la Iglesia y, a través de él, el cristianismo tuvo un gran impacto en la historia política europea. Por lo tanto, es un verdadero error y una irresponsabilidad por parte de los intelectuales ilustrados socavar la creencia en Dios: Europa está ahora mismo perdiendo los recursos espirituales y mentales de los que hablaba Böckenförde, sin los cuales las democracias liberales no pueden sobrevivir.

 

En atención al entrevistado, publicamos también la entrevista en inglés:

How would you define conservatism in 2023?

I would define it with the help of three concepts I take from the subtitle of my book from 2020: A Political Philosophy of Conservatism. Prudence, Moderation and Tradition. I think that the three terms of prudence, moderation and tradition are quite helpful to identify the intellectual tradition usually called conservatism in the Western world.  I mean in this context by both prudence and moderation the relevant cardinal virtues. Prudentia was the ability of finding the right choice in a difficult situation, on time and as a preparation to perform the right action. It is better translated into English as practical wisdom (as opposed to wisdom, understood as “sapientiae”, and pure cunning). Temperantia means the ability to restrain from extreme passions and other forms of excessive behaviour. These two features, prudence and moderation determine what can be called a balanced character.

Finally, tradition is a reservoir of accumulated practical knowledge, that we acquire from the earlier generations of our political community. To sum up, conservatism describes an attitude, based on the ability to find the available best choice, in the right time, by excluding exaggerated passions and other forms of mental-cognitive loss of balance, with the help of relying humbly on the wisdom of the ancients. 

Should conservatives scream today ‘Tradition!’ as loudly as Tevie’s character does in the movie Fiddler on the Roof? 

Fiddler on the Roof is a great work of art, which very successfully represents the role of traditions in this small, far-away Jewish village in Russia. So you are right that Tevy’s reflections on the relevance of traditions are crucial for our topic here today. He is right to claim that “(b)ecause of our traditions we’ve kept our balance for many, many years.”

Those who survived totalitarian regimes – and I am one such being - know the relevance and power of traditions. Traditions are there to help you survive in difficult circumstances. It is also a handy response to your previous question. If political powers or lobby groups want to distort the free public use of language, we can always refuse that effort and claim that language itself is a tradition-based means of communication.

Traditions are there to be honoured and followed, in order to keep the integrity of our communities, and safeguard the possibility of debate when it is at risk. In this respect, the political theorist Edmund Burke suggests the same thing as is suggested by the late philosophy of Wittgenstein, the classical liberal Friedrich Hayek argues for the same thing as the communitarian Catholic thinker, Alasdair MacIntyre: that we should be sceptical about our own rationality, and instead we should trust the traditional wisdom of our communities.

Now we’re talking about misuse of language, I think it’s very interesting that in 2030 Agenda the only reference to the word ‘family’ is integrated in the notion of “planned parenthood”, there’s also no reference to the word ‘father’, and ‘mother’ is just mentioned once in reference to the word ‘earth’. Why do you think is that?

Obviously, this rhetorical strategy iss awkward. However, it is part of the linguistic game of the left-wing world today: they try to capture traditional expressions, and label them illegitimate. Instead of them, they introduce new terms, which serve their particular political-ideological interests. This policy has been widely used by 20th century totalitarian regimes, and 1984, the famous novel by Orwell has very nicely illustrated this form of linguistic imperialism.

In order to avoid any totalitarian temptation, which is introduced through linguistic prohibitions and rhetorical conditioning, it is our absolute obligation to to do whatever we can to preserve academic freedom and the freedom of speech. Conservatives in this respect can find powerful allies among classical liberals, libertarians and even anarchists. Yet in fact, any member of the academic community needs to understand that restrictions on free debate is not endangers free enquiry within the academia, but it threatens to introduce totalitarian oppression in the other fields of social life. 

It seems today’s cancel culture also applies to 2030 Agenda. Questioning some of the 169 goals 2030 Agenda fixes for the whole world is considered by some people sort of a heresy. Isn’t that kind of a religious radical point of view? 

We agree. As I tried to explain in my talk at the Catholic University of Valencia, Agenda 2030 has a religious dimension, even if it has been written against religion. Among the features which reminds us of religion we find the following ones:

    1. Teleology (a view of the ideal state of affairs targeted – a short-term roadmap to paradise).
    2. A hope of purification (redemption) – from poverty, disease, climate change, etc..
    3. Omnipotence – once policies are rationally decided and agreed upon, politics can achieve basically everything good (including the end of poverty, hunger, ensure health, quality education, clear waters and sustainable energy, gender equality, equality among countries, etc.).
    4. The use of a heavily rhetorical language („This Agenda is a plan of action for people, planet and prosperity” + peace and partnership)

It is said that every time the human being has tried to create Paradise on Earth, the result has been a horrible hell.

We know it, that from a worldly perspective, religion has a subversive, asocial aspect. It is for this very reason, to avoid any misunderstandings, and not to mix his teaching with a political credo that Jesus taught that his kingdom is not from this earth. Augustine also called attention to the major differences between the earthly kingdom and the Civitas Dei.

As soon as political ideology takes over the kind of religious zeal, it will commit serious mistakes, or even sins and crimes. In fact, it was Nicolay Berdyaev, who called attention to the religious dimension of Communism, in his book: The Origin of Russian Communism. This is why one has to pay attention to the dangers of letting passions free, and why one has to rely on the virtue of moderation as its most effective defence system.

Have postmodernists, ecologists, radical feminists... finally achieved creating their ten commandments (17 in this case) with 2030 Agenda? 

I do not think that Agenda 2030 can be compared to the ten commandments. Most importantly, because it is not the order of God, unlike the former one. At least that is what my belief, Roman Catholicism teaches, and Roman Catholic believers believe in. Instead, Agenda 2030 is simply a list of nice wishes, some of which are logically impossible to achieve, like getting rid of illnesses. As for the supporters, you might be right: postmodernists, ecologists, radical feminists can be among its supporters.

But I am sure that sooner or later sober and sensible people can realise on both sides of the political spectrum that it wants things which are impossible to be achieved. Common sense is available for both sides of the political dividing line in the Western world, and whoever has common sense can realise that this list is not much more than a utopia of ideals which can never be realized and fulfilled.

I was going to ask you before if a conservative can fully support the 2030 Agenda, but at this point the question strikes, right?

I think the most important problem of this document is a total misunderstanding of the role and function of the United Nations as a global institution. Originally, it was not established to provide a point-by-point roadmap into the future. This document is, in fact, a clear case of social engineering. It is based on the assumption that rational deliberation can easily change things in the right direction, and that it is possible to know what is to be done (as the Soviet Communist tyrant, Lenin wrote, Chto Delat) to arrive to the best possible outcome by 2030 – globally. I think this is the sort of guilt the ancients called hybris, as it overestimates what is possible for humans in a world of uncertainties.

The United Nations was never meant to serve that purpose. Social engineering is rather the distinguishing mark of totalitarian regimes – for they always knew it better what is good for the people than they themselves. Viewed from a Central European perspective, by someone who lived under Russian Communist rule, Agenda 2030 has a totalitarian impulse – it wants to know better than people what is going to be good for them now and in 2030.

But other people, with a different political perspective, could say the same, not only conservatives.

Conservativism has took organised form after Burke’s manifesto against this sort of social engineering. at the time of, and after the French Revolution. Therefore, conservatism is by definition against this totalitarian impulse, in all its different forms, including fascism, nazism and communism. Conservatives cannot accept, therefore, a global social engineering agenda, like Agenda 2030.

Let’s do some philosophical archaeology. Which thinkers would we find if we’d dig down the roots of 2030 Agenda?  

As soon as you mention the expression philosophical archaeology, you already invoke Foucault. But I have to confess that I am not an expert on the radical leftist literature which lies behind this desperate document. I was born and brought up in a Communist regime, so when I finished my university studies, I promised myself not to deal with leftist, Communist and other Totalitarian literature for 20 years – I had to read them too long by then. When the twenty years passed I once again renewed my vow.

If you are interested in this sort of political thriller, read Roger Scruton’s bright and biting criticism of them: Fools, Frauds and Firebrands: Thinkers of the New Left (2015). Scruton, of course, was ostracized for that, but in fact it is surprising how seriously he took his leftist opponents. This is important as a sign of his view of academic ethics: we have to be fair, searching, and trying to interpret opponents in the right spirit, otherwise what we do would not be fair.

The interesting thing about the Agenda is, that it is far cry both from the spirit of structuralism and Frankfurt School-type criticism, and both from the scepticism of postmodernism. It is sheer and academically non-demanding utopianism: its effort to offer intellectual food for thought is minimal.

John Paul II and specially Benedict XVI insisted over and over again on the idea that both Marxism and Fascism, and also the postmodernists views born after the Second World War, were a product of the forgetfulness of God. Would you agree with them? 

Well, I myself think that there is indeed a great loss of traditional culture since 1945 and also after 1990. By traditional culture I do not mean only an interest in and knowledge of the great works of art. I also mean a certain way of life and a kind of thinking. Religion is part of that culture. Or better to say, as Scruton (sorry for returning to him, I just now published a book about his oeuvre, that is why he is so important for me) he kept emphasizing, religion is upstream from culture. And both religion and culture determines politics. Therefore, indeed, both the two late popes, and also judge Böckenförde, earlier member of the Constitutional Court of the Federal Republic, was right. The latter’s famous paradox cautioned Western political and intellectual elites, that our liberal democracies cannot survive without certain intellectual-spiritual values being widely accepted, and that the state cannot provide those preconditions – it depends on us. Now it is well-known that Böckenförde was a believer, even if a rather critical believer, and therefore his remark should be considered and reflected upon by us – including non-believers, as well.

Marx said religion was the opium of the people; atheist today like Dawkins think it’s poison. At the end of the day, liberals and left thinkers usually agree with Dawkins' view but I think it’s no wonder that occurs. When occidentals study History at school they learn to call the period between the fall of Eastern Roman Empire and the late Seventeenth Century as the Dark Ages. And after that they study the so-called Enlightenment. That’s part of the mindset we left school with: Church: Darkness, Superstition, Inquisicion - Enlightment: Light, New World, Freedom. What do you make of it?  

This simplified and anachronistic historical misjudgement is certainly a great mistake. Of course, there were good reasons to criticize the Church, both John-Paul and Benedict agreed on that, when they repented in the name of the Church. Rome had to realize that its temporal power is in contradiction with its major, spiritual mission. Yet one should not forget, as the left-liberal Hungarian political theorist, István Bibó kept repeating, that it was Christianity’s mission and the special function of the Church to tame the state’s political power, especially towards its own subjects.

This was the most important historical role of the Church, and through it, Christianity had a major impact on European political history. Therefore, it is a real mistake and an irresponsibility on the part of Enlightened intellectuals to undermine the belief in God: Europe is right now losing those spiritual-mental resources, that Böckenförde talked about, without which liberal democracies cannot survive.

 

 

 

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