"Un mundo nuevo" (Cardenal Antonio Cañizares, La Razón)

"Un mundo nuevo" (Cardenal Antonio Cañizares, La Razón)

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Estamos ya en la tercera semana de Pascua, con la Pascua se nos abre un fututo cierto, Pascua es esperanza, Pascua es caminar por un camino que conduce a una meta que colma la sed de esperanza. Pero, ¿podemos tener esperanza mirando nuestro mundo? Mirando nuestro mundo no puedo ser optimista, muchas realidades que están ahí me lo impiden. Precisamente por esas realidades que están ahí y que me impiden ser optimista. La esperanza reconoce y vive la densidad de las dificultades que nos embargan, pero éstas no me cierran a esperar y luchar por un mundo nuevo, una nueva tierra en que habite la justicia, por una humanidad nueva hecha de hombres y de mujeres nuevos que llevan a cabo e implantan una nueva civilización del amor y una nueva sociedad de hermanos, nueva con la gran novedad que aporta el Evangelio. Soy un hombre de esperanza, y no a pesar de mi fe, cada día, gracias a Dios y a la Iglesia, más firme y sólida, sino precisamente por ella, por esa FE que reconoce la victoria de Cristo resucitado sobre la muerte: los lazos crueles de muerte con que habían querido y se quiere apresar a Jesús, autor de la Vida, han sido rotos ya, no han podido con Él. No busquemos entre los muertos al que vive, al que está vivo. ¡Ánimo, nos dice y asegura a todos, «Yo he vencido el mundo!». El mundo está como está, es un mundo difícil, ahí tenemos: la pandemia del Covid, la paz amenazada, el hambre crece, la pobreza se dispara, el paro y la ruptura de empleo no parece encontrar respuesta, la distancia entre ricos y pobres o países ricos y pobres se amplía y acrecienta, la naturaleza se deteriora a pasos agigantados, la vida se menosprecia y se elimina en una cultura de la muerte, ahí están el «crimen abominable», en expresión del Vaticano II, del aborto, la legalización de la eutanasia tendente de por sí a eliminar la vida, la manipulación genética que como hemos leído estos días, produce sin ninguna ética, en laboratorios chinos, «quimeras» con células humanas y de chimpancé, verdaderos seres vivos híbridos, sin ninguna ética, como «progresos» científicos con una ciencia sin conciencia, contra Dios y contra el hombre, o el negocio cruel y destructor del narcotráfico y la ruina de la droga, la violencia aparece por muchas partes, el odio, la mentira siguen sembrando confusión, sinsentido, tedio y tristeza,… ¿Cabe ahí la esperanza? Sí y precisamente por ser así ese mundo en el que estamos, pero la esperanza reclama cambio, conversión, vida nueva.

Llama la atención que los discursos del Libro de los Hechos de los Apóstoles que anuncian a Jesucristo, eliminado por los poderes y el pueblo, ha resucitado y llaman al cambio, a la conversión; nos llama a todos a esa conversión, aunque inseparablemente esas situaciones enumeradas necesiten cambios estructurales profundos por parte de las naciones. La paz verdadera y universal, la concordia, no será real o dejará de estar amenazada si cada uno de nosotros no busca para sí la paz en la justicia y el amor dentro del pequeño ámbito en que vive. La PAZ, con mayúsculas, la paz grande, no será posible sin las pequeñas paces; es necesario renovar el corazón del hombre. Si esta renovación se hace de veras, irán mejorando las instituciones, los sistemas, las estructuras; si corazón y mentes de nuestras personas respetan y promueven los derechos fundamentales e inalienables de la personas se establecerá la paz; si nos unimos de corazón y de mentes a una nueva civilización del amor, habrá concordia y paz, amor entre hermanos.

Es necesario superar el trato de las personas, de los animales y de las cosas, de los bienes materiales o de la naturaleza como meros objetos o materiales que se manejan a voluntad propia, sin consideración alguna fuera de sus necesidades naturales, respetar el equilibrio entre naturaleza y técnica es algo que nos exige el cuidado y la protección de nuestra casa común. Esto conlleva un cambio muy profundo en nuestra manera de ser y de ver la vida; cambio radical y profundo que lleva consigo estar en paz con Dios Creador; el uso y disfrute de la naturaleza tiene sus límites. Detrás de la naturaleza está, sosteniéndola, el Creador. Si queremos subsistir habrá que generar una mentalidad que haga posible una ecología humana, una ecología integral, como nos están diciendo los últimos Papas. Y en concreto, muy relacionado con esto mismo, no se puede hacer lo que se quiere con técnicas suficientes con los embriones o con células, y fetos humanos vivos como se está haciendo por ejemplo en experimentaciones de un científico español en China; como tampoco se puede hacer lo que se quiera con los deficientes y los ancianos, con los ríos, con los mares, con los bosques, con los animales o con el medio ambiente, porque el hombre no es señor absoluto ni de la naturaleza ni de las personas; la voluntad de poder es destructivo y, en el fondo elimina a Dios o quiere usurpar su poder. En la raíz de esa manera de pensar, de esa libertad –hacer lo que se quiera y está en manos del hombre– se esconde o se manifiesta una voluntad de poder que no se detiene ante nada: es poder de muerte, incompatible con la voluntad de Dios que quiere que el hombre viva. Y esa es verdad de resurrección, verdad que nos hace libres para amar. Sólo Dios hará una humanidad nueva con hombres y mujeres nuevos conducidos por la verdad, por la auténtica libertad, por el amor, en definitiva, por Dios. Dios y el hombre, inseparables pero no confundidos. Seguiremos reflexionando sobre el mundo en el que estamos que esperamos y anhelamos sea un mundo verdaderamente nuevo.

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