Pilar Mateo, mujer investigadora: “Me he movido en un océano de tiburones, y yo era un salmonete”
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Santoral: San Juan Evangelista
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Universidad Católica de Valencia

Veterinaria y Ciencias Experimentales

Pilar Mateo, mujer investigadora: “Me he movido en un océano de tiburones, y yo era un salmonete”

Pilar Mateo, mujer investigadora: “Me he movido en un océano de tiburones, y yo era un salmonete”

En muchos sitios la conocen como la pintora que cura enfermedades, aunque ninguna de las dos cosas sea cierta. La química Pilar Mateo (Valencia, 1959) no se dedica a la práctica del brochazo ni ha desarrollado vacuna o fármaco conocido. Pero algo de cierto tiene ese sobrenombre. Después de terminar su carrera y doctorarse, Mateo comenzó su trayectoria profesional desarrollando anticorrosivos e ignífugos, para cambiar muy pronto a investigar pinturas insecticidas. En 1996, tras crear su primera patente, le anunció a su padre, dueño de una empresa de barnices: “Papá, te voy a hacer rico”.

A pesar de que su tecnología era efectiva y de que se estaba adelantando dos décadas a desarrollos científicos posteriores a través de la microencapsulación polimérica de biocidas, esa profecía nunca se hizo realidad, pues una visita que recibió poco después cambió el rumbo de su vida. Un médico del Chaco boliviano que se había enterado de los progresos de esta química valenciana viajó a España exclusivamente para decirle que su pueblo “se moría”, pues el 85 por ciento estaba enfermo del mal de chagas. Decidió ir a comprobar por sí misma lo que allí estaba sucediendo y, lo que a priori iba a ser una estancia de un par de meses en el país sudamericano, se extendió hasta los dos años.

A Bolivia le siguió México y así, el resto de su desempeño profesional se ha centrado en la creación de pinturas que ayuden a frenar y erradicar virus y vectores que azotan a África e Iberoamérica con enfermedades como el dengue, la malaria, la leishmaniosis, el cólera o el ébola. Gracias a sus investigaciones se han salvado miles, quizás millones de vidas, y la intención es que esas cifras sigan aumentando, merced a la expansión de su empresa, Inesfly Corporation, por todo el mundo.

Ha pasado un huracán por la Facultad de Veterinaria y Ciencias Experimentales de la UCV. No se escucha muchas veces un aplauso de decibelios tan elevados al terminar una conferencia, sobre todo si el público está conformado por estudiantes. Son muy exigentes. ¿Le parece bien si lo bautizamos como Huracán Pilar?

(Ríe) ¡Qué exageración!... pero sí, parece que les ha gustado lo que he contado.

¿Por qué cree que los futuros veterinarios y biotecnólogos le han despedido con tanto entusiasmo?

Creo que se han sentido identificados con mi historia. Saber que alguien normal como yo puede hacer que la vida de otras personas cambie a través de la ciencia motiva mucho a los alumnos y a la gente, en general. Quizás se han ido pensando: «Si esta mujer lo ha conseguido, yo también puedo. ¿Qué sé hacer y qué podría hacer con ello?». Ese aplauso, más que para mí, ha sido una especie de automotivación para ellos mismos.

De todos modos, no es fácil animar así a un público universitario, incluso siendo duchos en la materia expuesta. Sobre todo, cuando se trata de ciencias experimentales.

La ciencia puede ser muy aburrida, no te voy a mentir. En mis conferencias hablo sólo un minuto sobre la química que hay detrás de mi tecnología; me centro más en todo lo que puede hacer un investigador y en el mundo que rodea al quehacer científico. Además, me encanta transmitir ilusión. Y eso que, por falta de tiempo, esta vez no he acabado como hago en muchas ocasiones: invito a todos a levantarse de su asiento y a que canten conmigo. Me gusta que las personas nos abracemos y es lo último que les pido, después de la canción.

Rompe usted ese injusto tópico del científico solitario encerrado en su laboratorio e interesado más en los tubos de ensayo y en los microscopios que en las relaciones humanas.

Absolutamente. Lo que he hecho en el laboratorio ha sido pensando en la gente de fuera.

Ha desarrollado usted siete familias de patentes a nivel internacional, ha recibido multitud de premios y está entre las diez científicas más prestigiosas de España y las cien del mundo según la revista Forbes. ¿Piensa en retirarse, ahora que llega a los 65 años?

Ni de casualidad. Inesfly ha empezado a crecer de verdad en estos momentos. De hecho, acabamos de recibir financiación por parte del Gobierno francés para probar la efectividad de nuestras tecnologías en Tanzania, donde el mosquito anofeles transmite la malaria. Además, la creatividad no se jubila. Siempre he sido inventora, desde pequeña. Ésa ha sido mi vocación.

¿Puede compartir alguna de las creaciones anteriores a las que le han hecho famosa?

Por ejemplo, cuando era estudiante, mi padre no me daba paga porque quería que me buscara la vida. En aquella época, tenía un coche pequeñito y se me ocurrió hacer mi propia gasolina. En la fábrica familiar había disolventes, de modo que trabajaba en base agua y utilizaba tolueno, xileno y otros, hasta que me cargué todas las gomas del coche y quedó para el desguace. Así que no recomiendo mucho ese invento (ríe).

También creé una pintura ecológica para las señalizaciones de tráfico. Convencí al alcalde de un pueblo para que la utilizaran en su municipio, donde casi nunca llovía, con tan mala suerte que diluvió nada más pintar. Le dije al alcalde que había que esperar a que se secara para volver a pintar porque si no el líquido perdía su capacidad antideslizante. Él me dijo que le daba igual si la gente se resbalaba o no, lo que le interesaba era que se pintara enseguida porque había elecciones el siguiente fin de semana y todas las líneas debían verse de un blanco reluciente.

Ha comentado que en sus conferencias habla también del mundo que rodea a la investigación científica. Supongo que esa última anécdota tiene que ver con ello, ¿no?

Mira, ahora tenemos fábricas en tres continentes distintos para distribuir nuestra tecnología y las cosas van muy bien. Hemos conseguido que esta tecnología pueda salvar a millones de personas, pero las cosas no han sido siempre así. Atrás quedan más de veinte años de experiencias muy duras. Me he movido en un océano de tiburones, y yo era un salmonete.

En el transcurso de ese tiempo he recibido unas cuantas amenazas de muerte. Ten en cuenta que debía demostrar que mi tecnología era la mejor del mundo, con todo lo que supone luchar con las multinacionales, lidiar con la corrupción de los ministerios de muchos países -hablo de políticos y de funcionarios- y con otros intereses económicos de por medio.

El área de sanidad, pública y privada, mueve muchísimo dinero. Y, además, donde se obtienen beneficios en cuestiones de salud es en la cura y tratamiento de las enfermedades. La prevención no te hace rico y menos aún en países del tercer mundo. Entonces, lo que interesa es que la gente se ponga mala. Mira el nombre de las empresas y verás que normalmente coincide que quienes producen medicamentos para ciertas enfermedades son los mismos que fabrican insecticidas contra los mosquitos que las transmiten.

¿Existe, entonces, poco interés en curar virus e infecciones existentes en África o Hispanoamérica?

Por supuesto. Y esa actitud se nos ha vuelto en contra. No creíamos que ciertas patologías iban a llegar a Europa o a Estados Unidos, pero la globalización y otros factores las han traído aquí.

Sucedió con la covid-19, ¿verdad?

Exacto. Del desastre total nos salvó la educación, por cierto. Sabíamos que debíamos quedarnos en casa para no transmitir la enfermedad a los demás. Meternos en la cama y tomar paracetamol. Lo mismo ocurre con patologías como la malaria y, sobre todo, con las enfermedades de arbovirosis, como el dengue, el chikungunya o el zika, transmitidas por el mosquito tigre.

¿Por qué se erradicó la malaria en España en 1964? En aquella época éramos un país pobre, pero teníamos algo que no existe en muchos otros lugares del mundo: una educación en higiene y en salud. España era un país limpio, y por eso la malaria desapareció. Eso es prevención. En ello hay que invertir en muchas regiones de África, Asía y Sudamérica. Pero, como decíamos antes, nadie gana dinero educando.

Por si fuera poco, en esos países hay otro problema: la economía sumergida es bestial, por lo que la gente necesita salir a trabajar para poder comer. No tienen contratos, nadie les paga las bajas por enfermedad, no hay ayudas…

¿Es lo que vio en el Chaco boliviano?

Tal cual. Además, al problema económico se añaden otras dificultades de tipo social y cultural en todas las zonas con subdesarrollo. En el Chaco boliviano, por ejemplo, la mayoría de viviendas son hogares monoparentales, en las que sólo la madre permanece en casa. Del padre no se sabe nada; está en la cárcel o ha abandonado a la familia. Esas mujeres tienen muy poca educación en higiene y en salud. ¿Quién les enseña si no se invierte en educación? Ahí entran tecnologías como mi pintura insecticida, que está salvando vidas y no lo digo por darme bombo. Lo digo porque la ciencia debe abrazar al ser humano y aportar soluciones para cambiar las cosas.

También sucede que en los países occidentales se han establecido unas determinadas reglas de higiene y salud en el tratamiento de los alimentos que no existen en otros lugares.

En efecto. En China, de hecho, se incumplen las normativas de seguridad de salud exigidas en Estados Unidos, Europa, Australia o Japón. En los mercados, los humanos conviven con animales exóticos que tienen sus virus y sus bacterias. Y en África la gente come murciélagos por hambre.

Nos echaron la culpa a los valencianistas de haber traído el virus a España desde Milán. Pero la realidad es que Italia cerró sus fronteras y confinó a la gente en casa con anterioridad a China, donde debían haber hecho eso mucho tiempo antes y se hubiese podido contener más el SARS-CoV-2. Hasta que no se exija a China y a otros países las mismas condiciones de higiene que cumple Occidente seguimos en riesgo. Incluso de enfermedades mucho peores que la covid-19.

¿A qué se refiere?

El ébola, por ejemplo, tiene un alto índice de mortandad, pero es poco contagioso. El porcentaje de muertos por el SARS- CoV-2 es muy bajo, pero es un virus muy contagioso. Puede suceder que el próximo virus sea tan mortal como el ébola y tan contagioso con el SARS- CoV-2. Entonces, a ver qué hacemos. Mientras no apliquemos soluciones globales, como unas normativas sanitarias igual de exigentes, estamos en riesgo.

Estuve en el comité expertos de la Comunidad Valenciana durante la pandemia y me daba muchísima rabia observar la competencia entre comunidades autónomas para ver quién podía decir que lo hacía mejor porque tenía una cifra menor de muertos. Ahora las pandemias son un problema mundial. Debemos saber lo que pasa en Alemania, en Brasil y en todas partes. Me preocupan tanto los muertos del Congo como los de aquí. Me creeré lo del «One Health, One World» (un mundo, una salud) si de verdad se actúa de manera conjunta y global desde la salud humana, la salud animal y el medioambiente.

Este tema le ha hecho ponerse seria, doña Pilar.

Es que me enfadé mucho durante la pandemia. Pensaba que los más importantes en los comités de expertos eran los veterinarios y no había ni uno. En la tele se hablaba de la inmunidad de rebaño sin tener ni idea de lo que decían. ¿De dónde viene la expresión ‘inmunidad de rebaño’? Pues es lo que buscan los veterinarios cuando una patología se extiende entre los miembros de una misma especie. Si desde el área de salud humana no se deja participar a los expertos en salud animal y los medioambientalistas van también por otro lado, entonces estamos ante un problema grave.

Imagínate la siguiente situación: en el cuerno de África existe una enfermedad animal llamada theileriosis. Es una patología que transmiten las garrapatas al ganado y provoca que vacas, ovejas o cabras, por ejemplo, den poquísima leche. Pongamos ahora que aparece una vacuna contra la malaria o la enfermedad que quieras. ¿Para qué quiere esa gente curarse de la malaria si no tienen para comer por culpa de la theileriosis? Salud animal y salud humana deben trabajar juntas.

¿Y los expertos en medio ambiente?

Es el mismo escenario. El virus del Nilo es un ejemplo perfecto. Desde Sudáfrica, se desplazan aves invernando hacia el norte, suben por la parte oeste del Nilo, en Uganda y entran en Europa. Cuando vuelven a bajar hacia África lo hacen por España, atravesando Cataluña, por todos los humedales, pasan por la Albufera y salen por Andalucía. Estos animales, en su paso por Uganda, cogen el virus del Nilo y lo van transmitiendo durante su recorrido.

Las aves tienen una especie de GPS interno, por decirlo de alguna manera, y siguen haciendo las migraciones por los mismos sitios que las han hecho siempre. ¿Qué está sucediendo para que el año pasado muriera una persona en Sevilla por el virus del Nilo y éste, otra en Barcelona? Que los pájaros pasan por sitios donde antes había un monte y ahora hay viviendas. Los mosquitos que les picaban a su paso por España no tenían cerca a humanos a los que picar, pero ahora han construido casas en las que vive gente. Se han hecho auténticas barbaridades. O trabajan en equipo y a nivel mundial los profesionales en salud humana, animal y los medioambientalistas para hacer planes estratégicos que busquen soluciones globales o la lucha contra los virus no va a funcionar.

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