Una era digital necesitada de virtudes cívicas (Carlos Novella García, Las Provincias)

Una era digital necesitada de virtudes cívicas (Carlos Novella García, Las Provincias)

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Tecnologías como los smartphone, las aplicaciones móviles, la inteligencia artificial o las redes sociales, entre otras, se han instalado en nuestras sociedades como un elemento más en nuestra propia cultura. No encontrarle el lugar apropiado para que la enriquezca podría conllevar una pérdida paulatina de esa misma cultura. Dicho de otro modo, la falta de una formación crítica y reflexiva genera una especial vulnerabilidad en este proceso de desarrollo cultural, especialmente, en los jóvenes y los adolescentes.  La irrupción con fuerza de este tipo de tecnologías hace aún más necesario el establecimiento de unas normas externas (códigos o leyes) e internas (virtudes) que regulen esta relación sin que pongan en peligro la intimidad y la dignidad de las personas.

La virtud no es un concepto reciente, sino que desde la Grecia Clásica (siglos VI y IV a. C.), como ejemplo el filósofo Aristóteles, ha sido unos de los conceptos más estudiados en cuestiones relacionadas, principalmente, con la filosofía y la teología. Desde el tradicionalismo crítico de raíz comunitarista, Alasdair MacIntyre definía las virtudes como las cualidades de una persona que se manifiestan en sus acciones determinadas y orientadas hacia la excelencia, desde la base de un juicio verdadero y racional, teniendo en cuenta el contexto o la estructura social a la que pertenece. Estas cualidades las desarrolla de forma libre y guardan una especial relación con los valores que nutren estas cualidades de excelencia. Por otra parte, desde la tradición aristotélica las virtudes también se identificaban como cualidades que conducen al bien del hombre. Aristóteles distinguía entre dos clases de virtudes centrales íntimamente relacionadas como son la virtud intelectual y la virtud del carácter, es decir, la inteligencia y la razón combinadas necesariamente con las cualidades de excelencia de la persona. Las primeras se aprenden y las segundas se forjan, se convierten en costumbre, ejercitándolas, teniendo como base nuestra disposición natural inicial en un contexto específico. Desde la tradición estoica, la visión del filósofo Immanuel Kant relacionaba la virtud al esfuerzo, a la alegría y a la capacidad de superar las inclinaciones que conducían a los vicios. Cuando estas virtudes las relacionamos con el civismo o, como Adela Cortina y Victoria Camps llamarían, la civilidad que integra valores como la responsabilidad, la justicia, la dignidad, el compromiso, el respeto o la libertad responsable, se convierten en virtudes cívicas.

Desde esta perspectiva, ambas autoras coincidían en describir la civilidad como un compromiso no solamente individual sino con los demás hacia un beneficio común de bienestar, que es precisamente lo que la llamada era digital más necesita en estos momentos de creciente desarrollo social. El hecho de ser persona no implica necesariamente ser virtuoso o tener unas virtudes cívicas innatas, sino que precisan de un proceso de enseñanza-aprendizaje que algunos autores lo han llamado educación cívica o para la civilidad, asumida de modo corresponsable y coordinado, principalmente, por la familia, las instituciones públicas y la escuela.  Un buen ciudadano puede considerarse aquél que tiene la virtud de conocer no únicamente sus derechos sino también sus obligaciones que cumplirá con responsabilidad en beneficio de la sociedad y en el suyo propio. La Constitución o Leyes Fundamentales del Estado regulan la convivencia del conjunto de una sociedad explicitando en sus títulos y artículos los derechos y obligaciones de sus miembros, dirigidos a proteger y garantizar un espacio de convivencia democrática.

El conocimiento de estas leyes, que guardaría cierta relación con la virtud intelectual o hábito junto con la virtud del carácter del individuo podríamos relacionarlas con la ética que regula el comportamiento de una persona. La ética sustentada en las virtudes cívicas debe convertirse en una de las piezas clave de la educación para que inherente y transversalmente oriente todas las competencias que se pretendan alcanzar en los diferentes niveles educativos. La educación se concibe como el instrumento esencial para preparar al ciudadano a ser un ciudadano digital que utilizará las tecnologías de la información y la comunicación desde la responsabilidad, la ética, la legalidad y la justicia, es decir, desde las virtudes cívicas con la finalidad de que estas mismas tecnologías no se conviertan en desestabilizadores de la convivencia cívica y humana en las sociedades actuales.

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